Los orígenes del cotilleo – chismorreo, comadreo, charlo,
alcahueteo, critiqueo, enredo…- se remonta a las tribus primitivas, parece ser
que resultaba beneficioso para conocer los puntos débiles de las tribus
opuestas o enemigas, o también para emparentarse con la mejor hembra o para
construir o destruir clanes. En La
aulularia de Plauto recuerdo perfectamente cómo un personaje llamaba a
otro “circumpectatrix”, para tildarla de fisgona o chismosa – se trataba de un
personaje femenino- Muchos sociólogos consideran que se trata de un aspecto
saludable para el fomento de las relaciones humanas y sociales. En muchas
ocasiones sirve como inicio de una conversación que no arranca, en la que los
interlocutores no saben qué decirse o no saben interactuar por falta de empatía
o porque la situación es tensa, por lo que ayuda a distenderla. Para entender
bien La Celestina no
debemos obviar el pasaje en que Elicia y Areúsa manifiestan su rencor hacia
Melibea con absoluta crueldad y vehemencia. Se aprecia con claridad que es la
envidia y la frustración lo que las mueve a proferir esas valoraciones. No es
el ambiente distendido y empático el que fluye entre ellas. No son éstas las
circunstancias ingenuas que pretenden colegir todos estos sociólogos
edulcorados con almíbar y sirope de frambuesa, puesto que es la génesis de la
tragedia que conduce la magistral obra editada por primera vez en 1499: el
crimen. Incluso fue el origen del destierro en El Cid: el vil chisme producido por la insana envidia. Esto sucede
también con el pobre Alonso Quijano, El
Ingenioso Hidalgo de La Mancha, que es víctima continuamente de los
vituperios y maledicencias de sus coetáneos, que lo ridiculizan y lo sacuden
sin piedad a lo largo de la obra de Cervantes. Recordemos con qué mordaz y
premeditada insidia se producen las burlas urdidas en el palacio ducal de la
segunda parte con la supuesta condesa Trifaldi. Recapitulemos cómo acaba en
tragedia Otelo, inducida por el
chisme urdido magistralmente por Yago, que, como un gusano voraz, irá
destrozando la mente de Otelo hasta que dé muerte a su amada Desdémona. El
chismorreo, las intrigas palaciegas y la venganza también vertebran el
argumento de “Las amistades peligrosas”
de P. Chordelos, a través de epístolas plagadas de comidillas y fruiciones, que
da lugar a otra magistral tragedia amorosa. A la mente se me viene la espléndida
obra de William Wyler, La calumnia.
O la reciente y no menos magnífica La caza de Thomas Vinterberg.
Nuestra tierra concretamente produce estos permanentes
estados de critiqueo, quizá favorecidos por el clima halagüeño del sur, todos
sabemos cómo las señoras cogían sus sillas de anea y se sentaban en las puertas
de sus casas para platicar con las vecinas, al fresco de las noches de verano –
cuando entonces hacía fresco- y no precisamente debatían sobre Hegel o los
encajes de bolillo, mientras los hombres se contaban sus chismes en las
tabernas, entre chato de vino y partidita de cartas. Quizá se trate de nuestros
orígenes picarescos en los que la mentira y el comadreo se fundamenten para que
las historias avancen. El Lazarillo
se sustenta sobre un chisme, no lo olvidemos. La gente decía que a su joven
esposa se la beneficiaba el Arcipreste. Seguramente sea una de las pocas obras
literarias clásicas en las que las habladurías no concluyan en desastre.
También hay que recordar la tópica imagen de “la portera”, la cual conocía,
quizá parcialmente, todos los tejemanejes de los vecinos y vecinas.
Lo curioso del critiqueo es que casi nadie lo hace de manera
positiva, con admiración y respeto, sino que el chismorreo malsano y dañino se
fundamente en la envidia porque al amigo o vecino le va bien en sus negocios,
porque sin duda es muy feliz en su relación, porque sus hijos o hijas han
sacado muy buenas notas o porque disfruta de una casa formidable. Los
chismosos-as se mueven exclusivamente por el rencor, la falta de autoestima, la
frustración, el fracaso y la inseguridad. En el grupo en cuestión suele haber
un líder que inicia el despotrique de forma fina, casi discreta, sin
que se note, a continuación sus acólitos comienzan a rajar y a diseccionar. A
menudo hacen leña del árbol caído o empiezan a derrumbar al que está en la
cima. Tratan de impedir que prospere, y, en cuanto pueden, destripan y se
reparten la carnaza. Suelen ser seres falsos y ruines, muestran su cara más
amable para sonsacar y luego malmeter, para enfrentar y dividir, ya que
ellos-as disfrutan de su propio daño causado por sus inquinos
comentarios, siempre a espaldas de los aludidos, cuando estos están ausentes y
no se pueden defender de esas malvadas y falsas acusaciones, basadas en el
despropósito de unos falsos y cobardes amigos-as, que ni viven ni dejan vivir,
cuya principal intención es hacer el mal, debido sencillamente a la
infelicidad, al aburrimiento y a la frustración que sustentan sus anodinas y
mediocres vidas. Si no critican se aburren hasta el hartazgo. No olvidemos que
los que hablan mal de los demás contigo, hablan mal de ti con los demás, es
como un hobby. Deberían de aprender, en primer lugar, que el amigo de verdad te
reprende en privado y te alaba en público, tal y como han hecho siempre
nuestros padres, que son los que más nos quieren. Sin embargo, sin estos
abyectos personajes no hubieran existido tantas obras maestras del cine y de la
literatura.
Voy a poner un poco de música a tus letras: https://youtu.be/zEfdLnc_kgU
ResponderEliminarMe quedo con la frase final, sobre reprender en privado y alabar en público. Un excelente artículo que ayuda a morderse la lengua de vez en cuando. Gracias Pepe.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado, Jorge. Un abrazo
ResponderEliminar