Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul",
laorugazul2013@gmail.com
ISSN 2340-8634
ISSN 2340-8634
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SUMARIO
Ilustración de la Portada: MARÍA FERNÁNDEZ MONTALBÁN "Yedralina"
CUENTOS:
Gencho y el espíritu del Sueño de DORA HERNÁNDEZ MONTALBÁN (Guadix).
Lebenbaum de PEDRO PASTOR SÁNCHEZ (Albacete).
Ya no quiero ser mayor de NURIA DE ESPINOSA (Barcelona).
FOTOPOEMAS:
9 Poemas azules de CARMEN MEMBRILLA OLEA (Guadix).
POEMAS:
Hay aromas perfectos como perfectas formas de CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁ (Guadix), con ilustración de JORGE PASTOR SÁNCHEZ (Guadix).
Tú blanco, yo indígena de ESNEYDER ÁLVAREZ (Medellín, Colombia).
Vísteme con tu piel de ROXANA ROSADO (México, D. F.).
La madre tierra y Un jardín alborotado de NURIA DE ESPINOSA (Barcelona).
Volver a los orígenes de ALICIA MARÍA EXPÓSITO (Guadix).
Nativos de ANTONIA PILAR VILLAESCUSA RIUS (Barcelona).
ARTÍCULOS:
Impresiones de Lima de JOSEFINA MARTOS PEREGRÍN (Guadix).
FOTOGRAFÍA:
La huerta y la granja de MANUEL KHORTES (Guadix).
Estampas de la Sierra de NURIA HERNÁNDEZ (Granada).
Libertad de NURIA DE ESPINOSA Junior (Barcelona).
Marquesado primavera invierno, Flor de aguacate y Tajo de los Bados de MÓNICA GARCÍA ARANDA.
ENLACES:
De CECILIA ORTIZ (Olivos, Argentina).
CUENTOS:
"Gencho y el espíritu del sueño" de DORA HERNÁNDEZ MONTALBÁN (Guadix)
Del libro "Cuentos de viejo Wädis", Editorial Proyecto Sur, S.L., 2009
"Lebenbaum" de PEDRO PASTOR SÁNCHEZ (Albacete)
Mientras intentaba
avanzar, a golpe de vara, por aquella espesura selvática, embadurnado hasta las
cejas de aquel ungüento apestoso que, supuestamente, ahuyentaba a los mosquitos
y evitaban su picadura punzante, el Dr. Jonás no dejaba de preguntarse como se
había embarcado en aventura semejante, un hombre como él, consumado chupatintas
de una farmacéutica, con su horario de trabajo, su secretaria y sus reuniones
programadas en despachos perfectamente climatizados. Se había dejado convencer
porque necesitaba unas vacaciones de sí mismo, y también de la situación
familiar que le impedía levantarse cada mañana sin sentirse un traidor. Aquella
aventura con la becaria había hecho pedazos 15 años de matrimonio, y a pesar de
todo, mantenía la convivencia con su mujer, por el bien de su hija, todo sea
dicho, pero la frialdad se había instalado en los corazones de ambos, y las
conversaciones diarias se convirtieron en una suerte de banalidades, lo
imprescindible para hacer el día llevadero y no lanzarse reproches a diario.
Como
un gusano horadando la tierra, así parecía la expedición que se habría paso por
la foresta. Plantas a la derecha, a la izquierda y aún sobre ellos, que
amenazaban con cerrar el camino a sus espaldas según avanzaban, borrar la
huella clorofílica que iban dejando atrás e impedirles volver por el mismo
camino, con tal de evitar que los secretos que la selva guardaba fueran
compartidos con el resto de los mortales.
Recién
estrenada la primavera, el vergel aparecía ante ellos en su máxima expresión, y
los sonidos les volvían literalmente locos. Aullidos, graznidos y todo suerte
de ruidos guturales les envolvían por todo el camino, exprimiéndoles el alma a
cada paso pues no sabían que podrían encontrarse ante sí en el próximo golpe de
vara. Los tres indígenas que le acompañaban, minúsculos y fibrosos, apenas
pronunciaban palabra entre ellos. El mayor, Yani, con la cara arrugada y
revenida por el sol y por los años, difícil de averiguar su edad, hablaba algo
su idioma porque tiempo atrás trabajó en la explotación maderera junto al río.
