La Oruga Azul.
jueves, 29 de septiembre de 2022
ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 68, 30 de septiembre de 2022.
ICEBERGS, por Dori Hernández Montalbán.
Inmóvil la lágrima,
silencioso el llanto,
como el de aquel que ha sufrido
todo el dolor del mundo
y gozado todo el placer de la vida.
***
Como las palabras no dichas,
habita el silencio en la mirada
y en el viento,
el ansia de la piedra,
en ella la desgastada espera duerme,
únicamente el cosmos polvo es y está esparcido
así como el mar puede parecer sólido y arenoso
en las noches oscuras y el cielo ola de escarcha.
HISTORIA NATURAL, por Josefina Martos Peregrín.
Inmóviles y ciertos sueñan: en la noche, cuando el museo cierra, una ráfaga de deseo les lleva el cálido olor del nido: temblor y algarabía.
Mientras, en horas de visita, turistas, escolares, cielo imposible,
templo azul, lumbre fría de pantalla: nada importa, salvo ocultar el nocturno
secreto que alimenta su belleza.
AQUEL VERANO DEL 76 , por Leandro García Casanova.
14 de junio. “En Granada
conocí a Salgado, que me introdujo en su pandilla donde pasé momentos muy
alegres. Esto hizo que me olvidara de mis preocupaciones y que conociera a
Mónica, que es una chica divertida. ¡Cómo me gustaría volver! Si no encuentro
pronto trabajo aquí, en Palma de Mallorca, tendré que volver pues el dinero
vuela”. Recuerdo que me pasé 15 días como Van Gogh, esto es, a base de “pan y
chorizo”, y que al final tuve que regresar a Granada, sin trabajo y sin un duro
en el bolsillo. Tras la muerte de Franco, aquel cálido verano del 76 hubo un
boicot internacional contra España –el turismo se resintió bastante–, en
protesta por el fusilamiento de cinco militantes de la ETA y del FRAP.
Granada,
26 de julio. “Me falta poco para irme a Madrid pues no tengo
ningún trabajo en perspectiva. Ayer hicimos una fiesta en casa de Clara, que
está igual que siempre, aunque ella no resplandece por su físico. Lola se había
cortado el pelo y Ángeles me contó que para octubre también se marcha con su
familia a Valencia. Está bastante apenada al pensar que tiene que dejarnos, y
me confesó que se siente rechazada por Salvador. Tiene tal pesimismo, que me
pidió que le llevara un ramo de flores porque decía que se iba a morir. Traté
de animarla diciéndole que no se olvidara de invitarme a su boda. Mañana es
posible que la llame por teléfono y la invite a darnos una vuelta. Con Mónica
–hermana de Clara– también estuve hablando largo y tendido. Es la que más me
atrae del grupo y con quien tengo más confianza. Estoy seguro que podría hacer
feliz a cualquier hombre. A veces siento que dentro de poco nos separaremos y
cada cual tirará por su lado. Pienso entonces que, allá donde vaya, me será
difícil encontrar un grupo así. ¡Es una lastima! El sábado lo festejaremos un
poco y se acabó”.
21
de agosto. “Los días siete y ocho fuimos a Torrenueva, las
curvas y los baches de la pésima carretera, a través de montañas y precipicios,
le daban al viaje un cierto aire de aventura. Al llegar, paramos en el chalé de
Salgado. Después de comer una ensalada durante el largo y tortuoso camino,
cenamos un poco en el chalé. A las once de la noche, nos bañamos en el mar y
compramos un poco de pescado a un hombre, que faenaba a aquellas horas en una
pequeña barca. Luego, en la playa, estuvimos cantando con una guitarra hasta
las tres de la madrugada. Todos dormimos en el chalé: tres en el colchón del
sofá y los demás donde buenamente pudimos. El domingo almorzamos con la comida
que traíamos y, sobre las 5:30 de la tarde, emprendimos el regreso. Entre unas
cosas y otras, llegamos a Granada sobre las once de la noche. Desde entonces no
he vuelto a verlos por la sencilla razón de que estoy “sin blanca”. Estos días
de larga espera me he entretenido escribiendo una pequeña novela, y se la he
dedicado a Mónica”. Recuerdo que íbamos siete en el Seat 850 y que, cada cierto
tiempo, aquel petardo empezaba a echar humo. Entonces había que parar un rato y
echarle agua al radiador.
10
de enero de 1977. “Por la mañana estuve con casi toda la
pandilla y me alegré bastante cuando vi a Mónica. La noto como más hecha y más
mujer, aunque prácticamente sigue siendo la misma. Estuvimos hablando un buen
rato y realmente me ha sabido a poco”.
