La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 14 de enero de 2014

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 8, 15 de enero de 2014: "Cine"



Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN 2340-8634



SUMARIO


Ilustración de la portada: 

RAFAEL MARRUECOS HERNÁNDEZ


Música para cine: 




Cortos: 




Diseño gráfico artístico:



Fotos de cine:


Han colaborado: 

DORA HERNÁNDEZ MONTALBAN
EVA MACHADO MORÓN
ENCARNI HERNANDEZ MONTALBAN
ENCARNA MORILLAS MESA
MARÍA PIZARRO
NURIA HERNANDEZ
TRINIDAD GARCÍA SEVILLANO
LOLI GONZÁLEZ MONTALBÁN
CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN



Poesía: 








Relatos:








Artículos: 
















No me cuentes películas, de PEDRO PASTOR SÁNCHEZ



Voló a tres metros sobre el cielo de la Gran Manzana, por un momento suspendido en el aire. El golpe fue bestial, aunque nadie oyó gritar al desafortunado. La bicicleta, un amasijo de hierros, el cuerpo, un guiñapo sobre el asfalto de la jungla de cristal y hormigón, la cara oculta bajo una gorra azul, desfigurada, apenas reconocible.
Nunca la muerte de un ciclista fue primera plana, un fenómeno tan mediático como el asesinato de Richard Nixon o JFK. Pero se trataba del atropello de "el elegido", el que un día el emisario del monasterio dijo que era la reencarnación del Dalai Lama, el gurú con el aura pura que iluminaría al mundo. Puso fin a sus días extraños en el orfanato y estuvo con el chico durante siete años en el Tibet, siendo el maestro del que algún día nos enseñaría el camino de la felicidad. Años después, su pista se perdió. Dicen que fue secuestrado, incluso se pidió un rescate, llegando a mandar sus captores una prueba de vida, parte del dedo meñique de la mano derecha. Nunca más se supo de él. De eso hace no menos de 15 años y un día.

¿Pero quién mato a Harry?. En la esquina, un único testigo, “taxi driver” asiático, que podía arrojar luz a este misterioso asesinato en Manhattan. La intérprete tradujo textualmente el interrogatorio. En la conversación dijo que un asesino sin rostro, el ente, invisible y monstruoso, atrapó al joven, y sin compasión lo zarandeó hasta la muerte. La caza del presunto homicida, por tanto, se tornaba complicada.

Jubilado el comisario Maigret, y desguazada la chaqueta metálica de Robocop, el caso fue a manos del detective Conan. El hombre que pudo reinar al frente del Departamento de homicidios del Distrito 13 ahora parecía el hombre que nunca estuvo allí. Desde que perdió a Tess, la teniente O´Neill, nunca fue el mismo. Juntos estaban infiltrados en la organización criminal que investigaban. Se tiene la sospecha de que Michael Clayton, teniente corrupto de la Brigada Criminal, al servicio de Kingpin, el rey del hampa, les delató. El beso de Judas les atrapó en un fuego cruzado, siendo Conan el último hombre vivo al salvarle su chaleco a prueba de balas. Por más que Asuntos internos indagó, nada pudo probarse, y el delator salió intacto. Conan se desquició. Sus días de vino y rosas se tornaron, un amanecer tras otro, en un día de furia. Al otro extremo de su Magnum 44, se había convertido en un arma letal, sin miedo a la muerte.

El detective abrió dos líneas de investigación criminal, una a través de sospechosos habituales, y otra en relación a la malas compañías del conductor del taxi, testigo del homicidio, dado que lo imposible de su relato sembró la duda sobre su verosimilitud, y tal vez fuese una cortina de humo creada con crueles intenciones, y así hacer trabajar bajo presión a la policía. Sobre el chino se llegó a la conclusión de que era un pobre diablo, enganchado al crack, y por tanto su versión iba más allá de la imaginación, pura fantasía.
Sobre la primera línea, se centró en el clan de los irlandeses, un grupo salvaje de asesinos natos, hombres armados acostumbrados a la extorsión y asesinato a sangre fría, sobre los que cayó la sombra de la sospecha del secuestro, años atrás. El jefe estaba bajo tierra por su afición a la nicotina, y hasta el último de los sicarios, entre rejas.
Tampoco la autopsia reveló nada, su anatomía estaba integra. Tampoco su círculo de amigos, pues ni familia ni conocidos reclamaron sus enseres. La investigación parecía llegar a un callejón sin salida.