―
Estamos cerca ― dijo señalando con el palo hacia el norte.
De
repente, pareció como si esas palabras hubiesen hecho una brecha en el tiempo,
y los ruidos se calmaron, engullidos por un estremecedor estruendo, que iba in
crescendo a cada paso que daban. Los grandes árboles fueron quedando atrás,
y la alta maleza dejó al descubierto un cielo azul como nunca antes había
visto. Y una nube pareció moverse en dirección contraria a lo que sería normal,
ascendiendo y descendiendo lentamente, al tiempo que un arco iris colosal
cruzaba ante sus ojos. Por fin se dio cuenta de que habían llegado.
La
catarata no era demasiado alta, pero el choque de la lengua de agua contra las
rocas aturdía por su fuerza descomunal. Miríadas de gotas de agua deshacían su
camino de caída y volvían a subir en vuelo espumoso e incontrolado, creando un
espectáculo inusitado. Y allí, destacando entre los bordes pétreos de la
cascada, abrazado al precipicio, en un ejercicio de equilibrio sin precedentes,
se encontraba lo que habían venido a buscar, sus raíces hundidas en el rocaje
durante centurias, sosteniendo el tronco yacente sobre el abismo, como las
palmeras se asoman al océano de tal suerte que su fruto caiga al agua y pueda
esparcirse, asegurándose así la supervivencia de la especie.
Y
el fruto, precisamente, era la razón, única y exclusiva, que había movido a la
Corporación a enviarle a este remoto lugar del planeta. (...)
Nunca
antes un extraño había accedido al conocimiento del secreto más íntimo de la
tribu, y la única forma de hacerlo era “pertenecer” a la misma, ser un miembro
más, de pleno derecho, por lo cual tendría que convivir y compartir los
recursos comunes hasta el fin de sus días. Por supuesto, ni por lo más remoto,
esa idea había pasado por la idea de Jonás. El sólo quería tener éxito donde
otros fracasaron, volver a la civilización, tener el reconocimiento de su
empresa y rehacer su vida, volver con su mujer si ella le perdonaba, abrazar a
su hija. Pero aceptó que le perforasen ambas orejas para lucir el distintivo,
una pluma de papagayo azul, y de mala gana también vistió el escueto
taparrabos. El ritual se completó cuando el anciano jefe, uno por uno, pinchó
el pulgar de la mano derecha de todos y cada uno de los miembros de la tribu,
así como el del propio Jonás, que de igual forma, uno a uno, unió su mano con
sus, a partir de ese momento, “hermanos de por vida”. No había marcha atrás.
Los
días siguientes fueron de descubrimiento para Jonás. Aprendió que la selva
puede ser peligrosa, pero que si la tratas con respeto, te da todo lo que
necesitas para vivir. Se integró en la cabaña que habitaba Yani y su
familia, y con el paso de los días, se
dio cuenta de que damos demasiada importancia a lo material. Aquellos seres
eran felices en su miseria, eran ricos en experiencias, en vida plena, en
armonía.
Era
el momento de la recolecta y el desafío se tornaba inimaginable para Jonás.
¿Cómo aquellos hombrecitos serían capaces de vencer al vacío y arrancar de las
ramas tan preciados frutos?. Y más teniendo en cuenta que donde el tronco se
bifurcaba en dos, a más de 5 metros de distancia de su base, un tapiz de
gruesas hojas dentadas, tan duras y afiladas como sierras, impedían coronar la
copa o acceder a ramas adyacentes. La única solución era vencer a la gravedad y
ascender por lianas que lanzaban atadas a piedras, y que confiaban que se
sujetaran con la suficiente fuerza a las ramas más altas, de forma que el otro
extremo lo fijaban a la base del árbol. A pulso, con el palo sujeto a un brazo
y una especie de cesta hecha con hojas atada a la espalda, ascendían por la
catenaria tendida, en un ángulo de vértigo, y a base de certeros golpes de vara
trataban de recopilar los frutos en el improvisado canasto. Sin duda, este
ritual se había repetido durante generaciones, pues cualquier otro mortal, en
su sano juicio, ni siquiera hubiese intentado semejante proeza, cualquiera que
hubiese sido el valor de lo cosechado. Mientras Yani daba las instrucciones,
los otros dos indígenas se fueron turnando en varias ocasiones en su arriesgado
ejercicio acrobático, hasta que consideraron que habían conseguido el número
suficiente de frutos. Curiosamente, a pesar de la dificultad que entrañaba, apenas una pequeña cantidad
cayó al vacío, siendo engullidos por el remolino de agua en la base de la
cascada. (... continuará)
"Ya, no quiero ser Mayor" de NURIA DE ESPINOSA (Barcelona)
"Ya, no quiero ser Mayor" de NURIA DE ESPINOSA (Barcelona)
Dirigía
su inquieta mirada hacia el crepúsculo que se filtraba a través de la ventana.