Me marché a Madrid
y, al final de 1995, se produjo mi regreso a Granada por el que había añorado
todos estos años. Un día fui a saludar a Manuel, el ‘niño’ del grupo, me contó
que Salvador se había matado en un desgraciado accidente de moto y que Clara no
hacía mucho que había fallecido de un cáncer. Lola también tenía a su marido en
coma, en el hospital, a causa de un accidente en el trabajo. De Manuel –aquel
chaval sencillo de entonces– deduje que no se había casado y que estaba solo en
la vida. Parecía rehuir todo aquello que oliera al pasado. Era como si una maldición
se hubiera cebado con la pandilla. Cuando precisamente aquella noche de verano,
junto al mar y al son de la guitarra, cantamos todos juntos como despedida,
aquella desgarrada canción de Chavela Vargas: “¡Ojalá que te vaya muy bonito y
que la vida te vista de suerte!”.
Sin embargo,
estando un domingo en un bar, oí que me decían: “¿No te acuerdas de mí?”. Me
costó trabajo reconocerlo porque ya tenía todo el pelo cano. Era Salgado, tan
amable como siempre, precisamente en esta tierra donde la gente es tan
despegada. Quedamos en que intentaríamos reunir al grupo. Lo cierto es que yo
había conservado en mi memoria los buenos recuerdos de entonces –que son los
que recoge el ‘diario’ de aquellos días–, pero la realidad como siempre iba por
otro lado. “Es el tiempo, me dije, de las ilusiones perdidas y de la añoranza
por los amores marchitos”. Otro día, no sé por qué, recordé las veces que
Mónica y yo bailamos juntos en la terraza de su casa, al ritmo lento de
aquellas dulces y embriagadoras melodías de ‘Los Ángeles’. Y cuando la sangría
me hacía efecto, mis ojos se clavaban en los de ella y entonces no parábamos de
hablar de nosotros como si el mundo no existiera. Éramos dos almas en pena en
busca de un sueño imposible; pero esa vez, en contra de mi costumbre, yo no me
rebelé contra la crueldad del destino. Ni siquiera llegué a declararme.
Hace unos meses me
armé de valor y pregunté a una vecina, sin demasiada convicción: “¿No vivía
aquí un matrimonio, que tenía una hija…?”. Ante mi sorpresa, la mujer me indicó
una tienda de ropa que estaba unos metros más arriba. Yo iba algo desaliñado y
sin pensarlo me presenté ante Mónica. Seguía siendo bella, a pesar de los años,
y sus ojos eran muy expresivos. Recuerdo que era dulce, muy femenina y
aparentemente frágil. “¡Cómo ha pasado el tiempo!”, acerté a decirle, y
entonces noté su tierna mirada de siempre. Pero apenas pudimos decirnos cuatro
palabras porque tenía que atender a los clientes y, resignado, quedé en
llamarla.
“¡Siempre nos quedará
París!”, le oí decir alguna vez al cínico de Rick (H. Bogart), mientras los
fugaces ojos de Ilsa (Ingrid Bergman) resplandecían en la oscuridad. En
realidad, ella no sabía con quien tenía
que irse en el avión: si con Laszlo, su marido, o con el aventurero de Rick.
“Después de 25 años –pensé–, nos queda la nostalgia de los recuerdos: ¡sólo
cenizas!” Hace unos días llamé por teléfono a Mónica para decirle, bastante
contrariado, que veía difícil que pudiéramos reunirnos los de la pandilla. “Oye
–me respondió como si no me hubiera escuchado–, ¿sabes que estos días he
encontrado aquella novela que me dedicaste?”.
Artículo
publicado en Ideal, el 1 de septiembre de 2001
Posdata: Basilio Osado Alamino –su nombre
verdadero– pertenecía también a la pandilla. Habíamos sido compañeros de curso
en la ‘Casa Madre del Ave María’, hizo el Magisterio y, cuando estaba de
director de una sucursal bancaria en un pueblo de la costa granadina, falleció
de un cáncer, hará unos doce años. Basilio era alegre, sencillo y se hacía de
querer. A Mónica se le infectó una herida en un pie, a causa de la negligencia
de un médico, y tuvieron que amputarle un dedo antes de que se le extendiera la
grangrena. Estuvo coja durante unos años y, gracias a sus esfuerzos, hoy anda
mejor. En realidad, fue ‘Fede’ (otro miembro de la pandilla) el que falleció en
un accidente de moto, mientras que Salvador –el marido de Ángeles– murió el
pasado año. Por si esto fuera poco, en febrero murió una nieta de Ángeles. Lola
no tuvo mejor suerte, su marido falleció en el Hospital de San Rafael, después
de estar mucho tiempo en coma. “Aquello era un sin vivir”, me decía Mónica. A
Manuel le dieron una incapacidad y se marchó a vivir a la costa. En aquellos
años, los de la pandilla solíamos quedar en un bar que estaba cerca de la
iglesia de San Ildefonso, y luego subíamos al Albayzín por la Cuesta de la Caba
a divertirnos o a bailar. También le hacíamos alguna que otra visita al bar de
‘el Cebollas’. Últimamente, me encontré con Mónica y pensamos reunirnos los
cinco que quedamos de la pandilla. Las fotos las he cogido al azar de Internet.