Pero 28 días después del incidente, se produjo un giro inesperado, por casualidad. Un colega francés, el inspector Gadget,  contactó con un hombre, Toulouse-Lautrec, que conoció a Harry hace años en París. Le contó que lo encontró corriendo frenético, los ojos rojos, cubierto de andrajos. El hombre de los Campos Eliseos lo cobijó en la casa, con su esposa Amelie. Nada les contó sobre como llegó a esa situación desesperada. Trabaron amistad, y cuando se restableció, el amigo americano les dio un extraño objeto, el ídolo de barro, su única posesión, para que lo vendieran. Necesitaba dinero fácil para volver a América.
Tiempo después les escribió la carta, una especie de confesión, donde la revelación era que su desaparición en la sombra fue en realidad una huida a medianoche. Cruzó el Himalaya y abandonó Shangri-la porque al hacerse adulto se dio cuenta de que no estaba preparado para la misión encomendada, el camino era difícil y no era capaz de ver las señales del futuro como cuando era un niño. El don divino sólo fue un espejismo. Terminó la carta con un “Hasta la vista. Harry, un amigo que os quiere”.

No había que perderse en un laberinto de mentiras para encontrar lo que la verdad esconde. Una ventana indiscreta abierta, una recompensa y el confidente buscando el color del dinero despejaron la trama. En Wall Street, los atracadores realizaron un asalto al furgón blindado. Durante la huida, a todo gas y sin frenos, unas calles de Nueva York más abajo, en la número 23, Harry tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino del furgón. Crash. Caso cerrado.


Ahora prueba a escribir tu propia película.

De cine (homenaje a Norma Jeane) de CUSTODIO TEJADA (Guadix)




Cámaras, acción, toma primera.
La lluvia cae sobre el parabrisas
y las luces intermitentes
se reflejan en el asfalto.
La ciudad duerme.

            Toma segunda.
Bajo un paraguas rojo
unas piernas de vértigo
caminan sobre unos tacones de aguja.
Las curvas de su cuerpo resumen en un fotograma
toda la belleza del Cosmos.

            Toma tercera.
Marilyn enciende un cigarrillo
y el tiempo se detiene en sus labios.
El humo revolotea en torno suyo
como paloma blanca que lleva el aire.

            Toma cuarta.
Las puertas giratorias del hotel
parecen un tío vivo.
El botones sube el equipaje
a la habitación  469
donde espera impaciente Chanel número 5.

Toma quinta.
Entramos al ascensor,
pulsamos a la vez el botón de la cuarta planta,
nos miramos, sonreímos…

Toma sexta, cámaras, acción.
Nos damos un beso, el beso.
Es la toma perfecta.

Toma séptima.
Me despierto del sueño
y tengo la sensación
de haber vivido una película.
No quiero que termine.
Vuelvo a quedarme dormido.
Aparecen en blanco sobre negro
los créditos: THE END.

Suspiro. Se me acabaron las palomitas.

Así comenzó todo... de ALICIA MARÍA EXPÓSITO



Así comenzó todo.
En las puertas de un cine,
una noche de frío.

Un temblor misterioso
me arrebató en deseo
de llegarme hasta ti
serenamente.

No sé si fue la luna,
el temblor de las hojas
por el viento
o tu mano tendida
esperando el calor
de mi contacto.

Se produjo el milagro.

Así comenzó todo.
En las puertas de un cine,
una noche de frío.

Cuando todo el amor
se hizo presente
en el sencillo hueco

de mi mano.

La mágica frontera que fulmine nuestro amargo existir doloroso de JOSÉ MANUEL LEAL





Como un fanal en infantil pupila
 tierna la luz, desgarra la pantalla,
mientras mi madre sólo dice "calla"
 en nuestros ojos la imagen titila.

 Como un desgarro de inocencia hila
 aquella vida triste,
tan canalla
 aquellos años que ilusión acalla
 de misa y sermón, de pecado y pila.

 Una ventana en haces luminosos,
 abierta a que mi corazón adivine
 entre niños de alboroto ruidoso,
 la mágica frontera que fulmine
 nuestro amargo existir doloroso
 la primera vez, yo con ella y el cine.


¿La música al servicio de la imagen? (Brevísimo, incompleto y discutible análisis de los usos y funciones de la música en el cine) por JOSE MANUEL BAENA (Guadix)