El recuerdo de su niñez,
disperso y pesado, regresó insistente sobre su mente. Limpió la condensación
que se había formado en el cristal; la noche era fría como el hielo. Había dejado de
llover y un puñado de estrellas tempranas, se hacían visibles más allá de las nubes
que descendían cargadas de toda intención. Había deseado tantas veces tener la mayoría de edad; pequeñas
lágrimas bajaron por su mejilla.
¿Qué clase de vida, era la que le aguardaba? La puerta se abrió, su madre le
hizo un gesto para que la acompañase. Áyale apagó el candil que alumbraba la
estancia, cogió su muñeca favorita, un pequeño hatillo y emprendió el triste
calvario que le esperaba.___________________________________________________________________________
FOTOPOEMAS:
"9 Poemas azules" de CARMEN MEMBRILLA OLEA (Guadix)
(Isleta del Moro, Parque Natural de Cabo de Gata)
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POEMAS:
"Hay aromas perfectos como perfectas formas" de CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN (Guadix)
(Fotografía: Jorge Pastor (Guadix))
Traía la tarde un perfume
a tomillo, manzanilla y amapola,
era la luz un beso,
hiriente de melancolía,
me reconocí en las cicatrices milenarias
de las rocas,
pude sentir que la tierra gravitaba lentamente.
Escuché el latir del tiempo
en el corazón dormido de los montes,
y supe que hay aromas perfectos,
como perfectas formas,
que traen recuerdos de un pasado
en el que fuimos como los dioses.
"Tú blanco, yo indígena" de ESNEYDER ÁLVAREZ (Medellín-Colombia)
Tú dices que me conquistaste,
Yo digo que me esclavizaste.
Tú dices que todo lo haces en pro del progreso,
Yo digo que todo lo haces en pro de tu ambición.
Tú dices que eres civilización,
Yo digo que eres destrucción.
Tú dices que eres innovación
Yo digo que eres desesperanza y devastación.
Tú te vistes en el oro,
Yo me nutro de la tierra.
Tú eres deseo
Yo soy amor.
"Vísteme con tu piel" de ROXANA ROSADO (México D.F.)
"Vísteme con tu piel" de ROXANA ROSADO (México D.F.)
Vísteme con tu piel
cubre mi desnudez con tu deseo
deja que tu humedad penetre mi gozo
y toma mis fantasías una y otra vez,
prende fuego a mi hielo
deja que se derrita en tus labios
siente su sabor, paladéalo
y satisface tu apetito de mí,
fabrica con mis quimeras un campo de azucenas
embriágate con el perfume que emana de ellas,
piérdete en las montañas de mis pechos
que gozosos cobijarán tus sueños,
húndete en los abismos
que adornan mi cuerpo
deja parte de ti en mi interior
para que mi mente nunca te olvide
y si tú quieres, podemos quedarnos,
la noche es cómplice de nuestro idilio
y podremos repetir esta historia
que finalizará una y otra vez
con cada amanecer.
Por el campo aparecían
los sueños amargos del aldeano.
los rostros gachos y la mirada perdida.
El día caminando pesadamente,
con la saca al hombro
junto al paso de los arroyos.
El trigo aguardando bajo la sombra de los olivos,
y la suave brisa acariciando al sembrador
que bregaba por los montes y se cobijaba en las noches.