Por fin, el 17 de octubre de 2014, conseguimos reunirnos los
supervivientes de aquella pandilla. Después de pasar casi tres horas charlando
y recordando, en un bar, nos echamos una foto en la plaza del Carmen, de
Granada. Faltó Manolo Ruiz, a quien creo que localicé y estoy esperando a
que me llame por teléfono. Hemos quedado en que nos reuniremos otro día. Yo no
podía esperar a que lo pasáramos tan bien, con tanta desgracia de por medio,
como ha ocurrido en estos 38 años.
El 1 de agosto de 2017 quedo con Charo, en un bar. Me cuenta
que su marido estuvo tres años en coma irreversible, a causa de un infarto, en
San Rafael, hasta que falleció. Vive con su hijo, que se ha examinado de
conducir. Me dijo, por dos veces: “Cuando estuve con Paqui, hablamos de
ti". Continuó diciéndome que "ella ha sufrido mucho, los últimos
meses estaba sin pelo y apenas podía hacer nada, tenía un cáncer de pulmón y
murió por metástasis, el 18 de mayo. Era muy buena e inteligente, ha sido
discreta hasta su muerte". Yo me acerqué al tanatorio a darle el pésame al
marido y a los dos hijos de Paqui, y me sorprendió ver al juez Emílio
Calatayud que se acercó a saludar a la familia. El marido y un nieto
de María Luisa también fallecieron, hace dos años. Miguel no ha querido
cuentas con nosotros y, en cuanto a Manolo Ruiz, no sabemos dónde se
encuentra aunque trabajaba en Caja Granada. No es normal que fallecieran Fede,
Teresa, Basilio y últimamente Paqui. También, fallecieron los maridos de Charo
y de María Luisa. “Este encuentro teníamos que haberlo hecho antes de
la enfermedad de Paqui, pero no quise insistiros más”, le dije a Charo, cuando
nos despedíamos. Cuando la noche de aquel verano del 76, cantábamos junto al
mar la canción de Chavela Vargas, “¡Ojalá que te vaya muy bonito y que la
vida te vista de suerte!”, nunca pensamos que el destino iba a ser tan cruel
con cuatro de la pandilla. Tere y Paqui eran hermanas, mientras que María Luisa
es prima de ellas.
Comentarios.
20/10/2014 Leandro.
Estas historias no suele publicarlas Ideal, pero a mí me dio por la nostalgia y
el subdirector, Esteban de las Heras, la publicó hace ahora trece años. Me he
dado cuenta ahora, pero tiene mucho parecido con la película 'Américan
graffiti', del director George Lucas, de 1973. Trata sobre un grupo de
adolescentes y sus vivencias la última noche del último verano de su juventud,
en 1962. A la mañana siguiente, comenzarán todos el camino hacia su futuro:
viajando hacia lejanas universidades, o permaneciendo en el pueblo para buscar
un oficio. Yo la vi por aquella época y veo que tienen mucho parecido. El otro
día lo pasamos muy bien, en la foto salimos bien y el mérito ha sido de todos,
sobre todo de Paqui, que ha contactado con vosotras y conmigo. Me apunto a otro
día
Mariquilla Galvez
· Trabaja en Ingeniera Técnica de las Labores de Hogar:
Esta muy bien la historia que has contado sobre nuestra pandilla, si todo lo
que cuentas ocurrio quien no iba a decir que cuando nos encotraramos otra vez,
estariamos en esta situacion, pero que bien lo pasamos, que pandilla mas bonita
tan llena de energia y sobre todo juventud, cuantas ilusiones cuantos sueños,
como me gustaria echar el tiempo para atras y volver por unas horas otra vez a
vivir lo que vivimos tan bonito, pero es imposible, pero yo lo que me digo que
a pesar de todo esos recuerdos no nos quita nadie son nuestros recuerdos y eso
no lo puede cambiar nadie. Bueno Leandro tenemos que repetir porque nos lo
pasamos muy bien a pesar de todo y la percha de reir que nos dimos, asi que
Leandro muchas gracias por haber hecho esto posible y habernos reunido los
pocos que quedamos, lo dicho hay que repetir¡¡ muchos besos y gracias y la
historia muy bien ¡¡¡¡
Leandro. Aparte de
los recuerdos, nadie podía pensar que de la pandilla fallecieran tres. Y
también los maridos de otras dos...
LA PUERTA AL CIELO: EL AMOR Y SUS ORÍGENES, por Mauricio Jaramillo Londoño.
