La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 29 de enero de 2023

ANTIOXIDANTE, por Isabel Rezmo.

 


Debería pararse la vida,

después de una puesta de sol,

después de caer la tarde,

después de  dos besos furtivos.

Después de ser únicos,

después de ser inquebrantables.

 

Deberíamos no olvidar

ni las caricias,

ni las miradas,

ni la sal en las manos,

ni el viento rozando la cara.

 

Cada segundo es una pérdida,

en la ventana se queda,

por la puerta se olvida.

 

Lástima de esta botella de sales

de colores; solo un niño puede

tener el valor de mantenerlas,

vivas.

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 71, 30 de enero de 2023.


  Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) 
por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN: 2340-8634



SUMARIO



ENTREVISTA: 




ARTÍCULOS: 




MICRORRELATO: 





PINTURA: 




ACRÓSTICO: 




POESÍA: 







RELATO: 








REENCUENTRO, por Pepe Velasco Romero.

 


 


   Nona se encontró con un ser demacrado y viejo; con un hombre consumido por los años, de mirada extraviada y de súplica mal disimulada. Ella, aunque ya casi se había olvidado de él, en un principio creyó que su odio se iba a desatar al contemplarle; pero solo sintió pena… pena por aquel hombrecillo contraído y encogido por los años, sentado en una alta silla de mimbre que, aunque el aseo parecía rondarle a diario atendido por manos mercenarias, un olor a orín rancio envolvía el ambiente impregnando hasta el último rincón.

—¡Toma; lo guardaba tu madre con esmero! —dijo el hombre alargando algo envuelto en un papel manido y viejo.

Nona cogió el pequeño envoltorio y lo abrió despacio. Dentro encontró un pequeño crucifijo ensartado a una cadenilla desgastada y medio rota, a la que faltaba el broche y varios eslabones. Lo contempló extasiada y ausente; un volcán de recuerdos comenzó a fraguarse en su esófago amenazando con invadir todo su pecho.

—¡Es el de tu primera comunión! —intervino el anciano, corroborando lo que Nona ya había recordado—. Lo llevó siempre consigo en una pequeña bolsita enganchada a su cuerpo. Siempre me rogó encarecidamente que te lo diera cuando ella se fuera, y yo no he querido faltar a su última voluntad.

 A Nona le sobraban las explicaciones del hombre: lo había reconocido al instante. Aún se acordaba de cómo se produjo la rotura de la cadena. Había forcejeado con su amiga María… casi un conato de pelea que los adultos sofocaron al instante. Su amiga había enganchado con sus dedos la cadenilla y esta se había roto. Ella siempre creyó que se había extraviado entonces; pero su madre la había recogido con extremo cariño.

Aunque no era de mucho valor material, supuso para la mujer el más preciado tesoro que hubiera podido guardar de un ser tan querido. A Nona se le humedecieron los ojos; aunque no quería darle el gusto de que él la viera llorar y se contuvo con todas sus fuerzas, no obstante, no pudo contener una lágrima persistente y errática.

Se volvió despacio y encaminó sus pasos hacia la salida sin apenas despedirse del hombre. No quería seguir recordando su amargo pasado junto a él ni los incontables sufrimientos que indefiniblemente había infligido a su madre; pero... Nona pensó que no todo iba a ser iniquidad y maldad en aquel hombre. Algo de humanidad quedaría en él cuando fue capaz de indagar hasta poder ponerse en contacto con ella para cumplir la última voluntad de su difunta esposa.

La mujer se paró junto a la entrada, se quedó meditabunda durante unos instantes y volviendo sobre sus pasos se plantó ante él mirándole fijamente a los ojos. El viejo le sostuvo la mirada durante breves instantes; después desvió sus ojos y bajó su cabeza, quedando su mirada prendida en un punto indeterminado del suelo, entre el bastón que de forma cotidiana le servía de sustento y de apoyo y sus desgastadas zapatillas. Nona se inclinó hacia él y besó su arrugada mejilla con decisión.

—¡Gracias por guardarme este recuerdo! —le musitó quedamente.

Él se arrugó sobre sí. Se arrebujó lo más que pudo, como si el gesto y la decisión de ella le hubieran desalmado y desinflado su orgullo perenne y estúpido; como si esto le hiciera sentirse desvalido e indefenso ante ella.