El aroma de las rosas
junto a tu mirada en el amanecer
es como el vaivén oscilante de los
tulipanes,
sin sonrisa, ni brisa, ni aire.
Un pajarillo afligido que ya no
canta,
y un murmullo que envuelve un
laberinto de girasoles
el jardín está alborotado, una azucena
ha sollozado
y un colibrí que le escuchó, con
su canto le ánimo.
Aromas aterciopelados envueltos en
besos endulzados
tulipanes y azucenas, sonrientes y
bellas doncellas
al galope del corcel, entre
amores y violetas.
"Volver a los orígenes" de ALICIA MARÍA EXPÓSITO (Guadix)
Aquí seguimos todos.
sin sentir la verdad
de estar equivocados.
Con la marca terrible
que llaga nuestra piel
sin darnos cuenta.
Caminamos dormidos,
con ojos moribundos
de tiempo y de distancia.
Sordos, cuando la mar
nos llama embravecida,
cuando gritan los árboles
su agónico silencio.
La vida es una tumba
sin nombre, sin sentido.
Mirad alrededor:
si los sueños se rompen,
¿en qué lugar reposa
la tristeza?
Sólo queda volver,
volver a los orígenes
y renacer sin mancha,
sin pecados, ni ausencias.
Despertar la mirada
a arboledas y pájaros.
La soledad se rompe
en paisajes de espuma
y horizontes violetas,
donde reposa el alma,
el corazón cansado.
Sólo basta sentir
el aullido del viento
o un pálpito de tierra
sobre el pecho desnudo
para entender la vida
en toda la extensión
de la palabra.
"Nativos" de Antonia Pilar Villaescusa Rius
nativo del mundo,
y de muchos mundos más…
Tú, que hallas la fe en perdidas llanuras
en montes que acarician el cielo,
en dioses escondidos
plenos de razón y sabiduría…
Tú, que naces, y mueres
entre malezas y ríos rebosados...
entre cánticos y llantos..
Háblame si puedes de tus bellos orígenes,
de tus sabias palabras calladas,
de tu lenguaje primitivo
de tu lucha incansable
de la vida que cambia de armonía
cada instante que respiras....
Del azabache de tu piel
en la dureza de tus carnes prietas
de tu pelo negro y tu sonrisa fiel…
Dime, si más allá de tus plegarias
hay una voz que te mima.
Un consuelo que te calma.
Una paz que tranquiliza…
Indígena del mundo,
dame tu mano si puedes,
llévame contigo
a esos altares de selvas y vírgenes paisajes.
Enséñame a querer un pedazo de tu tierra
a borrar el retazo de cemento
del lugar de donde yo provengo...
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ARTICULOS:
"Impresiones de Lima" de JOSEFINA MARTOS PEREGRÍN (Guadix)
No puedo decir que me gustase mi
primera visión del Perú: Lima me pareció una ciudad sin gracia, empañada de
vaho turbio, del vapor opaco que
desprende la costa inmediata. Puerta de
entrada que no invita, saludo y despedida, porque a ella habría de volver
después de recorrer el país durante casi un mes. Y será en ese regreso cuando
descubra su extraño atractivo, su sobreabundancia de vida y muerte, de amores y lamentos. Acabaré reconciliándome con sus voces y sus
formas, con lo que se ve y lo que no se ve. Por vieja y por nueva, por muerta y
renacida una y otra vez.
Dos corazones, dos plazas: la de Armas
y la del Libertador. Aristocrática, coloreada, hermosa, la de Armas, con la
catedral, el palacio arzobispal, el palacio de gobierno, la Casa de la
Literatura… Y unos bellísimos balcones en madera de cedro de Nicaragua, la más
utilizada en las construcciones suntuosas del Virreinato.
En cambio, llamar bella a la plaza del Libertador sería,
sin duda, un exceso. Resulta señorial, amplia, blanca; incluso se le podría
atribuir una buena dosis de elegancia, un cierto “chic” francés, si no vinieran
a desmentirlo sus moradores y paseantes: morenos, cholos, serranos; gentes que reclaman,
protestan, proclaman, duermen, chillan. Manifestaciones
a pie, manifestaciones sentadas, paradas, ocio, diversión, parloteo, descanso.