“El amor es el sentimiento más antiguo del mundo. Tiene 3.000 millones de años y surgió en el momento en el que una bacteria se preguntó si había alguien más ahí porque no podía sobrevivir sola. La fórmula mágica: A=(a+i+x)k, o lo que es lo mismo: el amor es la suma del apego personal, la inversión parental o familiar y la sexualidad, y todo ello afectado por el entorno”. Eduardo Punset.
Hace 700 millones de años, cuando de dos cuerpos sale otro joven irrepetible y distinto que puede adaptarse a un entorno cambiante, al nacer ya tiene en su sino la marca de la muerte.
Las esponjas y los corales, por ejemplo, combinan la reproducción asexual por medio de fragmentos o brotes con la reproducción sexual por medio de esporas.
En la invención del acto sexual, clave es la fertilización interna, entregar el esperma dentro de la hembra y directamente al óvulo.
Los reptiles recién evolucionados fertilizaron y desarrollaron sus huevos dentro de sus hembras.
El alga unicelular Emiliania huxleyi es capaz de bipartirse en dos individuos haploides, cada uno con un juego de cromosomas diferentes (como el óvulo y el espermatozoide), cada individuo se fusiona con otro en lo que se considera la génesis del comportamiento sexual de los microorganismos y, por tanto, vía de evolución hacia formas más complejas de vida como las pluricelulares.
***
El primer acto sexual tuvo lugar en un antiguo lago de Escocia. Esa es la conclusión de un equipo internacional de expertos que dice haber hallado el origen de la cópula.
Según los expertos, el pez llamado Microbrachius dicki es el primer animal que empezó a reproducirse mediante la fertilización interna.
Este pez primitivo, que tenía una longitud de 8 centímetros, vivía en una serie de lagos de la región que hoy es Escocia, hace 385 millones de años.
Debido a su anatomía, lo más probable es que se aparearan de costado. "No podrían haberlo hecho en la posición del misionero", aseguró John Long. "El primer acto sexual se realizó de lado, como si fuera una danza. Los peces podían mantenerse en esta posición gracias a sus pequeñas extremidades. Estos pequeños brazos fueron muy útiles para unir al macho y a la hembra. Así, el macho podía colocar su órgano sexual en forma de L para engancharse con los genitales de la hembra que son tan ásperos como un rayador de queso", explicó el investigador.
***
A mí no me parece extraño que sea en Gran Bretaña que se haya desarrollado el primer actos sexual de lado: recuerden que los ingleses son gente bien rara, conducen del lado derecho, no usan el sistema métrico, tienen un parlamento en que algunos participantes se visten como payasos, una reina centenaria los gobierna, y muchos de ellos gustan no del sexo opuesto sino de lo opuesto.
***
Desde hace 250 millones de años el caimán desarrolló un coito muy parecido al humano.
***
El amor es altruista y a su vez egoísta, y obedece a neurotransmisores, hormonas y feromonas, oxitocina y vasopresina, adrenalina, dopamina, serotonina, estrógenos y testosterona.
En el cerebro se involucran diferentes partes: el hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens y el área tegmental frontal.
Robert Sternberg, lo define: “Un conjunto de sentimientos, emociones y valores que se encuentran presentes en una relación y que está compuesto por tres elementos fundamentales: la intimidad, la pasión y el compromiso”.
***
Quise averiguar las singularidades originarias de lo que se considera amor. A aquellos que piensan que es un sentimiento del alma y no corpóreo, me da vergüenza desilusionarlos tan brutalmente. Y a quienes aborrecen amar, a aquellos que prefieren odiar, dividir, insultar y refugiarse en las penumbras de su malestar, también les ruego me dispensen de no compartir sus horribles sentimientos.
Amar es compartir, es entregarse al otro pero, por supuesto, desear ser correspondido para satisfacción propia.
Amar filialmente, a la familia, a los amigos, a las ideas, al paisaje no requiere intervención sexual alguna; es generosidad y risas, afecto y amaño.
Amar pasionalmente, con la fiebre de la carne a toda mecha, es gratificación del otro y de uno mismo, pues el erotismo sexual significa entrega y acaparamiento, deseo de agarrar al amado de forma tal que se ‘fusione’ con el amante, compartir carne, piel, besos, quejidos ‘integrándose’ en la carne, la piel y los besos del amado.
Hay amores salvajes como los de la mantis religiosa que, una vez fertilizada, devora a su pareja; o como los latinoamericanos que golpean brutalmente a sus compañeras por eso de “que como te quiero te aporrio”; o los de los talibán que enclaustran, y prácticamente encadenan a sus mujeres para tenerlas bajo el dominio del macho; o el amor de la viuda negra que deja pacientemente arrimar al macho quien, helado de miedo, la toca con sus artejos, le palpa todo el cuerpo, la acaricia dulcemente para ‘ablandarla’ pues sabe que de no hacerlo su destino será el sacrificio: monta a la viuda, y a pesar de todas sus precauciones, ella se lo come, lo vuelve uno de sus ‘platos’ preferidos, se lo manduquea luego de ser ‘servida’ por su esposo; la viuda negra es esplendorosamente feliz: canibalea a su marido.