En los ojos del anciano, como si de una fuente largamente reseca se tratara, comenzó a dibujarse la humedad de nuevo y a manar una fina y clara gota que se deslizó a través de su agrietado rostro. La barbilla le comenzó a temblar y la apoyó en su bastón, el que sujetaba con sus manos sarmentosas y salpicadas de manchas debido a sus ya cansadas células cutáneas, a la vejez y los años...

Trató sin éxito de fijar su mirada en la aún atractiva y agraciada mujer que él conociera y tantas veces castigara y flagelara siendo ella aún una chiquilla; pero no fue capaz de dejarla prendida a la de ella; más cuando Nona había tenido ese gesto de perdón tan esporádico y explícito para con él.

A Nona, aquel estado de extrema humillación e indefensión del anciano, a la vez que produjo en ella vergüenza ajena, desató en su interior una especie de morboso regocijo; luego, sintió lastima. Tanto tiempo recordando con rabia e impotencia sus sinrazones y palizas y ahora, cuando se le brindaba la oportunidad mejor de vengarse, no había sido capaz ni había tenido fuerzas para ello. Es más: por unos instantes se sintió culpable, como un ser desalmado y ruin, como ella siempre había pensado que era aquel hombre.

—¿Dónde están mis hermanos? —preguntó Nona, más por romper la tensión y línea movediza por donde se deslizaba la situación que por verdadero interés en sonsacar al viejo.

Ella sabía casi con certeza que entre ellos y el viejo no existía relación alguna desde hacía bastante tiempo.

—¡No lo sé...! —musitó el hombre—. Apenas han venido. Ellos estuvieron en el funeral de tu madre, pero apenas hablaron conmigo —prosiguió—. Ellos solo intentaron sacarme dinero; sobre todo Ángel.

—¿No le han preguntado nunca por mí?

El hombre calló por respuesta y sus ojos ahora chispearon, como si una fuerza o energía extrínseca a él le hubiera insuflado la vitalidad y altanería de años atrás. Luego habló despacio, casi en un susurro, como si estuviera rumiando una sorda amenaza o rememorando una humillación u ofensa sufrida tiempo atrás.

 —¡Sí...! ¡Sí me han preguntado por ti! —prosiguió el viejo al fin; pero mascando las palabras, como si le costara un enorme trabajo decir aquello—. Durante todo este tiempo fue mi mayor martirio. Cuando eran pequeños, a cada momento del día ellos me preguntaban por qué te habías ido. Luego, cuando fueron mayores e intuyeron el porqué de tu marcha, les hizo distanciarse de mí y me odiaron en silencio, por creerme el instigador y último responsable de los sufrimientos de su hermana… y por haberles privado de tu compañía.

»Yo, en un principio, creí que tu madre les imbuía estos sentimientos; pero pronto comprendí que ella me temía demasiado para esto, y eso me hizo odiarte. Durante todo este tiempo no he podido borrar el fantasma de tu ausencia y me mortificaba a mí mismo por haberte mitificado de cara a ellos.

El viejo se fue desinflando, se fue apagando su voz, como si la energía que le sustentara se fuera acabando, y de pronto cayó de nuevo en el más absoluto mutismo. Nona lo observó por última vez; dio media vuelta y se alejó despacio, sin volver la cabeza...

El natural contoneo de la mujer hizo babear de forma libidinosa al viejo, en quien —a pesar de todos los contrapuestos sentimientos que pugnaban dentro de él— primó la lascivia acumulada a lo largo de los años hacia ella. Nona sintió su sucia mirada clavada en sus nalgas, pero lo ignoró y continuó su camino con paso firme y sin inmutarse siquiera.

El viejo, una vez ella hubo doblado la esquina, llevó la mano a su entrepierna y palpó con ansia. Sacó a la luz su a medias despertado atributo masculino, durante tanto tiempo mustio y flácido, y comenzó a intentar masturbase como un poseso.

Nona enfiló el mismo camino que aquella lejana mañana de invierno, tanto tiempo atrás, y fue rememorando con nostalgia, no exenta de tristeza, cada paso de aquel aciago día.

