“Yo nací persona, no nací madre, ni esposa, nací persona”.
Con estas palabras cargadas de significado y de pasión
inició la paciente su particular desahogo.
Se dejó caer en la silla, delante de mí, como si le
pesara el mundo, y soltó esta frase rotunda. Y, tras ella, el aire restante de
su expiración.
Yo comprendí todo de forma inmediata, aunque ella no
hubiese pronunciado una sola palabra más.
Hace tiempo que le estoy dando vueltas a este tema, el de
ser esposa y madre; sobre todo, madre. Y es curioso porque yo no soy madre ni
esposa. Bueno, esto último sí, oficialmente, pero yo no me siento así, yo sólo
me siento persona.
Observo el mundo que me rodea y tampoco es tan diferente
al mundo que rodeaba a mi hermana o a mi madre. Es algo así como “diferentes
perros con la misma correa”. Suena mal, ¿no? La correa sutil, voluntaria o
inconsciente o genética que las mujeres se ponen en sus cuellos.
“La maternidad es lo mejor que me ha pasado”.
“Mi hijo es lo más importante pero yo no puedo más. Mi
cabeza es una jaula de grillos, y cuando llega la noche no puedo dormir, sigo
activada. Llevo varias noches que apenas duermo unas horas”.
Te veo agotada, con ojeras, pero siempre con una sonrisa
y una palabra amable para tu hijo, pero ¿dónde estás tú?
Hace tiempo que no puedo conversar contigo, no puedo
preguntarte cómo te sientes porque tú no tienes tiempo para responderme.
“Nací persona y nadie me dijo que me desdibujaría”.
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