La Oruga Azul.
martes, 28 de febrero de 2023
ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 72, 28 de febrero de 2023.
ALLIGARE, por Isabel Pérez Aranda.
En un lugar privilegiado del salón
junto el sofá, el mueble de Ikea guarda
como parte de nuestra historia
un álbum que contempló
quizás desde otra perspectiva,
o tal vez desde aquella donde no habría promesas,
o salvaron el acto de colocar un anillo,
del temblor del instante,
sin duda de la futilidad de la imagen.
Así tal cual, fruto velado en blanco
y negro
alianza intacta,
secuencia de a temporalidad,
gesto arraigado
no siempre meta del deseo
cuando manos y mantra
pacto social
sellan en oro palabras firmadas.
SI PISAS, por Carmen Hernández Rey.
TRAS EL MURO GRIS..., por Josefina Bermejo Martínez.
INTIMIDACIÓN LITERARIA, José Luis Raya.
Bochornosa es la sensación de ignorancia, como de desamparo al mismo tiempo, que siento al leer los magnéticos y ampulosos Diarios de Chirbes, por su aplastante encadenamiento de lecturas, críticas y alusiones a todo tipo de escritores, ensayos o novelas. Se queda uno prácticamente desmembrado por tantos y tantos títulos que no conoce. Solos los básicos, desde Thomas Mann, Dostoievski, Proust o Flaubert, incluyendo a Cervantes. A veces uno cree que puede ir tirando de citas o referencias tan solo porque en su acervo cultural se encuentran los grandes clásicos. Pues no, hay otros mundos. Es la misma sensación que uno percibe cuando entra en una gigantesca biblioteca o librería y comprueba que no ha leído ni el cero como uno por ciento, como la interminable biblioteca de Babel de Borges o El Cementerio de los libros olvidados de Zafón, un laberinto repleto de libros.
Para empezar he ido anotando todo
aquello que me puede seducir o que puede entrar en mi esfera. Para mi consuelo
lector, pensé que no hay alusión alguna a J.Marías, Landero, de Prada o Saramago,
otros de mis muchos referentes. En cambio, hay un aluvión de autores de
diferentes nacionalidades que no he leído, ni siquiera me sonaban. Entonces me
aferro a un consuelo2 porque en mi lista hubiera citado a Murakami, Hatzenbatch,
Ishiguro o Mishima. Por cierto, estoy en un foro de Murakami donde debatimos la
simbología de este excepcional visionario. Espero que futuro Nobel. Después,
puedo anotar una serie de innumerables autores que he ido conociendo y leyendo
a través de FB principalmente, muchos de ellos podrían estar en una especie de
Olimpo particular y competir con esa inabarcable pléyade chirbesiana: M. López,
Manzano, de Loma, Maldonado o C.Hernández, por cita a vuelapluma los narradores
que más han llamado mi atención.
No obstante, después de leer las
incomparables obras maestras de Chirbes, desde Crematorio, La larga marcha o En
la orilla – quizá sea esta mi predilecta-, descubro a un exquisito cinéfilo y a
un lector voraz y compulsivo. Leer sus obras completas de alguna manera te
vincula con toda la sapiencia que ha ido acumulando este valenciano eterno,
fallecido en 2015. No he conectado en demasía con su visión marxista (aún) de
la vida y de la Literatura. Para los neófitos en estas cuestiones, se refiere
al materialismo histórico del arte y alude a otro maestro y profesor que tuve
el honor de conocer, Juan Carlos Rodríguez, a la sazón ligado a otros grandes y
conocidos como son L.G.Montero, Egea y A. Salvador. Aquellas teorías sobre la
literatura como un producto social, fruto de la lucha de clases, me cautivaron,
pero pronto las superé porque yo, como humilde escritor, siempre en ciernes, no
creo que sea un producto de la constante lucha de clases. De repente, percibí
que todo era teledirigido, no por el materialismo histórico, sino por una
suerte de Demiurgo arcano que nos lleva y nos trae; no obstante, la
creatividad, la auténtica, no tiene dueño, ni es teledirigida por ninguna
ideología marxista. Aquí pincha un poco el gran R.CH. Le ocurre algo parecido,
pero en sentido opuesto, al inefable Valle Inclán, que decía que era carlista
por estética. Para futuras reediciones, sugeriría que adosaran algún glosario
con los autores y obras aludidas, o tratadas, ya que son innumerables y estos Diarios
podrían convertirse en una suerte de manual, siempre y cuando el lector,
condicionado por la derecha mediática, se libre de sus prejuicios ideológicos.
