“Nunca mejora su estado quien muda solamente de
lugar y no de vida y de costumbres.”
Francisco de Quevedo
Buscamos un
lugar donde vivir, un lugar donde descansar, un lugar para pasear, uno ajeno
para comer, otro para amar, alguno para reír, muchos para recordar… pero el
lugar más importante es el lugar donde morir.
Vivimos sin la
certeza de que somos mortales. Nuestra vida aquí tiene un comienzo, un
desarrollo y un final, como las buenas novelas. Y elegimos con afán nuestra
casa, la adornamos y decoramos, la mimamos y vivimos para pagarla. Si algo nos
sobra, buscamos parajes desconocidos para fotografiarlos, para pintarlos, para
saborearlos… pero no nos paramos a pensar que todo esto es efímero, fugaz,
perecedero y circunstancial.
“Un laberinto es una casa labrada para
confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está
subordinada a ese fin”
El inmortal, Jorge Luis Borges
No nos han
educado para morir, sino para durar, para permanecer. Los laboratorios trabajan
a marchas forzadas para lograr ese “Bálsamo de fierabrás”, bendita inocencia
del Hidalgo Don Quijote, el elixir de la vida eterna, la meta de cualquier
alquimista que se precie. Buscan la fórmula de la senectud sin enfermedades,
morir sano y perfecto, bello y suave como Benjamin Button. No nos han enseñado
a ver la muerte como un irse serenamente, en paz, sin miedo ni tristeza; es,
sin embargo, un esqueleto hostil que porta una guadaña, que asusta a niños y
mayores, que viene oculta en una gran capa negra y deja los rostros de los que
nos han querido transfigurados por el llanto.
“Conversé con filósofos que sintieron que
dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de
sus muertes”
El inmortal, Jorge Luis Borges
Todos, en mayor
o menor medida, sabemos lo que nos hace felices… ese lugar que reúna casi todos
los ingredientes para ello, es el perfecto para morir.
A veces
necesitamos cambiar de escenario y mezclarnos en la rutina de nuevos olores.
¿Por qué no hacerlo cuándo intuimos, avistamos, que estamos llegando al final?
Yo me pregunto muchas veces “desde dónde
quiero subir al cielo”. Y me imagino un lugar así: un mar infinito, una
arena fina, un balcón con forma oval que enmarque mi último aliento. Una casa
encalada con contraventanas azules, olores a las más sabrosas comidas, altas
copas de cristal colmadas de fresas con crema, jugosos mangos y panecillos de
canela recién horneados; cojines y camas mullidas, tules y exquisito algodón,
perfumes de cedro y mandarina y música, música que ilumine mi sonrisa. Y me
imagino rodeada de semblantes alegres, de facciones amables, de risas y largas
tertulias hasta el amanecer o desde el ocaso; y que otros hagan por mí lo que
ya no tendré ganas. Y me imagino asida mi mano a la del ser amado. Y me imagino
feliz.
“La muerte (o su alusión) hace preciosos y
patéticos a los hombres”
El inmortal, Jorge Luis Borges
Siento que somos
libres para elegir, dónde vivir y dónde morir. Y al idear dónde morir excluyo
todo lo que me ate; en ese lugar no existen las horas, ni tampoco los
convencionalismos, ni tan siquiera la cortesía, dejaré aquí a quien no me
simpatiza y me llevaré algunos libros y mis recuerdos, y mi equipaje será
excéntrico y liviano. Y venderé todo lo que tenga para tener suficiente hasta
que llegue el momento de subir al cielo. Y me dará igual dejar o no herencia; y
me dará igual tener planes el viernes por la noche, y sustituir verduras a modo
de pasta, o ir a la moda… y me dará igual lo que nadie piense. Y dejaré de
malgastar mi tiempo con la gente equivocada, y seré quien soy, no quien quieren
que sea, y me darán igual los errores cometidos, pues ya los reparé o que lo
haga el tiempo. Tal vez ya sea el momento de partir hacia allá, aunque falte
mucho para subir al cielo…
Hay
tantos lugares hermosos para este fin…
Creo
firmemente que un buen plan de vida es un buen proyecto de muerte.
Al
prepararnos para esa llegada que siempre es imprevista, inadvertida e
inesperada, sé que nos creamos de nuevo a nosotros mismos, que reconstruimos
los fragmentos esparcidos, que nos reinventamos, que somos mejores personas de
lo que hemos sido nunca y, sobre todo libres, como Dios nos creó, soberanos de
nuestro cuerpo y nuestra mente, exentos de paradigmas desacertados, e inmunes a
cualquier cosa que no sea nuestra fascinación.
“Platón enseñó en Atenas que,
al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en
Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa doctrina”
Los teólogos, Jorge Luis
Borges
Y cuando
pienso en ese lugar, donde el aire es tan puro y el mar tan cristalino, no me
veo en una clínica, ni sometida a horarios, ni permitiendo que me hablen como
si fuera un bebé. Tampoco pienso en ese abominable sitio que hay en Suiza,
“Dignitas”, capitaneado por los sin escrúpulos Erika Luley y Ludwig Minelli,
dónde morir con dignidad es sinónimo de pagar una astronómica suma o una
suculenta donación, para ingerir en el apartamento de la mencionada,
pentobarbital de sodio, pasar al coma y a la parada respiratoria en segundos,
en una habitación aséptica, donde, si se solicita, se le puede poner música a
la víctima en su último viaje, y que ésta mal llamada enfermera atesore a la
vista de todos un museo de horror: muletas, bastones, pañuelos… recuerdos de
los más de 2000 incautos que han pasado por allí. Y no puedes elegir hora, los
suicidios pagados son por la tarde…
Por eso
yo ya he elegido mi lugar para morir, y está lleno de olorosas plantas y de
cantos de ruiseñores. Y de mar…
“El tiempo no rehace lo que
perdemos; la eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego”
Los teólogos, Jorge Luis
Borges
Así habla Pablo Neruda
en su poema “Para subir al cielo”:
Para subir al cielo se necesitan
dos alas,
un violín.
Y unas cuantas cosas
sin numerar, sin que se hayan nombrado,
certificados de ojo largo y lento,
inscripción en las uñas del almendro,
títulos en la hierba en la mañana.