Amores brutales como los de los felinos que montan a sus hembras y les provocan desgarros genitales para que ovulen; como los de los sacerdotes pederastas rezando en latín mientras sus discípulos les practican sexo oral; como los del macho humano que busca estremecerse de placer a condición de que su hembra no se comporte como una meretriz que busca el prohibido gozo del sexo…
Amores fantásticos como el de las parejas de coyotes que se amanceban por toda la vida, las guacamayas, los gibones, castores, la grulla de cola blanca, el caballito de mar y los pingüinos…
Por supuesto, el amor soberbio de la pareja humana y sus apasionadas historias desde Troya con Helena y Paris , Cleopatra y Marco Antonio, Romeo y Julieta; Tristán e Isolda, Anna Karenina y Alexei Kirillovich…
Y el mío, con mi Cucha, de ya muy largo aliento, de pasión a compañía, de aventuras al hogar tranquilo, de ilusiones, sueños, secretos hasta la casa propia; al vestido y la alfombra, los perros y las materas, los hijos y nietos, los árboles y la yegua, las iguanas y los micos, las torcazas y el lecho conyugal…
Mi familia y amigos, naturalmente, amor y compañía al máximo.
Millones de años preparándonos para el amor, para la procreación, para la sexualidad, para las caricias, para el placer de la protección y el mimo.
¡Qué maravilla!
NOTA: A petición de mi amigo Miguel: Platón, “El Banquete”.
“Según Diotima, un hombre pasa por cinco estadios del amor a lo largo de su evolución. Primero se interesa sólo por el cuerpo, luego no solo se interesa por un cuerpo determinado sino por todos los cuerpos bellos. En el siguiente estadio comprende que el cuerpo no lo es todo: por eso busca un espíritu bello. A este amor le sigue el amor a todo lo bello de espíritu y moral. En el cuarto estadio, el hombre alcanza el amor a las ciencias y al conocimiento. Finalmente, en el quinto y último, ama la belleza en sí misma. El amor se esfuerza por encontrar la belleza, por crear belleza, y alcanzar así la inmortalidad, pues el amor sólo puede subsistir a través de la creación de algo nuevo, narró Sócrates.” Abstract.
AIRGAM BOYS, por Eduardo Moreno Alarcón.
Tendría tres o cuatro años. La imagen es como una vieja
fotografía que, ajena al devenir de los relojes, mantiene su color en mi
memoria, la misma nitidez de aquel entonces, cuando apenas alcanzaba los dos
palmos. Un episodio del pasado que ahora traigo a mi presente.
El primer airgam boy que me compró mi madre tenía un
gorro de plato amarillo, pantalones encarnados y, estampada sobre el pecho
(color amarillo), la pegatina de una concha. Traía, además, un cubo rojo. ¿Qué
era aquel muñeco? ¿Qué significaba el dibujito? Entonces lo ignoraba por
completo. Tan sólo sé que me gustó. Que me encantaron sus colores. Que la magia
que sentí nunca se ha ido. Que aún sigue viva en mi interior.
La figurita de un gasolinero.
Sería años después cuando, chispazos del recuerdo,
reconocí la pegatina en una estación de servicio: ¡aquella era la concha de la Shell!
Después llegaron otros (en eso, como en tantas otras cosas,
he sido y soy privilegiado). Llegaron otros, sí. Decenas: futbolistas,
astronautas, vaqueros, extraterrestres, monstruos, superhéroes… Los había para
todos los gustos.
Los airgam boys son una parte inolvidable de mi infancia,
y algo más. Quizás suene ingenuo, pero es lo que siento. Jugué con ellos hasta
bien entrados los dieciocho. Y, si los guardé, ya para siempre, fue por
imperativo de la edad. Jugué muchísimo con ellos: a veces solo, a veces con mis
primos, a veces con amigos.
Los airgam boys fueron actores de películas, disputaron
mundiales de fútbol, desfilaron en procesiones como nazarenos, compitieron como
atletas en Juegos olímpicos, formaron parte de una orquesta (con instrumentos
de plastilina)…
Podías cambiarles todo o casi todo: pelo, cabeza, manos,
piernas, pies. Eso sí, eran un poco rigidillos, pues carecían de articulaciones.