 

viernes, 27 de enero de 2023

HIBERNAR (Acróstico), por Dori Hernández Montalbán.





Hibernando

Invocas a la poesía

Borras el dolor

Ensanchas la geometría del abrazo

Resistes las inclemencias

Nada exterior a ti te entristece

Amas

Renaces del silencio

 

miércoles, 25 de enero de 2023

VIDEOMENSAJE DE UN ADMINISTRADOR DE FINCAS A LA COMUNIDAD DE VECINOS , por Eduardo Moreno Alarcón.

 


Estimados propietarios de General Yagüe 2, al que Dios tenga en su gloria: permitidme, en primer lugar, como administrador vuestro que soy, que os trasmita un mensaje de compromiso con mi vocación de servir a esta comunidad con lealtad, responsabilidad y total entrega. Por tanto, os agradezco que me permitáis compartir con vosotros unos minutos en esta noche tan especial de reunión ordinaria. Se dice, y es verdad, que el mundo no vive tiempos fáciles. Quizás nunca lo sean del todo pero los actuales son, sin duda, tiempos de mucha incertidumbre. De cambios profundos y acelerados en muchos ámbitos que provocan preocupación e inquietud tanto dentro como fuera de nuestra agrupación. Todo cuanto hemos logrado, a lo largo de estas décadas, no se ha generado de manera espontánea; es el resultado del proyecto común de decenas de vecinos con una idea clara y unívoca de su comunidad. Así, unidos, hemos forjado un bloque ejemplar, el número 2. Las consecuencias para nuestra propia cohesión como comunidad de propietarios, siempre se han visto amenazadas por problemas de la más diversa índole: las viejas calderas, los excrementos caninos o las invasiones perro flautistas, son sólo algunas de las serias preocupaciones que tenemos en la comunidad de propietarios de General Yagüe 2, que Dios guarde en su gloria. Pero ahora, por desgracia, nos enfrentamos a un nuevo tipo de amenaza: el ruido. Un mal como jamás había conocido el portal número 2. El progreso de una comunidad depende en gran medida del carácter de sus vecinos. Es por eso que ahora, estimados propietarios, os pido fortaleza, templanza y convicción para enfrentar al enemigo. No ha de temblarnos el pulso. Es absolutamente imprescindible acabar con el ruido antes de que este acabe con nosotros. Nosotros, que hemos levantado, entre todos, con tanto sudor, una comunidad de vecinos fuerte, saneada y ejemplar.

El ruido amenaza con destruir nuestra entidad, torpedeando el edificio de manera intolerable. Nosotros, trabajadores decentes que madrugamos, no podemos permitir que el ruido nos quite horas de sueño o nos impida comunicarnos con nuestros hijos. El ruido, esto quiero recalcarlo, va contra la esencia de todo lo que tanto tiempo nos ha costado construir. Y no hay más solución que acabar con él. Para siempre y de raíz, cueste lo que cueste.

El tiempo no se detiene. Y esta comunidad no puede quedarse inmóvil ni ir por detrás de los acontecimientos. Tiene que seguir recorriendo su camino mirando siempre hacia el futuro. Avancemos con ambición. Confiemos en nosotros mismos, en los valores compartidos por esta comunidad. Por delante, tenemos un horizonte de oportunidades. No trunquemos las esperanzas de futuras generaciones. De todas las propuestas barajadas, la idea de levantar un muro insonorizado parece la más viable, barata y efectiva.

Pensemos en grande. Todos juntos. ¡Insonoricemos!

Así pues, permitidme que os felicite por la decisión que habéis tomado. Un ejemplo de fortaleza para el resto del barrio. Hoy, queridos vecinos, comienza una nueva era para todos.

Vivan las cuotas.

 

domingo, 22 de enero de 2023

BASES II CERTAMEN ARBOLES 2023

 




   Se convoca II Certamen público para escolares y jóvenes sobre la siguiente temática:

         ÁRBOLES, AGRICULTURA y MEDIO AMBIENTE

La convocatoria contempla tres técnicas y dos modalidades

Técnicas:  Poesía, cuento o diseño

Modalidades: Escolares de 12-15 años, y

Jóvenes de 16-30 años.