Y policía, mucha policía. Choca la frecuente, la casi continua exhibición de
fuerza por parte de la policía, que cruza la plaza o la rodea o circula por las
calles adyacentes, siguiendo el perímetro limitado por edificios señoriales y
antañones.
Entro a la plaza, atraída por un grupo
de gentes que visten túnicas color papaya, anaranjadas y largas. Sobre sus
cabezas sostienen proclamas en sábanas escritas: “No a la nueva Ley de
Enseñanza”. Son maestros venidos de Junín, ciudad situada en la ceja de selva. Hablamos,
pregunto, me preguntan; no somos tan distintos, aunque unos y otros ignoremos tanto de nuestras respectivas formas de vida.
La policía se acerca, un batallón silencioso nos rodea, los caballos de “la montada”
relinchan sin llegar a entrar en la plaza… Un minuto tenso. Pero no ocurre
nada, igual que han venido, se van, sin motivo aparente. Respiramos, respiro,
me despido, sigo caminando.
Por todas partes adivino más pobreza de
la que se ve, una pobreza tímida, avergonzada, que lucha por esconderse.
Vendedores de todo y de nada, de supervivencia en paquetes mínimos: semillas de
girasol, banana fileteada, maní, macadam… Doscientos gramos que se dividen en
diez porciones para procurar una ganancia de 10, 12, quizás hasta de 20 soles,
tras toda una jornada de callejeo vendedor.
Pobreza temerosa, disimulada, que se
pierde entre el gentío de los jirones abigarrados. ¿Qué es un jirón? Pues una
calle muy larga, producto de unir varias calles seguidas. Los hay peatonales,
como el famoso y popular Jirón de la Unión, donde de nuevo me encuentro con la
policía, que ocupa todo un lado de la calle; no parece sino que hubiera sacado
a pasear su armamento, en especial sus
enormes y transparentes escudos, más llamativos
que sus negrísimas porras y pistolas.
Hay
ciudades que viven con las entrañas fuera, que las muestran sin pudor; Lima no,
Lima las recubre de tules esfumados, de candorosas puntillas recosidas.
Conserva su pudoroso coqueteo de antigua capital del Virreinato del Perú; le
quedan unos cuantos palacios, conventos,
iglesias, en medio de las heridas de los siglos. Se muestra erguida a
pesar de inundaciones y terremotos, pero yo veo una ciudad vieja y desnuda,
adornada de randas medio arrasadas, de velos injuriados por el tiempo. Y la garúa.
Garúa se llama esa niebla quieta que agrisa los perfiles y los sonidos, remata
las esquinas y adormece a los árboles. Quizá, del primer día, lo más intenso
para mí fue esa garúa que tanto había deseado conocer. Porque forma parte de
esta ciudad, de su historia, su vida y su leyenda. Porque me he encontrado con
ella en libros, novelas, cuentos… La leía sin acertar a imaginarla, pues no se
parece al “smog” londinense ni a la fría niebla de los países nórdicos ni a la
bruma de los ríos que amanecen. Ahora, al fin, sé cómo es. Ahora comprendo a
Vargas Llosa cuando escribe “El cielo sigue nublado, la atmósfera es aún más
gris y ha comenzado la garúa: patitas de zancudos en la piel, caricias de
telarañas”. Cierto, la garúa no sólo se ve, se palpa.
Lima, fruta redonda, suave y ácida. Una
fruta pasada de sazón que en la noche se me aparece más bella, aunque las nubes
persistentes nos oculten la luna y las estrellas consteladas en la Cruz del
Sur.
Recorro la avenida Tacna, tan diferente
a las calles que he caminado durante el día; se suceden en ella los centros
comerciales, modernos pero con aspecto añoso, descuidado,
de iluminación intensa en su interior, que
contrasta con la escasez de luces de la
calle.