Un día, siendo aún pequeño, entré con mi abuelo Samuel en
el Blanco y Negro, la tienda de juguetes de la plaza de mi pueblo. Para mí era
como un santuario. Me quedaba siempre embobado frente al expositor, mirando los
airgam boys en sus cajas. El dependiente dijo: “Elige el que quieras”. Mi
abuelo contestó con retintín: “Si ya los tiene todos”.
Menos mal que eran baratos porque si no… menuda ruina.
Con ocho años descubrí los cómics de superhéroes, a los
que me aficioné tras encontrar, en casa de un primo mayor, un taco
impresionante en blanco y negro. Los devoré de cabo a rabo.
Curiosamente, los últimos airgam boys que compré, los últimos
que salieron al mercado, fueron precisamente superhéroes (Airgam Comics, se llamaba). Pese a ser articulados, me quedo con los
otros. Los clásicos.
En mi niñez hubo muñecos diferentes, variopintos (algunos
se fabrican todavía, como los míticos clics de Playmóvil), pero, no sé por qué,
ninguno tan especial como el primer gasolinero. Como los otros airgam boys que
le siguieron. Aquellos que abonaron mi fantasía y mis horas de juego.
Cuánta nostalgia concentrada en un juguete.
Se dejaron de
fabricar a finales de los ochenta.
A veces los busco en internet. Aún pueden encontrarse a
precio de coleccionista. Pero no compro, sólo los miro y los contemplo con un
punto de emoción, como lo hacía de pequeño ante la torre-expositor. Al calor de
esos recuerdos vienen otros… Y acaso en este instante, por un momento, regresa
el niño de tres años que un día fui. La imagen imborrable…
Porque siempre que los veo me entran ganas de jugar.
MADRE, por Marien González Rozas.
“Yo nací persona, no nací madre, ni esposa, nací persona”.
Con estas palabras cargadas de significado y de pasión
inició la paciente su particular desahogo.
Se dejó caer en la silla, delante de mí, como si le
pesara el mundo, y soltó esta frase rotunda. Y, tras ella, el aire restante de
su expiración.
Yo comprendí todo de forma inmediata, aunque ella no
hubiese pronunciado una sola palabra más.
Hace tiempo que le estoy dando vueltas a este tema, el de
ser esposa y madre; sobre todo, madre. Y es curioso porque yo no soy madre ni
esposa. Bueno, esto último sí, oficialmente, pero yo no me siento así, yo sólo
me siento persona.
Observo el mundo que me rodea y tampoco es tan diferente
al mundo que rodeaba a mi hermana o a mi madre. Es algo así como “diferentes
perros con la misma correa”. Suena mal, ¿no? La correa sutil, voluntaria o
inconsciente o genética que las mujeres se ponen en sus cuellos.
“La maternidad es lo mejor que me ha pasado”.
“Mi hijo es lo más importante pero yo no puedo más. Mi
cabeza es una jaula de grillos, y cuando llega la noche no puedo dormir, sigo
activada. Llevo varias noches que apenas duermo unas horas”.
Te veo agotada, con ojeras, pero siempre con una sonrisa
y una palabra amable para tu hijo, pero ¿dónde estás tú?
Hace tiempo que no puedo conversar contigo, no puedo
preguntarte cómo te sientes porque tú no tienes tiempo para responderme.
“Nací persona y nadie me dijo que me desdibujaría”.
CORDÓN UMBILICAL, por Consuelo Jiménez.
Ya las calles están vacías,
el ruido carece de peso,
fluye el abismo sobre las cosas.
El banco de aquel parque
no es testigo de nada,
los árboles que le acompañaban,
se han arrugado con la tarde callada.
La palabra se desnuda inocente,
la deseo así, juego con ella,
escribo, te siento cerca.
Me sonríes.
Madre, tu silencio me dicta un verso:
"Hija, mi hija, hija mía"
Tú sigue sonriendo.
ARAÑAS, por María Jesús Ortiz Moreiro.
Le pregunto que qué tal le ha ido el primer día de cole y me dice “arañas”,
que en las paredes, en los techos, en las esquinas del suelo de los baños hay
arañas y otros bichos sin nombre, indefinidos, pero tan asquerosos y repulsivos
todos ellos, que ha sido verlos y salir despavorida, sin haberse atrevido a
orinar durante todo el día. Como es de entender, con el pis aguantándoselo todo
el rato, lo que la profe le ha dicho, lo que sus nuevos compañeros comentaban o
dejaban de comentar, todo, absolutamente todo ha quedado en un segundo plano
tan gris y borroso que ahora es incapaz de aclararme si la maestra ha echado en
falta algo de todos los materiales escolares que ha llevado por la mañana ni
por supuesto consigue recordar siquiera el nombre de quien se sienta a su lado.
Todo en ella está en suspensión, como las arañas en los hilos con los que cubren
sus dominios. Arañas. ¡Arañas!