          Los trabajos en las técnicas de poesía, cuento o prosa, podrán ser manuscritos en letra clara o impresa, 20 versos como máximo en poesía, y una cara de A4 para el cuento o prosa.

         Para el diseño se pueden utilizar distintas técnicas: dibujo, pintura, acuarela, fotografía, diseño digital, mixto, en tamaño A3, haciendo constar en todos los trabajos, en la parte posterior: Nombre y apellidos, edad, teléfono, con SMS o whassap. Centro educativo. Vecindad.

La temática que inspirará los trabajos será relacionada con: Los árboles, la agricultura o el medio ambiente.

         Requisitos: Podrán presentarse a este certamen las personas comprendidas en las edades señaladas, siempre que vivan en Guadix y comarca.

         Premios:  Habrá Premios para los mejores trabajos con material de montaña, Multiaventura, Ruta por el Geoparque,  libros, plantas, y alimentos de calidad de la comarca. Se premiarán los trabajos presentados más originales.  Habrá obsequios para todos los participantes, y una invitación a una jornada de convivencia en el campo, con plantación de árboles o plantas.

         Se organizará una exposición de los mejores trabajos.

         Plazo de presentación hasta el 27 de Febrero de 2023, en la sede del Instituto, Escuela de Arte o Biblioteca de Guadix.

Todos los participantes aceptan las reglas de este certamen y la valoración del jurado.

         Organiza: Asociación Co-marca Guadix Natural

Colaboran: La oruga azul y Centros educativos.


HABLANDO DE LETRAS CON JAVIER ÁLVAREZ.

 


Forma parte de la nueva generación de cantautores madrileños que surgió en la década de 1990, en la que se incluyen también otros como Antonio de Pinto, Ismael Serrano, Miguel Dantart o Quique González.

Tras estudiar Filología Inglesa comenzó a actuar en el metro de Madrid y en el parque del Retiro. Con el tiempo pasó a ser habitual en el repertorio de bares y cafés como el Libertad 8, donde coincidió con otros cantautores como Pedro Guerra.

En el Colegio Mayor San Juan Evangelista interpretó como actor —no como cantante— la obra El balcón de Jean Genet, cuya versión de Pedro Manuel Víllora dirigía Belén Macías. El productor Gonzalo Benavides se fija en él en una de sus actuaciones en el Retiro, ofreciéndole grabar su primer disco en 1994.

  

1 ¿Qué vino para ti primero, la poesía o la música? Cuéntanos tus inicios con ambas cosas.

 

Por un lado, la música y por otro, la poesía. Son dos caminos que a veces convergen, cuando ello sucede, es el no va más. Siempre he escrito palabras, desde la infancia, y melodías también rondaban. Lo de mi primer disco fue un estallido espontáneo en toda regla

 

2 ¿Qué cosas inspiran tus canciones? Cuéntanos la historia de alguna significativa.

 

Todo inspira. Pero hay dos ámbitos: lo intelectual y lo espiritual.  Siendo estudioso y humilde aprendiz de ambos, me importa más lo puramente musical y espiritual. Siendo cuasi filólogo, paradójicamente, siempre sigo a los que me escuchan que no presto atención a la letra.

 

3 ¿Eres el novio de la muerte? ¿Qué te movió a versionar esta canción?

 

Ni novio ni novia. Fueron mis jefas supremas, las musas, las que lo ordenaron, como todo hasta el momento en mi carrera.

 

4 Tu voz es la dulce herida que escuece desde el principio al final de una canción, en el caso de la canción “Padre” ¿Por qué crees que escoció tanto este tema; tal vez con ella pusiste un espejo en frente a la sociedad, que es hipócrita e injusta?

 

Pongo toda la atención en que cualquier mensaje que pueda contener o sugerir algo que digo esté siempre arropado por la luz y el agua. Si escuece es porque hay herida. Pero la música sólo cura. Siempre.

 

5 ¿Qué te decepciona del mundo de la fama?

 

Siendo bastante mitómano, jamás me ha interesado lo más mínimo más que como mero espectador.

 

6 ¿Con qué sueña Javier Álvarez?

 

Con absolutamente todo

 

 

NIEBLA, por Consuelo Jiménez.



Escribo el poema adentrándome en la bruma,

obviar el vaho no ayuda a nada.