Cruzo el puente de Santa Rosa, sobre el
Rímac (significa “río hablador”); desde la seguridad de la baranda de piedra lo
veo bullir allá
al fondo, intensamente verde a
causa de los focos que lo alumbran; no
se cansa de parlotear con las enormes,
rotundas rocas, que pretenden obstruir su cauce. Continúa la avenida Tacna al
otro lado del puente, aunque cambiada:
se mantiene ancha, pero adquiere un cierto aire de poblachón; grandes
portones dan paso a superficies
comerciales ajadas, incongruentemente viejas. Alternan los edificios
desocupados o “tugurizados”, como dicen aquí, con fachadas cubiertas de neones
hipnóticos, de relámpagos ludópatas: se
trata de las “Aventuras Tragamonedas”, tremendos, enormes espacios abarrotados
de máquinas viciosas que, sin duda, tragan monedas y hombres.
Más adelante un extraño cántico me
detiene; en un portalón, en un zaguán sacralizado y pleno de luces, veo
una iglesia abierta, pequeñita, como el cuarto de estar de Dios Padre, con un
altar sin sagrario, plagado de espejos, presidido por un Nazareno en faldas, de
torso desnudo y azotado. La oficiante, una mujer, entona una salmodia lenta que acompaña con
una pandereta triste. Letras “a lo divino” encajadas trabajosamente en una
melodía que me recuerda a Camilo Sesto. Flaca, hirviente, de ojeras muy
pronunciadas… ¿De qué historia agónica viene esta mujer? Unos cuantos fieles,
una quincena escasa – muchos más no cabrían en esos tres bancos
de iglesia- miran, dormitan. Parecen caídos allí por casualidad, a la busca de un
lugar seguro donde reposar un rato.
Mientras permanezco en la puerta,
mirando, quieta en el umbral de este extraño templo, una niña que pasa le
advierte a su mamá “Mamá, me persigné ocho veces”, orgullosa de lo bien que lo
ha hecho.
No tardo en llegar a una calle-carretera
transversal, a partir de la cual todo parece diferente; moto-taxis (en realidad, pequeños motocarros
de colores) que no he visto circular por el centro, gentes que esperan colectivos…Y
una mujer que me avisa “No pase de aquí. Más allá es peligroso”.
Frontera de una barriada periférica,
quizá de uno de esos “pueblos jóvenes”. Qué bien suena, ¿verdad? ,
“pueblos jóvenes”; ahí advierto que los
estadistas peruanos dominan el arte del eufemismo, no necesitan lecciones de
nuestros políticos, sumos maestros en esta habilidad de mentir valiéndose de
sutiles cambios de nombre. Valga un ejemplo: en España ya no nos enfrentamos al
problema del paro sino que seguimos “la
hoja de ruta del desempleo”. En fin, a lo que iba, en Perú llaman “pueblos jóvenes” a las barriadas más
míseras, pobladas por migrantes recientes, muchedumbres que se resguardan entre
cuatro paredes bajo techo de calamina, sin agua ni electricidad ni nada que
pueda recordarnos a una verdadera calle. Serranos que abandonaron la cordillera
,o la selva; supervivientes de terremotos, inundaciones, ataques de Sendero
Luminoso o del ejército patrio. ¿Qué injurias no habrán sufrido estas gentes
indias, “serranos” les llaman, estas etnias avasalladas por toda clase de
libertadores? Y me hago consciente de que, lo quiera o no,
aquí soy “blanca”, una “gringuita” como dicen ellos, venida de otro mundo donde
imperan otras medidas y otros valores… Con la impertinente manía de
fotografiarlo todo y de hablar un peruano que ¡allá quien lo entienda! Porque
las
palabras
son las mismas pero son otras. Voy aprendiendo; por ejemplo, sé que ésa no es
la parada del autobús sino el paradero del colectivo. Que no camino por la
acera, camino por la vereda; que ese cartel que indica “playa” no anuncia el
mar: se refiere a un solar cerrado que sirve de aparcamiento. Y si quiero un
zumo deberé pedir un jugo; entonces cogerán la papaya, la piña o el mango y lo
exprimirán ante mí , para ofrecérmelo fresco en una jarra. Reconozco que vengo
ya entrenada por la lectura de abundante literatura peruana, pero, a pesar de
ello, oigo frases enigmáticas, que tardo en descifrar, como “Va el cholo y me
dise el cojudo que no paso, que mi nombre está en el sistema”.