Las arañas del baño, como su maestra y sus compis, como el madrugón, como
los cientos de críos que bullen en el patio, donde a las ocho menos diez se
reúnen por clase para después avanzar hacia sus aulas en filas de a dos como
hileras de hormigas obedientes en su cometido diario, todo esto es nuevo en su
nueva vida. Todo es nebuloso para esta novata de Primaria. Todo, también su
mundo de ayer en la “Kita”, la guardería, se encuentra difuminado. El círculo
de bienvenida, la decoración acorde a la estación del año, el mobiliario
cuidado, los baños limpios, relucientes, sin cuadrilla de arañas tejedoras. La “guarde”
forma ya parte de una realidad lejana, un Paraíso perdido, irrecuperable.
Le cambia la cara algo cuando da los primeros sorbos del zumo de manzana
rebajado con agua que le sirvo con la merienda. Se recompone después de haber
ido al baño con calma y a sus anchas y sin arañas a las que temer, aunque dudo
mucho que el “Brezel”, ese mismo bollo trenzado de pan salado que suelo
comprarle, similar al de otras veces, le sepa hoy igual. No es que no se lo
coma, que lo hace, pues es de buen comer, pero sé que en su mente sigue el
recuerdo de las arañas, esa dichosa imagen de cuerpecillos oscuros patudos
aguardando colgados de un hilo sobre su cabecita, o de los bichos indeterminados
de las esquinas, acechándola desde el suelo.
No se lo quiero decir, pero tendrá que aprender a comer, beber, dormir, reír,
respirar, a vivir con arañas. Ese tipo de cosas es mejor que las encaje ella
sola como bien entienda, que en esto no hay manual ni recetario único que sirva.
Tampoco el de las madres.
Como igualmente tendrá que asumir que la deliciosa comida que preparaba con
maña la cocinera de la guardería será reemplazada por una ración de catering
que solo cumple con la ingesta calórica diaria recomendada, algo importante,
pero lamentablemente insuficiente.
También llegará a aceptar que los que han sido sus amigos de siestas y
virus gastrointestinales, junto a los que empezó a chapurrear el idioma, a
reconocer sus límites, a reconocerse en su entorno, de quienes se ha tenido que
despedir al salir de la “Kita” y entrar al cole, irán deslizándose hasta acabar
cayendo en el saco común de “conocidos” a los que tal vez recordará con cariño
en ciertas ocasiones. Pronto dejarán de estar en su lista de invitados de
cumpleaños.
Todos, más tarde o más temprano, hemos pasado la prueba de las arañas. Ella,
como nosotros ya hicimos, tendrá que encontrar su manera de convertir ese nuevo
mundo ajeno en su mundo, corriente y fascinante, excitante y terrorífico,
conmovedor e indolente. El pollito sale del cascarón. ¡Qué peligroso! ¡Qué
emocionante! ¡Qué hermoso! La vida, hija, esto es la vida.
LA OTRA VERSIÓN, por José Luis Raya
Hace
mucho más de dos
mil años Platón ideó una alegoría para aludir a la cara oculta de la verdad: sería
otra manera de considerarlo. Como todos sabemos, unos hombres se encontraban
encadenados desde que nacieron en el interior de una caverna, donde reinaba la
oscuridad. Tan solo podían atisbar unas sombras que proyectaba una hoguera
sobre el muro de la gruta. Estos hombres solo percibían como verdadero el
reducido espacio que abarcaban sus sentidos, es decir, sombras y oscuridad. Es
la alegoría más preclara sobre la insensatez y la ignorancia. Uno de estos
condenados fue liberado para que observara la realidad en todo su esplendor,
tal y como es, y se la transmitiera a sus compañeros presos. Evidentemente, el
reo liberado fue considerado al principio como un loco.
Podría relacionarse también con
otra alegoría, no tan conocida como tal, plasmada por Calderón en su genial “La vida es sueño”. Segismundo es
encerrado y encadenado por su propio padre en una torre aislada. No podemos
olvidar la magnífica escena de esta obra teatral cuando es liberado para que
conozca las magnificencias de la corte y sus riquezas. En su delirio llega a
confundir sueño con vigilia, esto es, realidad con irrealidad.
Existe un amplísimo escaparate literario
y filosófico donde el lector es invitado a que juzgue por sí mismo dónde se
encuentra el espacio real y el inventado. En ocasiones nos hallamos confundidos
y damos por válidos unos conceptos que perdieron su validez, no tanto por el
paso del tiempo como por los cambios mismos de la sociedad, aunque, desde
luego, suele ser algo intrínseco. A menudo, se suele caer en eso que se
denomina relativismo, esto es, cualquier punto de vista resulta igualmente
válido, contradiciendo aquello que manifestaban los más viejos del lugar y era
eso de que la verdad solo tiene un camino, tal y como apuntaba Platón en su
alegoría y que sigue estando más vigente que nunca.