Oteo, sujeto el aliento,

con vasto escalofrío ahondo en la niebla más insondable.

Vientre opaco, miro y no veo, intuyo.

No estoy sola, palpo su invisible presencia,

soy un ovillo de raíces en búsqueda de árboles,

aves, piedras, tierra, agua,

y del tímido sol que se turba en la fosca.

Todo es un hallazgo de vida y muerte,

todo pasa y todo queda.

Se van cayendo las palabras del poema,

gravitan, pesan, se silencian.

Tal vez estaría bien que en este vacío,

mi pensamiento vislumbrase el labio de tu boca,

y sin tinta cruda,

palpitando en el ensueño,

yo te pudiese besar.

Digo que este poema,

se está abriendo letra por letra

al amor y desamor disperso en la misma niebla.

Hace frío, un frío que no marchita el latido.

Chispea, estoy dibujando la hoja sin rama,

que ilumina un atardecer cualquiera.

Mi verso es suyo.

Y cuando eso sucede, la existencia es divina.

EL DESPECHO, por José Luis Raya.

 



El despecho se ha venido considerando como algo peyorativo que, a posteriori, perjudicaba a la propia víctima, bien porque dejaba en evidencia sus carencias o complejos, bien porque realmente el ofendido-a descargaba su ira contra el ofensor, que poco o nada tenía que decir. Sin embargo, la víctima tiene absoluto derecho a desahogarse, lo que vulgarmente suele denominarse “derecho al pataleo”. Esto no debería tan siquiera cuestionarse; ahora bien, cuando ese despecho, que puede resultar incluso terapéutico, se convierte en cruenta venganza, podríamos hablar de patología. Pero esto no es exclusivo de las relaciones de pareja, sino que se extiende a los amigos, vecinos, trabajadores/jefes…

La matraca que nos están dando en los medios de comunicación es de órdago al respecto. Todos mencionan a diferentes cantantes o compositores, desde Paquita la del Barrio hasta Julio Iglesias, pasando por Miley Cyrus u Olga Guillot, Rocío Jurado, Isabel Pantoja o Rosalía. En realidad, estadísticamente hablando, este género, si es que podemos denominarlo como tal, se desarrolla especialmente entre voces femeninas y cercanas al folklore, en su sentido más amplio. Que no se me alarmen las feministas, pues en su descargo puedo asegurar que el hombre despechado, cuando hace acto de presencia puede resultar letal. No creo que me esté inventando nada.

Las mujeres abandonadas, con o sin motivos, se han visto como gatitas a la deriva o vacas sin cencerro. Seres abandonados a su suerte y víctimas de cualquier maledicencia u otras aberraciones. Parece ser que los hombres pueden rehacer su vida, mientras que las mujeres quedan estigmatizadas. No quisiera creer que aún arrastramos esta moral juedocristianamasónicarabesca o, como cualquier anticultura, donde la mujer abandonada es solo una muñeca rota, un trapo sucio, un objeto inservible. Antaño, la virginidad era, como sabemos, sobrevalorada. Ahora, los hijos son una tremenda carga para volver a empezar. Los hombres con hijos son una carga mucho menor, aunque seas famosa como la Shakira. Habría que restaurar o apedrear de una vez por todas este sistema heteropatriarcal que llevamos adosado a los genes como una lapa. Vaya, ya me salió la vena podemita. Es muy fácil también irse al otro extremo y asegurar que, cuando la mujer despechada actúa, desvalija al hombre y lo deja prácticamente en cueros: sin piso, sin casa, sin coche, sin hijos o qué sé yo. He visto de todo. A mi mente morbosa llega el despecho por antonomasia y es la venganza de Glenn Close hacia Michael Douglas en Atracción Fatal. Bien hecho, Glenn, a ese marido infiel había que darle un buen escarmiento; pero claro, el varón demostró arrepentimiento o algo parecido y había que cargarse a la pobre Glenn. Michael y Anne Archer, la dulce y leal esposa, tenían que unirse para vencer al demonio: la familia unida jamás será vencida. Una cana al aire es perdonable, especialmente si la echa el hombre. La mujer siempre será una puta. He ahí la moral esa que hemos heredado y que pesa como una losa.