Algo parecido me ocurrió con las
lecturas de mi paisano Antonio Enrique. Cuando me enfrenté a su Canon
Heterodoxo me sentí apabullado, pero al mismo tiempo motivado para seguir
indagando en su heterodoxia. Ese apabullamiento me sobrepasó cuando tuve entre
mis manos su Boabdil, Premio Andalucía de la Crítica. Lo digo porque su
sofisticada amenidad se despedazaba debido a una avalancha de “cultismos”
árabes (arabismos) –nótese que lo entrecomillo-. Me resultaba triplemente
apabullante tener que consultar algunos de esos vocablos tan curiosos e
interesantes —al mismo tiempo entorpecían el camino del lector—, aunque por
otra parte se agradece que se recuperen. Algo parecido me ocurrió con un (hasta
ese momento) básico Pérez Reverte, cuando empezó a torpedear su novela La carta
esférica con innecesarios e innumerables términos marinos, a la vez que ricos e
interesantes, pero que, como digo, son pedruscos que uno encuentra en la senda
de la narración, pues has de parar y consultar el diccionario, puesto que ni el
contexto te ayuda. Es como si en una narración yo escribiera el término
“fadrubado”, sin situarlo lingüísticamente para que el lector intuya, al menos,
que es algo parecido a “estropeado”. Otro autor de léxico rico y variado es JM
de Prada; sin embargo su uso es adecuado, preciso y se inserta en la
estilística del autor. En otras ocasiones, hay autores que sueltan un
desconocido vocablo y suena a gazapo, como a una mancha roja en un fondo
blanco.
Hay que tener mucho cuidado con
el uso de una estilística repleta de filigranas que solo sirve para el onanismo
y disfrute personal del autor, dejando a los lectores completamente
intimidados. Muchos de ellos me confiesan que dejan aparcada la lectura y se
olvidan del libro, volviendo a sus móviles, sus RRSS y sus Netflix. Llegará el
día en que solo se lean los propios escritores (a sí mismos) como en una voraz
orgía autofágica.
Es cierto que algunos me han
tildado de pedante. Algún día hablaré de la pedantería bien entendida. No
obstante, siempre me inclino por limar ciertas palabras para que no se
conviertan en palabros para los nuevos lectores que por ahí pululan, perdidos
en la vorágine de internet y la invasión de las series de tantísimas
plataformas. Cuando me pongo a ojear las miles de series o películas que
invaden nuestras pantallas me quedo sobrecogido pensando: “¿Cuántos lectores
habrá en el 2026?”
Desde que inicié mi tarea como
docente, allá por el 87/88, fui auscultando los intereses de los alumnos-as
reacios a la lectura, bien porque les aburre, bien por apatía o desinterés.
Tenía que sacar el bisturí y analizar sus gustos, apetencias, flaquezas o sus
inclinaciones: no todo ha de centrarse en la novela de ficción.
La mayoría de las veces daba con
la tecla y observaba complacido cómo el/la joven leía con fruición la lectura
personificada. Sabía que ya había ganado un lector para este futuro incierto
que está siendo arrasado por la tecnología: muy pronto pensarán por nosotros.
De esta manera, me preocupo por
ser coherente con mi pequeño proyecto literario y procuro, desde la página uno,
subyugar al lector, no tanto por la estilística utilizada como por la trama que
se va construyendo; muchas veces emerge por sí sola, como ese escritor de
brújula que me considero. Esto es importante, ya que si yo disfruto por los
caminos que se van formando y sus diferentes avatares, seguramente el lector
también quede complacido. Sobre todo el lector remiso.
HABLANDO DE LETRAS CON MARÍA PIZARRO
María Pizarro (Conquista 1964). Lda. en Arte Dramático y
Experta Universitaria en Criminología.
Ha publicado los libros Lyrica 75, La fragua de
Metáforas (2011), Miembro fantasma, Editores Florentinos (2015) con el
que obtuvo el premio Solienses 2016.
Así como “Caja de retratos” Edición Detorres (2017). En 2019 publicó su último libro “La libertad
de la herida” compuesto exclusivamente de haikus y otras composiciones japonesas,
con edición artesanal de Pepe Lara en el sello Iruya. Está por publicarse un quinto
libro con la Editorial Cajón de Sastre, que llevará por título “Días
ridículos”.
Coordina el Festival Grito de Mujer en Córdoba y la antología
digital Quejío Córdoba con Grito. Colabora mensualmente con el blog MasticadoresFem,
entrevistando a mujeres valiosas en diferentes ámbitos, ciencia, artes, negocios,
etc.
Componente de la
antología de poetas cordobesas “Ni diosa ni dulce ni serpiente”
presentada en la pasada Feria del libro de nuestra ciudad, editada
igualmente por la Diputación de Córdoba, selección de Jacob Lorenzo
Junto a las poetas Ana Vega, Carmen
López Cuello, Victoria García coordinó. el Ciclo de poesía feminista “Conmigo
misma”
Junto al fotógrafo Sergio Carlos
Pérez, coordina el ciclo de poesía uruguaya “Al sur del sur”
https://mariadeconquista.blogspot.com/
¿Cómo fue tu primer contacto con la poesía?