En ocasiones, debemos conocer la
otra versión de las cosas para concluir o aproximarnos a esa verdad. No hay más
ciego que el que no quiere ver. A menudo el hombre es feliz en su ignorancia y
rechaza ese camino que conduce a la verdad. Erich Fromm se refería al miedo a
la libertad, o lo que es lo mismo: miedo a la verdad. Javier Franco nos dice en
su poemario que “La libertad duele”.
Son innumerables los literatos que
nos han hecho partícipes de esa tremenda dualidad real/irreal a través de sus
obras de ficción, muchas veces rodeada por esto que estoy llamando “la otra
versión”. Don Quijote intenta convencer a Sancho, su escudero, sobre la
veracidad de sus visiones, a lo que este, en sintonía con el lector, le
reprende en cada momento. Hay un glorioso instante cervantino en el que se
produce la quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote, otorgando
a la celebérrima obra una dimensión metafísica nunca alcanzada por la pluma de
ningún otro autor. Se ha producido el memorable instante en el que debemos
conocer y apreciar la otra versión, a sabiendas de que podamos llegar a
sacrificar nuestras creencias e ideología.
A menudo nos aferramos a un confuso
punto de vista, menospreciando la otra versión, esto es, el lugar donde quizás
podamos enfrentarnos con nuestros miedos y nuestros prejuicios a lo que existe
y desconocemos. En efecto, hay gente que prefiere seguir viviendo en penumbras
y rechaza la magnífica oportunidad de acercarse a la verdad, al menos de poder
contrastar.
Muchos ciudadanos se aferran a un
concepto político que no funciona y siguen apoyando a sus más insignes
gerifaltes, aunque sean corruptos, ladrones o sencillamente intolerantes con la
diversidad humana. Otros se dejan llevar por esos demagogos que solo venden
humo, desde su castillo de cristal, contradiciendo sus propios alegatos. Hay
personas que delegan en otras que piensen y actúen en su lugar, seguramente
porque tanto la libertad como la verdad duelen, o quizás les produzca miedo o
rechazo. Hay mujeres que no se atreven a dar ese paso que las libere de su
maltratador. Hombres que viven bajo el yugo de la opresión. Chicos que se han
acostumbrado a convivir con el bullying
y lo arrastran de por vida. Amigos o familiares que se traicionan entre ellos
sin consideración ni empatía. Poderosos que oprimen a sus subordinados. Todos
estos afligidos son los habitantes eternos de la gruta oscura de Platón. Los
que no aprecian que hay una vida apacible y feliz más allá de sus propias
tinieblas, donde reina la verdad, la libertad y la felicidad.
Sin embargo, a veces tenemos miedo,
miedo a salir de la caverna y enfrentarnos a la cruda y liberadora realidad.
Preferimos seguir piando en nuestra jaula porque tenemos el alpiste asegurado.
Tan solo debemos tener presente, al menos, que a/fuera nos espera la otra versión
que nos hará abrir los ojos y descubrir lo que ni tan siquiera imaginábamos.
VERBOS VITALES, por Irene Beiro.
¿Lo mejor para vivir?
Reír.
SUEÑOS DE ESTÍO, por Tomás Sánchez Rubio.
Cada verano mi
alma persevera
─o bien se obstina insurgente─
en
soñar con estaciones
de
andenes tristes, lejanos puentes de piedra
y
despedidas a los pies de una escalera.
Cierto
miércoles de siesta, me pareció distinguir
a una anciana
en el anochecer de los años,
yendo
despacio hacia las infinitas vías
del último
tren de su vida.
De tanto en
tanto, se volvía para mirarme
con una
sonrisa triste y dulce como
las naranjas
de mi niñez,
de fina
cáscara y olor marchito.
Una madrugada
plomiza,
realmente vi
brotar una flor ajada
entre dos
ojos de un puente abandonado,
parecido a
aquel donde conocí
a mi primer
amor verdadero.
Diría que me
miraban fijamente sus cuencas vacías
con todo un
ceño fruncido,
a la manera
de esas brujas de cuentos
que
capturaban infantes incautos
o
abandonados en el bosque
por papás
menesterosos;
hechiceras que
los engordaban,
pero nunca
llegaban a comérselos,
porque algo
pasaba en el último momento:
una sórdida refriega,
una salvación inesperada,
un
arrepentimiento a tiempo…
Una noche soñé
que mentía diciéndole a alguien
que nuestro
cariño viviría para siempre;
que se me
detenía en la comisura de los labios
un adiós que
olía a hierba
recién
cortada, pero con el sabor amargo
de todo jarabe
que palia
el antiguo
inevitable dolor que nos marca
la frontera
entre la corta niñez
y la larga existencia
de adultos
─falsamente─ responsables.