Otros despechos que me asaltan son literarios. Todos recordamos las diatribas que se lanzaban Góngora y Quevedo a la par. Lo que quizás nadie sepa es que Francisco de Quevedo compró la casa de Góngora por 40.000 reales para desahuciarlo y echarlo a la calle como a un perro sarnoso, de hecho el pobre Luis se encontraba muy enfermo.

No obstante existe, como apunté al principio, una enorme cantidad y variedad de despechos y venganzas en todas las relaciones sociales. Estos resentimientos aparecen en nuestra más tierna infancia, quizás alimentados por unos padres rencorosos, y se vuelcan sobre el resto de los niños. Además, esto se aprende. Muchas víctimas de estos enconos los reutilizan, a su vez, para vengarse sobre otros seres que pasaban por allí. Son reciclables. Hay que desahogarse de alguna manera, aunque el receptor no sea merecedor de dichas tropelías. Los despechos se disfrazan muchas veces de “ninguneos”. No es necesario componer canciones hirientes o burlescas. El ninguneo, o esa patá que no se da, puede hacer mucho más daño, y son las señas de identidad de seres fríos, calculadores e indolentes, que ni sienten ni padecen. Eso sí, disfrutan con ese dolor que infligen sin infligirlo. Es una pena que esto no se contemple como una de las formas más exquisitas de hacer daño.

Para los amantes del cine, el teatro, la música o la literatura, debemos apoyar y fomentar el despecho venga de donde venga, ya que este virus favorece la creatividad y el deleite artístico. Podría considerar unas cuantas docenas de obras artísticas basadas en el despecho.

¿Acaso el final de don Juan no fue una suerte de despecho divino? Piénsalo un poco. Cosas de nuestra cultura. Hay que ser buenos y amar hasta la muerte, aunque tengas a tu lado a un ser insoportable.


martes, 10 de enero de 2023

ARCO DE SAN TORCUATO (GUADIX), José María Sánchez Aranda




 

El grito, por José María Sánchez Aranda.

 

El cielo con su anaranjado atardecer

cae sobre mi pecho,

como miles de yunques

que aprisionan mis lagrimas sin piedad.

 

Siento rabia, ¿será miedo?

qué más da, no soy nada sin recuerdos

esos que se mecían al viento

en atormentadas tardes de duelo

donde punzantes besos

sobre pasarelas de madera

suplicaban por tu encuentro

 

y por eso grito en desesperación

sin entender, por qué de mi cobarde velo

ser sin serlo, caricias de bondad.

UNA HERIDA QUE NO SANA, por Mauricio Jaramillo Londoño.



Veo fotografías y estás en ellas...

Estás triste, mirando al interior de tu alma,
es la mirada de la ausencia, de la incomprensión,
es el espíritu atormentado, desconsolado,
sin norte,
es la aflicción de la soledad.
 
Estas con tu hijita de dos o tres añitos,
pero no aquí, sino allá,
lejos de la realidad,
huido, dolido, estrellado
no por las estrellas del cielo
ni los querubines de las iglesias
sino por tu sangrante duelo
el de tus padres, creo yo,
el de haber sentido que tu papá se fue
cuando tenías sólo nueve añitos
nueve añitos nada más
nueve añitos en los que se te derrumbó el mundo
se abrió un huraco misterioso y negro
incomprensible para un niñito de nueve añitos nada más.
 
Recuerdo tu mirada de niñito de nueve años,
la tengo sembrada en mi piel, en mis carnes, en mi cerebro,
y me duele, me ha dolido siempre,
me ha herido sin posibilidad alguna de sanación,
siempre sangrante, escurriendo rojo intenso,
costra que se levanta, se seca, y reaparece,
pero, a diferencia tuya, tengo, de pronto,
un mayor poder de ocultamiento,
un hipócrita escondido,
un derrotado inderrotable,
un ausente presente.
 
En cambio, tú, hijito de nueve añitos,
sacabas a flor de carne
tu dolor de soledad
tu esperanza perdida
tus sueños derrotados
tus caricias sin caricias;
el no sentir las manos del padre
la voz del padre
la amorosidad del padre.
 
¿Está allí el origen del todo?
¿He ahí la paz vencida?
¿El hueco lo perturbó todo?
 