Fue en el colegio. Tenía doce
años. No sabía cuál era la diferencia entre la poesía y la prosa. Era una
inquietud, y mi maestra se quedó con lo más básico de la pregunta. Me dieron
una respuesta que hoy no la aceptaría. Centrada en la forma o más bien en la
medida de los renglones. Aun así, yo me sentí fascinada por ese lenguaje, que
era mucho más misterioso que el de la prosa. La metáfora fue la señal, escribí
alguna vez en un poema.
María, ¿qué opinas del mundo editorial a día de hoy?
Me voy a quedar una opinión que
no es propiamente mía, que la escuché no hace mucho, y no me dejó indiferente: Los verdaderos clientes de las editoriales son
los escritores, no los lectores. Y desde ese punto de vista, hay algo que no es
lógico..., Publicar se ha vuelto muy fácil, agravando la dificultad para los
escritores. Es una contradicción; pero es así. Aunque no haya el mismo número
de poetas que libros publicados. El caso es que si quieres ver tu libro impreso
es fácil pasar por caja. Y ya no digamos de las grandes editoriales, que
confían en los seguidores en las redes sociales del supuesto poeta para
afianzar unas ventas. ¿La calidad importa? Yo idealizo lo siguiente, que esos
lectores de “frases acertadas” se acerquen un día con verdadera voluntad de
leer poesía a las bibliotecas.
¿Qué proyectos sueñas con
realizar?
Lo más ilusionante que tengo en
este momento es la Antología Quejío: llevo nueve años colaborando con este Festival
y recopilando poemas en la Plataforma Calameo. Yo quisiera hacer la selección
de los mejores trabajos que se han publicado a lo largo de estos años. Hay
buenos trabajos, que yo quisiera ver trasladados y reunidos a una antología en
papel y que recorra las bibliotecas y librerías.
Has sido impulsora del Festival
Grito de Mujer en Córdoba, cuéntanos cómo empezó ¿Piensas que la mujer en el
campo de la literatura está reconocida a día de hoy?
Todo empezó en 2015, cuando fui
seleccionada para la antología conmemorativa del quinto año del festival,
homenaje a las hermanas Mirabal, Las Mariposas. Entonces vi que pedían
colaboraciones, y que se venía haciendo en más de 40 países. Fue una forma de
mostrar mi agradecimiento hacer un recital. Así que lancé una pregunta en redes
sociales. Aquel día acudieron a la Casa de Sefarat de Córdoba, poetas de mi
ciudad y de toda España. Pero al año
siguiente fueron dos, tres recitales … Y acabamos por llevar el festival a los
pueblos de la provincia. En paralelo mi compañero, Sergio Pérez y yo montábamos
una exposición colectiva de obras de arte, incluso cargábamos nuestro coche con
cuadros y nos íbamos a los pueblos. Nueve años de locura todos los meses de
marzo
Eres una gran activista cultural
¿Qué problemas te has encontrado en el camino?
Todos los trabajos que he hecho
por la cultura, ha sido de forma solidaria con centros culturales y con
asociaciones.
Es difícil que los medios te den
visibilidad. Pero tú haces el trabajo por la gente. Acuden a la llamada de un
político, pero de una poeta … Mis actividades son ajenas a las instituciones. Aunque
nos cedan una biblioteca o un espacio, como a cualquier ciudadano que lo
solicite. Por lo que te digo, que el Festival Grito de Mujer y la Antología
Quejío se hace a “pulmón” por todas las colaboraciones desinteresadas de
escritores y artistas plásticos. Las subvenciones aportan dinero, pero te
restan libertad… Pero la prensa local no acude, porque no hay político por
medio. ¿Qué se le va a hacer?
¿Cuáles son tus poetas de
referencia?
Tengo varios poetas favoritos:
Lorca, Cernuda, Rosales, Juarroz, Valente, pero ahora leo más poesía escrita
por mujeres: Castellanos, Vilariño, Cornejo, Zurera… Y amo a Juana Castro.
-
POSTDATA, por José Carlos Martínez.
Ahora que soy el último
hombre sobre el orbe
y ya no tengo que preocuparme
por aparentar
ser alguien que no soy
ni por conceptos tan desabridos
como bien o mal
busco en esta mañanas de soledad
unos gramos de fuerza
para seguir imaginándote
hermosa bajo este sol ceniciento.
Me asomo a las ruinas
de un planeta devastado
por la codicia y el agente naranja
mientras enredaderas de recuerdos
me trepan hasta la nuca
y de nuevo te imagino
soñando a mi lado.
Rumio entonces entre dientes mi
suerte
ahora que el tiempo no existe.
¡Qué engañados estábamos
haciendo planes de futuro!
y pensando dónde iríamos de
vacaciones
cuando nos jubiláramos.