“Cholo” y “serrano” básicamente
significan “indio” y se emplean como insultos. La vergüenza secular de ser
indio y pobre. Sólo si comprendemos esto podremos también comprender, y
disculpar, el machacón “sueño inca” del Perú actual; la exageración continua de
los méritos y gloria de los pueblos prehispanos, la borrachera de orgullo
indigenista, la exaltación del Imperio inca, de su civilización y sus bondades.
Revisión histórica que no busca la verdad (este tipo de revisiones nunca lo
hace), busca una reparación moral, necesaria y justa en este caso: los indios
no son bestias, puesto que existieron
pueblos indios libres, poderosos, no sometidos a ningún “gringo”. Y esta sencilla afirmación supone una
novedad revulsiva para la sociedad peruana. Por eso, cuando viajamos
actualmente por Perú, nos
topamos de continuo con las grandezas
chimús, moches, incas, etc., sobrevolando con sus alas de gloria la
miseria del indio de hoy día. El oro de un ayer fabuloso ilumina la oscuridad del
presente.
Lima, ciudad de los Reyes… De los Reyes
Magos, pues se fundó un seis de Enero. Un regalo de Reyes.
Hay tanto que averiguar de cualquier
ciudad, tanto que sentir, mirar, penar, gozar.
Imposible evocar Lima (y el resto del
Perú) sin recordar sus quioscos de prensa:
las publicaciones expuestas unas junto a otras, formando una pared, un
mosaico vertical de crímenes y políticos, de enfermedades y ejército, de crisis
grises y tangas a todo color: portadas, primeras planas, “Mata a su amigo y lo
esconde bajo la cama”, “Sí tiene cáncer”, “La forzó antes de descuartizarla”…”Hermanas
presas”, “El boom del turismo”, “Matan a cómplice de Gringasho”,” Pie
diabético”, “100 plantas que curan”, “La conga no se ha ido”, “Se volvió loco”…Una
pared de noticias sin escapatoria, de horror que nos persigue, que atrapa a
numerosos transeúntes, pues siempre vemos delante del mosaico noticiero a un grupo de
hombres leyendo los diarios que no van a comprar.
El espanto. En la prensa habita el
espanto. Me animo pensando que a este
lado de la frontera no suele ocurrir nada grave y de pronto me doy cuenta de
que, si puedo pasear, si podemos pasear los extranjeros por estas calles del
centro, a la policía se lo debemos, a esos alardes que tan poco me gustaron
esta mañana. Blanca, irremediable y privilegiadamente blanca.
Recuerdo
la visión, desde el autobús que me llevaba a Barranca, de las inacabables
afueras de Lima; a un lado y otro de la carretera Panamericana se
extendían poblamientos de una fealdad
inverosímil, abandonados, cenicientos,
plantados
en un mundo de bruma incolora, de garúa insistente que apaga cuanto toca.
Paisaje triste, sin vegetación. Me
asustó, sobre todo, la ausencia de color, como si alguien provisto de una
inmensa goma de borrar, hubiese suprimido
despiadadamente colores y perfiles.
Terrenos vallados sobre arenales
inhóspitos, perros hambrientos, serranos sin cancha, lotes de tierra exiguos… Y
con todo, abundancia de pequeños negocios
que
sacan a la familia adelante, trasiego de gentes que se afanan, niños que acuden
al colegio, colectivos atestados de trabajadores de todos los colores y clases…
Quizá
porque recuerdo éstas y otras barriadas, porque se me quedan dentro, cuando me
hablan de los peligros de viajar, pienso “Viajar, ¿peligroso? No, peligroso,
vivir. Y difícil.” Para los pobres, en todas partes.
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FOTOGRAFÍA:
"La huerta y la granja" de MANUEL KHORTES (Guadix)
Ojos de uva |
Amigos para siempre |
Grillo trepador de amapolas |
Primavera en la huerta |
"Marquesado del Zenete: primavera invierno", "Flor de aguacate" y "Tajo de los bados" de MÓNICA GARCÍA ARANDA (Los Guájares)
ENLACES:
De CECILIA ORTIZ
www.facebook/Zonadefuegolapalabra
http://zonadefuego-lapalabra.blogspot.com/