No sabes, y ya no podrás saberlo porque te fuiste para siempre,
si allí, en ese huraco, en ese agujero negro que todo lo chupa,
se halla el origen de las especies.
 
Aquí, sin ti, sin esperanza alguna de recuperarte
porque te fuiste para siempre.
 
Frente a mi escritorio, viéndote, recordándote,
con la botas que tenías puestas cuando moriste bañado en sangre,
las botas negras, de cuero,
que conservan el olor de tu cuerpo,
esas botas parecidas a las de un soldado 
—lo fuiste, porque te obligué—,
botas que a diario miro
y ya no estas en ellas,
ya no cubren tus pies
ni protegen tus callos.
 
Botas negras que me acompañarán hasta mi muerte,
botas que nunca botaré pues quiero morir con ellas puestas,
para sentirte, cuando brote mi último estertor,
sentirte en mi tumba muy junto a mí.

OLVIDOS, por Tomás Sánchez Rubio.

 


 

A sus sesenta años no había cometido la frivolidad de llegar ni hasta la acera de enfrente. Siempre había estado dedicado al estudio de múltiples materias, enfrascado en los libros y en la enciclopedia que heredara de sus padres junto a la casa. Nunca se interesó por un entorno que, a juzgar por lo que escuchaba en la vieja radio, parecía enteramente hostil a una mente privilegiada y a un espíritu sensible como el suyo. Un sobrino y una sobrina, hijos de su paciente hermana mayor, cuidaban de él: lo visitaban de vez en cuando, le traían la compra…

Una vez que le llegó la enfermedad y comenzó a olvidarse de quién era, decidieron sacarlo a pasear: ya no protestaba ni oponía resistencia. Cuando, al cruzar de acera por primera vez, el sol le dio directamente en la cara, sencillamente se limitó a sonreír como un niño.

EL ÚLTIMO PASEO, por María Jesús Ortiz Moreiro.

 


Me he echado a la calle porque allí, dentro, me faltaba el aire. Será porque allí me siento mueble y a los muebles no se les conoce por eso de respirar.

-          Geburtsdatum, bitte.

La auxiliar me ha pedido la fecha de nacimiento, porque por el apellido, que le he repetido hasta en tres ocasiones, deletreándoselo en español, en alemán y en inglés, no encontraba mi ficha.

Ha debido escucharme mal. Es complicado entenderse hablando con mascarillas y con el murmullo de fondo.

Tampoco atinaba a localizarme por la fecha, pues me la ha preguntado otra vez, pisando mis explicaciones. Para ella claramente no es un problema suyo de escucha, es que yo no se lo he dicho bien, es que yo no sé hablar. Pues eso. Que soy un mueble. Los muebles ni respiran ni hablan. Un mueble además que estorba. No, nada, que no me ha encontrado en la base de datos, así que no me ha podido dar la receta que yo venía a recoger y que previamente había solicitado por correo electrónico. Me ha dicho que de eso no sabía nada. ¿Que no sabía qué? Que no era su trabajo revisar los correos que entran, que yo tenía que volver a hacer cola y esperar turno y que no me podía asegurar si hoy me atendería el doctor y que mejor hiciera una cita y volviera entonces, que en definitiva era como decirme, “váyase usted a tomar viento y déjeme aquí en paz con mi lista del día, que ya bastante tengo, y encima con el teléfono este que no para de sonar”.

“¿Ah, sí?”, me he dicho, “pues antes de que me mande usted a freír espárragos me iré yo por mi propio pie”. Y eso he hecho y ahí la he dejado con el gruñido en la boca, su teléfono gritón, sus historias y sus histerias. Esto, lo de sentirme mueble inútil, es lo peor, y no que no tenga los analgésicos prescritos para los festivos que vienen con los que calmar un dolor que va a más y que nadie sabe a qué se debe.

Aquí fuera no estás mejor que en la sala de espera del médico de cabecera, aunque sopla el viento de lo lindo. Te has echado a la calle porque te faltaba el aire y aire fuera no te falta, pero eso que te duele más allá de la molestia de la que sueles quejarte, sigue ahí, apretándote como si alguien estuviera tirando continuamente de la corbata que rodea tu cuello.