De todo aquello solo quedan
una inmensidad vacía
que me invita a salir corriendo,
tres o cuatro miles de insectos,
algunas flores y unas pocas tortugas
vetustas en una isla remota.
Y un hombre que ha sobrevivido
a la música disco, al suicidio,
a quererte para siempre
y a una nefasta gestión de los
residuos.
El mismo que ahora busca fuerzas
para escribir con la inútil esperanza
de que alguien que no existe
lea estas líneas
escritas
en las cenizas
de otra civilización
muerta
y entonces
comprenda.
NO ES EL FIN, por Pedro Pastor Sánchez.
Le pareció haber estado durmiendo
durante eones, aletargado en algún oscuro y húmedo lugar, pero no geográfico,
sino en su propio interior, intimidades desconocidas, cercanas y recónditas al
mismo tiempo. Cuando la luz cegadora fue bajando su intensidad, las recortadas
siluetas fueron conformando una imagen familiar, tal y como la recordaba la
última vez que estuvo allí. La sensación de ingravidez se fue acentuando
conforme se acercaba, silencioso, al portal. Ese sabor húmedo, persistente, no
procedía de la pertinaz lluvia que golpeaba los tejados con insistencia. No,
parecía como si fuese consustancial a su ser, como si sus pulmones no
admitiesen sino el fluido, como si hubiese morado largo tiempo en las entrañas
de una ballena.
Jonás
se detuvo en mitad de la calle para contemplar la fachada grisácea. En el
balcón del piso principal, cubierta por la herrumbre, medio oculta por la
desvencijada persiana de madera que, tiempo atrás, estuvo teñida de brillante
sinople, estaba la bicicleta de su padre. La misma con la que solía acercarse a
la churrería los domingos por la mañana. La que usaba para ir a regar los
calabacines en aquel trozo de terreno calizo que él llamaba huerto. Aquel
velocípedo no se movió de allí desde el día en que murió, repentinamente, cuando
todavía no había cumplido los sesenta y cinco años. Su madre quedó quebrada y muda
desde aquel día, guardando para sí sus recuerdos, sus planes tras la jubilación
y aquel trozo de hierro.
De
repente, los destellos de un coche le devolvieron al presente. El vehículo se
aproximaba con rapidez, no parecía tener intención de frenar. En cambio, Jonás,
desafiante, no se movió un ápice. Desconocía la razón por la que el miedo no le
atenazó, o le impelió a apartarse ante el inminente impacto. Los neumáticos dibujaron
un rastro en el charco frente a sí. Cuando la líquida lámina recobró de nuevo
su bruñido aspecto, se asomó para observar, sin asombro, cómo el reflejo
devolvía únicamente su sombra, que se fundía con las nubes que pasaban,
lentamente, sobre el ceniciento cielo de su pueblo.
Marisa
contemplaba la lluvia caer entre las lamas rotas de la persiana. Cerró la
puerta del balcón y siguió, a la luz de la desnuda bombilla, recopilando fotos
y otros enseres de aquella casa que la vio nacer. La pesadez del aire, cargado
de recuerdos, le dolía en el pecho. Primero se fue su hermano. Luego, apenas
hacía una semana, su madre. Esa era toda su familia. La soltería se prolongó
demasiado tiempo, volcada como estuvo al cuidado de su progenitora.
Pasó
la tarde allí, creyendo escuchar en el pasillo los ecos de los juegos
infantiles con su hermano, husmeando los aromas de los manjares que su madre
preparaba en la cocina. Ya hacía tiempo que la tormenta había amainado cuando a
su mente acudió una idea, como soplada por alguien a su oído. Salió a la calle
y, con paso firme, se dirigió hacia el camino del antiguo apeadero, allí donde
los cipreses se cimbreaban con la ligera brisa vespertina. Depositó un sencillo
ramo de flores amarillas, nadie vio cómo sus lágrimas se confundían con las
gotas caídas sobre la lápida bajo la que yacían sus parientes.
Ester
llevaba tiempo oculta en su casa, sus relaciones sociales eran prácticamente
nulas, apenas lo necesario para hacer la compra, a primera hora, para no
cruzarse con amigos o vecinos que le recordaran su reciente pérdida. Todavía le
encogía el corazón escuchar su nombre, los pésames le laceraban el alma. La
desgracia se había cebado con ella. Todos sus sueños truncados esa aciaga
tarde. Por más que pensaba en ello, no conseguía sacarse de la cabeza aquellos
fatídicos momentos. «Tenía que haber dicho que no», se repetía una y otra vez
en su mente. Aquel barco con el que surcaron una parte del Nilo tras sus
nupcias le daba mala espina, no lo veía seguro. El guía, con su peculiar acento,
les persuadió para embarcar, no podían perderse las maravillas que les
esperaban en Luxor.