Aquí fuera no huele a desinfectante, al menos. Al menos aquí no hay otros muebles que rivalicen contigo por conseguir entrar antes a la consulta o por despertar la piedad de la auxiliar que pasa lista y que da las recetas. Escucha, eso que te llevas. Pero lo sé. Sé que permanece eso de estorbar, incluso aunque por la calle avances prácticamente solo. Porque no, no hay muchos que marchen a tu lado por esta avenida tan amplia, tan elegante, tan de renombre. Por no haber, no hay ni turistas, pese a que tampoco es tan tarde, ni vagabundos apostados junto a las bocas del metro, tal vez porque no hay turistas ni viandantes que se puedan rascar el bolsillo ante ellos. Hay, eso sí, sillas alrededor de mesas ante puestos de comida rápida. Intentan seguir cierto orden, aunque la mayoría están amontonadas. Terrazas vacías. Muebles arrumbados. Sonríes. Solidaridad entre trastos. Te sientas en una de ellas. Nadie vigila que lo hagas sin consumir algo del quiosco.    

“Cuida más la encimera que a los pacientes…”, rumias, recordando la escena en el médico. Pues sí, probablemente la auxiliar ponga más empeño en no rayar el tablero del mostrador sobre el que deja las recetas que en no herir con su falta de tacto la sensibilidad de los pacientes.

¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Eh? ¿Qué te aporta seguir en este pensamiento? ¡Déjalo ya! ¡Déjalo ir!

Y este malestar… no es algo que puedas evitar con el medicamento que has venido a reclamar. Acaba llegando este ardor, este ahogamiento, este sentirse mal dentro y fuera, a cobijo y en superficie.

No acabo nunca de acostumbrarme al frío, a la humedad, al idioma, ¡a todo esto! No termino de mudar de piel, de tomar asiento. Y este duelo perpetuo que acompaña al migrante se hace más pesado de arrastrar al filo del nuevo año. Un año más vivido aquí, un año menos pasado allá. Otro paseo este, otro de tantos dados a poco de la cuenta atrás, del confeti y los petardos, de los abrazos y los brindis.

Todo esto te pasa siempre por la cabeza en días como hoy, en noches como esta. No debería sorprenderte. Es una especie de tradición para ti, por mucho que te queme todo esto de los rituales, de lo que se acostumbra a hacer llegada la fecha. No es que yo quiera fastidiarte, pero conviene que recuerdes que por mucho que salieras del terruño sin lágrimas, estas llegan puntuales año tras año cuando el año se acaba y la culpa por haberte ido, por haberlos dejado, crece.

Todo esto, querido, siempre te pasa. Acabas haciendo lo mismo en el último paseo del año. Piensas en todo esto y haces recuento de cuántas veces te han roto el corazón, ejercicio que un tipo como tú nunca reconocería hacer, ni siquiera ante alguien como yo, tu conciencia, la vocecita puntillosa, pero siempre dispuesta a acompañarte en tus momentos de bajón. No te lo tomo a mal. Es mi trabajo. Como mi trabajo es decirte que ya vale, que tranquilo, que esto pasa, que te levantes y, ¡venga!, ¡a caminar hasta que sientas más suelto el cuello de la camisa! Entonces iremos a casa, te tomarás una birra, te calentarás el kebab que te sobró del mediodía y ya se verá cómo sigue la noche. Vayamos paso a paso. Y ¡venga!, ¡camina y disfruta! ¡Sí! ¡Disfruta! No es la ciudad más acogedora ni más bonita ni de mejor clima del planeta, pero el frío no cruje hoy tan brutal ni la humedad habitual en esta época se deja sentir y, ¡qué quieras que te diga!, pero el hecho de que no haya tantos turistas ni tantos pedigüeños hace que puedas fijarte en detalles que con tanta actividad pasan desapercibidos.

Después de todo, esto no está tan mal.

“Luciérnagas…”, susurras al ver las bombillitas de las tiras de alumbrado que cubren las copas de los esqueléticos árboles del bulevar y que se mueven por el viento.

“¡Mola!”, murmuras, cuando pisas el charco que refleja un letrero en el que se lee “Christmas”.  

¡Pues claro que no, chavalote, no está tan mal!

¡Venga! Sigamos paso a paso en este, nuestro último paseo del año.