No
sabe exactamente lo que pasó. Primero le dijeron que habían chocado con una
familia de hipopótamos. Otra versión, tras el desastre, apuntaba a que la falta
de mantenimiento del barco fue la causa del boquete en el casco. El caso es que
el sueño de una vida en común se tornó en pesadilla. Ella se salvó porque
alguien puso en sus brazos uno de los pocos chalecos salvavidas. Su marido no
pudo. Había saltado para ayudar a un niño, pero fue incapaz de alcanzar de
nuevo la quilla. La visión de su mano, engullida lentamente por el Nilo,
todavía le estremecía de madrugada.
Recibió
a su cuñada de mala gana, volver a hablar de aquello no le hacía gracia, se
sentía, además de sola, vulnerable. El rostro de Marisa, en cambio, dibujaba
una sonrisa que no veía desde que falleció Jonás. Se acercó a la mesa del salón
y puso en pie un marco, fotografía castigada por su dueña a yacer oculta por el
dolor que le provocaba rememorar aquel instante de felicidad al recibir la
alianza de boda.
«No
se ha ido, sigue aquí contigo, con nosotras». La congoja volvió a embargar a
Ester. No sabía qué quería decir con aquello. Marisa hurgó en su bolsillo. Con
delicadeza, depositó algo en su mano. «Sé que es imposible, pero hoy encontré
esto en el cementerio».
Al
abrir su mano, sintió de nuevo, por un instante, el roce de su piel, la
fragancia de su colonia. El símbolo egipcio de la transformación, de la
resurrección, que le había comprado a Jonás en uno de aquellos abigarrados
bazares, brilló sobre su palma, con la misma intensidad con la que lo hizo la
última vez que lo portó su dueño, mientras se hundía en aquellas turbias aguas.
El verde escarabeo de esteatita vidriada trajo de nuevo a Jonás a su lado.
15 DE AGOSTO, por Tomás Sánchez Rubio.
De nuevo aquí. Deseaba y temía que
llegara este momento. No sé cuánto rato hace que estoy aquí parado, en esta
acera, y sin dejar de mirar el balcón.
Solamente sé que ella está en casa;
sin más compañía que su radio pequeña.
Recuerdo aquel día en que temía
llegar con la rodilla deshecha después de haberme caído con la bici. Había
estado tonteando, sin parar de hacer el caballito con los amigos en el paseo
que había a lo largo del río. En aquella ocasión también me quedé donde estoy
ahora y mirando fijamente al balcón, como si pudiera, concentrándome mucho, adivinar
si mi padre ya estaba en casa. Sin embargo, no, no había llegado. Lo sabía
porque no se escuchaba nada; ni gritos, ni su tos de perro enfermo, ni la radio
a todo volumen… Cuando, empujado por el frío del atardecer, me decidí a entrar
en el portal y subir la escalera con toda la lentitud y la pesadumbre del
mundo, fue ella quien abrió la puerta. Me miró y me sonrió, sencillamente. Mis
lágrimas rodaban en silencio, como aceite transparente, por mis mejillas
enrojecidas, y un nudo en la garganta me traspasaba como hierro candente. Ella
se limitó a curarme: primero, me limpió con agua oxigenada de 40 –¿de
40 qué?, porque nunca lo he sabido, la verdad…–; luego, me pintó sobre
la herida un sol rojo brillante hecho de amor y de mercurocromo. No había sido
tan grave después de todo. Además, mi padre no había llegado todavía.
Aún sigue la bicicleta en el balcón,
bici barata de paseo, de niño... Parece nueva. Se hacen a veces los balcones
trasteros de bicis, de bombonas, de objetos sin uso, de almas olvidadas… Sigue
la fachada con su humedad infinita, imperecedera, a pesar de ser ya agosto. Parece
no haber pasado el tiempo a través de ella. Desde aquí distingo el olor a la
madera maltrecha de la misma persiana de siempre. La había conocido con las lamas
de verde brillante y la cuerda a juego, eso sí... Por entre sus ranuras, el sol
me rayaba la cara durante las infinitas tardes de siesta en el verano, cuando
yo me empecinaba en no dormir acompañándola mientras cosía en la silla baja
escuchando la radio pequeña. Mi padre no llegaría hasta la noche…
Hoy es su santo. También es
casualidad que me hayan soltado este día, un 15 de agosto. Ha pasado mucho
tiempo. Tengo ganas de verla, pero no sé si querrá verme ella a mí.
No le traigo ningún regalo, solo
alguna que otra herida que seguro sería capaz de curar simplemente con una
sonrisa.
Nada más.
OLVIDOS, por Gloria Almendáriz.
Todas
las manos encierran misterios.
Todas
las manos hablan.
Solo
hay que prestar un poco de atención a la danza sinuosa de esa extremidad tan
genialmente otorgada.
Manos
capaces de amar, de sanar, de acariciar.
No es
este el caso.
He
aquí una mano que avergüenza.
Una
mano que pide ayuda denegada, que se erige en representación de miles de manos,
apéndices de tantos cuerpos, que yacen en los fondos marinos, cuando lo que
pretendían era emigrar a un lugar donde tocar la felicidad con la punta de los
dedos.
FÓRMULAS, por Isabel Rezmo.
Vanesa Martín
Una parte de mí se quiebra
como una bombilla,
perdida en el pasillo.
La parte intermitente,
que llama insistente a su diestra.
Una parte de mí
requiere de caricias.
Requiere de una pregunta,
una sola deducción
que camina de la mano.
Y ese paralelo se desnuda,
y soporta el calor de una botella,
soporta diferentes ecuaciones
que como mujer formulo.
ATRAPADO, por María Jesús Ortiz Moreiro.
Todavía no logro entender por qué se han puesto como se han puesto. ¡Qué
querían que les dijese! Pues lo que les he dicho, que es ni más ni menos que lo
que les digo a todos: “Que yo les saco las impresiones que me digan en el
formato y soporte que crean conveniente, que ahí tienen la lista de precios de
las copias de más al margen de lo acordado ya por el reportaje y que aquí paz y
después gloria”. Bueno, esto último, lo de “aquí paz y después gloria” no se lo
he dicho, no creo, creo que lo he añadido ahora que te lo estoy contando. En
serio que les he dicho exactamente eso. Te prometo que por mi boca no ha salido
nada más hasta mi “¡ehhhh!” que ha seguido al portazo que han dado al irse y
que ha hecho retumbar el expositor, dando casi al traste con la colección
completa de portarretratos de cristal.
Por más que lo pienso es que no me cabe en la cabeza su reacción, pero ¡qué
me puede caber más en mi pobre cabeza, que me la han puesto como un bombo, que
estoy que echo chispas! Desde que entraron aquel día en mi portalito con esas
caras redondas, con esas sonrisas petrificadas, tan iguales ambas dos que más
que prometidos parecían gemelos, no me han dado más que berrinches. Eran la
duda andante. Dudaban continuamente de todo y por todo y, claro, normal que yo,
a estas alturas, acabe dudando hasta de mi nombre. Porque me conoces, porque te
conozco, que si no… al loquero derecho.
Mira que he tratado con parejas de novios indecisas. Y estrictas y
exhibicionistas y pudorosas, tiquismiquis, pasionales, frías, descerebradas...
toda la fauna que te puedas imaginar, de todo carácter, posibles y condición.
He hecho reportajes subido a aeroplano, a globo aerostático, haciendo
submarinismo o en platós de televisión, por ponerte algunos ejemplos así
rarillos. Paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también
sobrado. Pero la habilidad de este par para volverme tarumba se ha visto hoy
condecorada con el cum laude. Después de estar toda la santa mañana con ellos,
solo con ellos, con lo que eso ha supuesto, que he tenido que cerrar la tienda
por estar mi ayudante de baja y no tener a nadie que me cubriera entretanto en
el mostrador. Después de anotar y desapuntar a igual ritmo tales y cuales
copias, de haber decidido y rectificado veinte veces las ampliaciones, resulta
que me dicen que no están seguros, bueno, en realidad sí estaban seguros, pero
yo ya les había disuadido de la idea, de manera que retorcidamente querían
hacerme decir lo que yo, por mi criterio profesional en ningún caso podía
acabar diciendo, para que, cuando se consumase el desastre, descargasen en mí
la responsabilidad del fiasco y no sobre sus divinas voluntades. Ellos insistían
“en dejarse asesorar”. Venga y venga con la matraca de que si yo era el experto
en la materia y tenía que decidir. “¡Que yo soy un mandao, señora!”, volvía
a aclararle. “¡Que yo estoy a lo que usted diga!”, le repetía al novio. ¿Tenía
que decir yo lo cualo? Ellos, dale que dale que dale, toma que toma que
toma, que tengo una novia que vale más que la fuente de Roma. Y entonces, a la
enésima vez que escuchaba su propuesta - ¿a quién se le ocurre? - de imprimir
en lienzo de gran formato la imagen de la puesta de anillos, no he podido
evitar abrir los ojos un poquito más de la cuenta, apretar los labios una
chispa, - ¡nada y menos, no te vayas a creer! - y echarme levemente hacia atrás
como para coger un poco de aire. Era lo mínimo que podía hacer. Era…
entiéndeme… Yo, yo estaba siendo sometido a una especie de tortura psicológica
por parte de dos sujetos, sujeto y sujeta, que de seguir así en su vida
conyugal les auguro una convivencia inviable y hazme caso, que en esto he
echado una especie de facultad de adivino y pareja a la que le hago el
reportaje, pareja cuyo porvenir diagnostico, conclusiones que no comparto
naturalmente con ellos, a los que me une una relación puramente contractual, ni
con nadie, salvo contigo por razones obvias, y ya sabes que andar de confidencias
no es mi estilo.
A ver… que no he hecho nada, que no es para que se fueran tan airados, para
que se mostraran tan dolidos. ¡Yo, yo debería denunciarles a ellos por daños
morales! Y vuelvo a lo de antes. ¡Que yo no he dicho nada que no les haya dicho
a otros! ¿Y qué es una leve, levísima mueca, un mini pasito hacia atrás tras
horas de “donde dije digo”? No pueden, no podrán acusarme de algo que no he
hecho. No pueden ni podrán acusarme de que no los haya tratado igual de bien
que al resto de clientes. ¡Venga! ¡Que vayan y les pregunten a todas las
parejas a las que he fotografiado en sus bodas! Que si tienen dificultad de arrancarles
testimonios tal vez sea por estar ya divorciados y no querer mentar la boda por
traerles malos recuerdos, pero no por mi falta de profesionalidad,
incuestionable, con una trayectoria intachable de más de 30 años.
“¡A ver, señor, señora!”, les diré si entran de nuevo por esa puerta, “¡que
yo solo soy un fotógrafo, que yo solo hago fotos como mi tío el churrero hace churros,
es decir, a porrillo!”, aunque, bueno, mi tío en su oficio disfruta más que yo
con el mío, aunque pareciese de inicio lo contrario. Me lo ha dicho, y ni falta
que le hacía, que es palmario que le echa ganas y que gasta arte con los palos
que mueve con gracia para ordenar la masa que va cayendo al aceite e ir haciendo
la rosca. Naturalmente esto de mi tío el churrero no se lo diré, aunque es
verdad verdadera, porque parecería que yo no me esmero y eso no es así, que me
esfuerzo pese a lo mucho que me aburre vivir en un bucle permanente, atrapado en
reportajes repetitivos por mucho que los venda como productos de una singular
originalidad. Clics, tarjetas de memoria, objetivos, flashes. Presupuestos,
copias adicionales, facturación total. Y vuelta a empezar. Disfraces, posados,
anillos. ¡Anillos y churros! ¡Sí, eso es lo que veo! Ruedas de tejeringos y anillos,
los malditos anillos en las manos malditas de ese par de endemoniados que,
además, de malos, tienen mal gusto al pretender colocar un lienzo gigantesco de
la puesta de anillos en el recibidor de su piso de ochenta metros cuadrados y
techos bajos. ¡No, de ningún modo mi firma puede ir ahí! Sería el hazmerreír
del gremio. “¿Has visto lo último de este?”, diría uno. “¡Ya no sabe qué
inventar para dar el campanazo!”, opinaría otro, “¡Menuda patochá!”,
añadirían, ¡y con más razón que un santo! ¡Es que no hay por dónde pillarlo! Un
disparate lo mires por donde lo mires. Y además ¡para lo que van a durar
juntos! Hazme caso, que en esto he echado una especie de facultad de adivino.
¿Que parece que vienen? ¡Que entren, que no hay miedo! Sabré qué decirles.
Que para bucles, el mío, en el que me encuentro por mucho que quiera perderlo
de vista. Que paciencia tengo para dar y regalar y de prudencia voy también
sobrado. Les diré ni más ni menos que lo que les digo a todos: “Que yo les saco
las impresiones que me digan en el formato y soporte que crean conveniente, que
ahí tienen la lista de precios de las copias de más al margen de lo acordado ya
por el reportaje y que aquí paz y después gloria”. Bueno, esto último no lo
suelo decir, lo he añadido ahora que te lo estoy contando. Y, sin quererlo, de
nuevo me veo en esta rueda redonda como la de los tejeringos de mi tío, como
redondos son los anillos de estos chalaos que me han vuelto loco.
FATALIDAD, por Josefina Martos Peregrín.
En su anillo brillaba el orbe. Se sabía dueña del mundo, de todo el planeta conocido, e incluso del envés nunca visto por los extraños; mientras lo conservara, mantendría el secreto, las palabras ocultas no obrarían el efecto para el que habían sido escritas, grabadas en la faz interior del aro. Mientras nadie las leyera en voz alta...
Mientras nadie se lo robara... Que no se lo sacaran del dedo mientras dormía, que no la durmieran con bebedizos, que no lo arrojaran al fango al comprobar que la turquesa era de mala calidad y la plata de baja ley. Mientras no ocurriera lo que tenía que ocurrir -barro, giro, mineral, voz, azar-, el mundo estaría a salvo.
NOCHE DE SAN VALENTIN, por Consuelo Jiménez.
Pared con pared , pesada noche,
únicamente el silencio permanece erguido,
miradas antiguas que no gimen.
Los cuerpos se van muriendo en la memoria,
como la lámpara de la casa vieja,
que de tanto en tanto el viento enciende
y solo embriaga a los insectos.
Ven , acércate.
Nuestras copas
están llenas de huellas y locuras.
El corazón es colmo de esperanza,
no caen los corazones, no caen.
Hay un amor calmo que se respira
en el sosiego de tu sueño,
el mío, sigue en tus abrazos.
Seulement je t´aime.
LA ONG ‘SOLIDARIDAD HONDURAS’, por Leandro García Casanova.
El 22 de septiembre quedo con Francisco
Soria Martínez, vicepresidente de la ‘ONGD Solidaridad Honduras’, y con el
vocal de la misma, José María Laguna. Haciendo un poco de historia, en
1986, los médicos Eduardo Jiménez, Pilar Morales, Ignacio Ramírez y
el abogado Francisco Pérez, todos ellos de Guadix, fueron en las vacaciones de
verano y durante varios años a Tegucigalpa, capital de Honduras. Aquí ayudaron
y vivieron la experiencia del intenso trabajo colaborando con entidades
locales. Sin embargo, en octubre de 1994, estos amigos deciden fundar la ‘ONGD
Solidaridad Honduras’ para atender las necesidades básicas de los niños a la
vez que piensan en llevar a cabo varios proyectos. Se trata de dar una
respuesta a los problemas endémicos de los hondureños.
La ONG cuenta también con una biblioteca-ludoteca, donde se fomenta el hábito de estudio y lectura, así como el ‘Hogar y Grupo Educativo La Casa’, que actualmente acoge a ocho niñas para que puedan acceder a la enseñanza secundaria. En febrero de 2015, fue inaugurado el ‘Centro de Salud de la Colonia La Peña’, donde también reciben atención sanitaria las colonias cercanas, en total, unos 17.000 vecinos. Finalmente, cada año se envía desde Guadix un contenedor solidario, con alimentos, material escolar, ropa, calzado, mobiliario, etc. La ONG ha tratado siempre de dar respuesta a las necesidades de los hondureños, a la vez que ellos se implican también en la obra. También colabora con varias instituciones y ciudadanos del país, que se ofrecen como voluntarios, siempre desde el mayor respeto al pueblo hondureño y velando por la justicia e igualdad en la cooperación. La ayuda se lleva a cabo con brigadas médicas, envío de material para el desarrollo agroalimentario, donación de medicamentos y material sanitario, con ayudas a los estudios y a la autoconstrucción de viviendas, con el traslado a España de enfermos con problemas graves de salud, para su curación, etc.
En 1998, el ‘Huracán Micht’ provocó un verdadero desastre en Honduras y es
cuando la ‘ONGD Solidaridad Honduras’ decide actuar en aquellos lugares donde
la ayuda oficial no llega o lo hace tarde. Se echa mano de voluntarios, de
equipos médicos y se realizan los siguientes proyectos: apoyo a la Cooperativa
Agraria de Guaimaca, construcción de una escuela infantil en la Colonia de las
Brisas y alojamientos para estudiantes de secundaria, ayudas a la construcción
de viviendas de particulares, cooperación con el ‘Hospital-Escuela de
Tegucigalpa’, ayudas de infraestructuras para el abastecimiento de agua potable
en Las Chorreras, así como ampliación de viviendas, construcción de un centro
juvenil para promover el asociacionismo, dotación de luz eléctrica de baja
tensión para veinticinco familias de la ‘Comunidad Pueblo Nuevo Cedros’ y,
finalmente, el proyecto de desarrollo rural ‘Semilla Solidaria’.
La ONG recibe algunas subvenciones, por los proyectos de cooperación internacional que presenta –no son fijas ni periódicas–, de la Diputación de Granada, de la Junta y del Parlamento de Andalucía, así como de algunos ayuntamientos de la comarca de Guadix. “Se mantiene gracias a las cuotas de los socios y las ayudas de los particulares, en función de la voluntad, ningún socio cobra y tampoco tenemos gastos, disponemos de un local en el Polígono de la Espartera, alquilado y subvencionado por el Patronato del Sagrado Corazón”, me dice el vicepresidente Francisco Soria. La ONG organiza actos sociales, como una feria solidaria en la primavera, en el Parque de Guadix, así como actividades infantiles, talleres, hace comidas y pone barras de bar a nivel familiar. Los asistentes pagan la consumición de la comida y la bebida. Los alimentos los donan empresas de Guadix y de la comarca, así como particulares y voluntarios. También hay grupos de teatro que de forma altruista representan distintas obras en el Teatro Mira de Amescua, y se organizan conciertos. En el día de la Virgen de las Angustias, la patrona de Guadix, se venden tortas y ofrece su colaboración una panadería de Hernán-Valle.