Uno no espera escuchar una sinfonía orquestal cuando se encuentra asombrado frente a la inmensidad del mar, sino sólo las olas y el viento; igual sucede si uno mira a su amada/o: por más que nos esforcemos no suele oírse una romántica melodía de violines, sino sólo su respiración o un coche apresurado pasar por una calle cercana; Cuando vas a bajar al sótano de casa a oscuras tampoco suena una amenazadora música atonal, sino tus pasos cuidadosos acompañando el agua de alguna cañería y el ruido de la caldera al fondo. ¿Es necesaria la música en una película? Es indudable que determinadas escenas de gran belleza visual o diálogo mordaz tienen tanta fuerza expresiva que la música no aportaría nada. ¿O tal vez si…?
La música se utilizaba ya desde las primeras proyecciones del cine mudo, con un piano como instrumento más habitual, que acompañaba en directo la película. ¿Pero por qué música? Existen varias teorías que tratan de explicar el uso de música en los orígenes del cine. Algunas son de tipo técnico y otras de tipo histórico. Veamos:
a)      para ocultar el molesto ruido del proyector. De esta manera lo explica  Kurt London:
La música de cine nació, no como resultado de un imperativo artístico, sino de la simple necesidad de algo que ahogase el ruido que hacía el aparato de proyección. Porque en aquella época no había aún tabiques aislantes entre la máquina proyectora y el auditorio. Este molesto ruido estorbaba en gran medida el placer visual. Instintivamente los propietarios de las salas de cine recurrieron  a la música y esa era la solución correcta, usar un sonido agradable para neutralizar otro menos agradable”.
b)      Para suplir  la sensación fantasmagórica y nada agradable que provoca la experiencia de ver imágenes en blanco y negro sin ningún tipo de sonido. Al unirse la vista y el oído se consigue una poderosa conjunción  y se corrigen en cierta medida algunos defectos técnicos de la película. Así lo cuenta Irving Thalberg;
Jamás hubo una película muda. Acabábamos un rodaje, proyectábamos la película en una de nuestras salas de proyección y salíamos destrozados. Era horroroso. Habíamos tenido grandes esperanzas, nos habíamos roto la cabeza con ella y el resultado era siempre el mismo. Entonces proyectábamos en un teatro, con una chica sentada en el foso dándole al piano, y la diferencia era asombrosa. Sin aquella música no habría habido una industria cinematográfica en absoluto”.
c)      Otro de los motivos que se argumentan es el de utilizar la música para hacer creer al espectador que forma parte de una colectividad, evitando esa sensación de aislamiento e introduciendo más fácilmente a este en el mundo de la fantasía.  Ivor Montagu lo relata en su libro Film World:
Para preservar esta magia era necesaria la música. Para ahogar el zumbido y los carraspeos, para unificar a los espectadores en un solo público. Para hipnotizarles, para crear un ambiente”.
d)      Y por último, están los motivos históricos,  que enlazan con una larga y amplia tradición histórica de acompañar las representaciones de tipo dramático y de ritos religiosos con música.
Con el paso al cine sonoro, la música sufre una transformación: por un lado al compartir espacio con el diálogo y los demás elementos de la banda sonora, ruidos y efectos especiales, pierde parte de su protagonismo pero gana en independencia en su función expresiva y arrolladora y en cuanto a su función como desencadenante de emociones. Esa es su ventaja con la imagen, que casi siempre es inequívoca. Aaron Copland ya lo señalaba cuando dijo que la música puede jugar con las emociones del espectador, en ocasiones contradiciendo lo que se ve en la imagen con lo que se oye.
No es necesario que la música sea de gran belleza, sólo que traslade esa emoción, casi siempre a través de lugares comunes: acordes tonales, sonido sedoso de las cuerdas, armonías atmosféricas, retórica musical… 
Pensemos en una noche lluviosa, a punto de subir al coche con los guardaespaldas vigilantes. El personaje central presiente que va a ser asesinado. En ese momento deja de oírse el chapoteo de la lluvia, los gritos de los guardaespaldas, los disparos, y comienza una música lenta, calmada, de resignación. Lo que hace la música no es reflejar la acción, sino el sentimiento del protagonista, que sabe que es el fin. Es la escena culminante de la película Camino a la Perdición de Sam Mendes, y música de Thomas Newman.  Esta capacidad de la música para caracterizar el aspecto psicológico de la película (esto es, lo que no se ve) es, probablemente, el elemento de mayor sutileza y valor de la misma, ya que nos dice lo que la imagen y los diálogos no nos pueden desvelar. Este tipo de música suele ser No Diegética, es decir, que la fuente de sonido no aparece justificada en la escena, la orquesta suena desde “fuera” de la acción.
En este vídeo podemos ver cómo el sonido ambiente y el sonido interno emocional-musical se alternan para dar importancia a uno u otro aspecto de la escena, a mi entender magistral. Especialmente dramáticos los dos silencios antes del final: antes de las palabras “me alegro de que seas tú (-mi asesino-)” y justo antes de la última ráfaga de disparos, únicos momentos en los que la música calla:
¿Puede alguien imaginar la onírica escena de Muerte en Venecia, donde la playa, el mar, Venecia misma, abruman con su belleza, sin la música del Adagietto de la 5ª sinfonía de Mahler? La narración musical de la escena no trata de la imagen, sino de la conmoción del protagonista a las puertas de la muerte, embelesado por el joven Tadzio. Aquél que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir…
En cierta ocasión, Hitchcock preguntó: “¿de dónde viene la música si se supone que estamos en medio del océano?” a lo que el compositor David Raksin respondió: “Señor Hitchcock, ¿se ha preguntado usted alguna vez de dónde vienen las cámaras?”.  Tal vez no estaba convencido de la utilidad de la música pero siempre se rodeó de primeras figuras en la composición de música fílmica. Como ejemplo, nos basta una de sus obras maestras, Los pájaros, que no tiene banda sonora porque el director pretendía experimentar con los silencios (sin embargo, todo el montaje sonoro de la película estuvo supervisada por un experto compositor como era Bernard Herrmann). Basta el graznido de los pájaros para helar la sangre:
En diversas ocasiones se ha intentado poner música a estas escenas, pero el resultado no ha sido más satisfactorio que el original, la tensión, miedo, desconcierto, están perfectamente retratados por las cámaras y el ojo experto y genial de Hitchcock. Es uno de los ejemplos en los que la música estaría de más, junto a los incontables casos en los que la música ha sido tan mal adaptada a la imagen que casi parece una parodia.
Para finalizar, una adaptación de una música ya preexistente a una escena de intenso dramatismo, la realizada para la oscarizada película Philadelphia. La música, en este caso es diegética (es decir, la fuente de sonido está presente en la escena). Suena en el equipo de sonido del protagonista, enfermo de SIDA que sabe que no le queda mucho tiempo de vida, el aria de La Mamma Morta:

Aquellas tardes de cine de PEDRO CASAMAYOR RIVAS (Guadix)




Algo hay en mi que ya quedó para siempre de aquellas tardes de cine de sobremesa infantil, en las que con descabellada facilidad quedabas absorto y petrificado por aquel combinado de aventuras llenas de risas, honor, pasión, amistad e inocencia. Con paso firme y algún que otro churrete, cambiabas de personaje, de color de piel, de idioma, de ciudad, hasta de amigos, que unas veces eran de alto abolengo y condición y otras vestían harapos y bombines de rebeldía.
Tarzán rey de la selva y sus nativos, te colgaba en sus lianas y en sus gritos tiroleses para hacerte saltar desde las risas de aquella chimpancé que pedías año tras año a los Reyes Magos, hasta al miedo cuando veías aquellos cocodrilos feroces capaces de tragar de un solo bocado al malvado jefe de la tribu. ¡Qué guapa era Jane y su piel blanca! Maureen O´Sullivan y aquel primer vestido de dos piezas que te hacía despertar quizás, hacia los primeros chispazos de la adolescencia.
Aquellas íntimas procesiones al cementerio de los elefantes, santuario del silencio, donde descansaba la lealtad y valentía de aquellos animales de rímel en largas pestañas y regaderas al sol.
La siguiente semana tocaba una de Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco. Caballeros de bombines surrealistas, eternos amigos en cuya inocencia brillaba la devoción que sentían el uno por el otro. De repente Laurel chasqueaba el pulgar y de sus dedos salía una llama con la que encendía una pipa. Hardy lleno de orgullo intentaba hacerlo pero al contrario que Laurel, empezaba a quemarse la mano y dar gritos.
            Inolvidable Stan cuando lleno de asombro o de amenaza se rascaba su pelo y ya quedaba desordenado hasta que sus andares de pato, lo devolvían a las paredes seguras de su bombín.
Otra semana y otro escenario donde soñar, en esta ocasión con el mejor arquero del bosque de Sherwood y su banda de proscritos.
Errol Flynn con Olivia de Havilland y aquellas miradas que cortaban el tiempo para aquellos besos, que te hacían creer en el amor y en la justicia para defender al más necesitado.
Cuántas ideas sacaba uno al ver aquellos torneos de arcos y flechas de oro, aquellas luchas tan primitivas y a la vez tan efectivas con palos de madera, aquellas palabras tan dulces de Marian. Hoy aquel malvado sheriff de Nottingham me hace recordar a muchos de nuestros políticos y banqueros que embriagados de poder y de ansias de riquezas ignoran y se burlan de un pueblo cansado ya de abusos y robos.
La película terminaba con el regreso triunfante de las Cruzadas del rey, Ricardo Corazón de León y con la instauración de una nueva etapa de ley y orden en una Inglaterra devastada por las injusticias.
Yo todavía no sé si espero mejor a un Robin Hood o a un Corazón de León. Lo que si sé, es que si seguimos esperando, se comerán todo el pastel.

                                                                              ¡Viva el cine!

El figurante de EDUCARDO MORENO ALARCÓN



            Todo ha sucedido muy deprisa. La toma en que luchabas a vida o muerte con el grupo de seres sanguinarios ha sido perfecta. Pero ahora, al incorporarte, tu aliento se ha vuelto nauseabundo y el paladar te sabe a hiel. Debes estar agotado tras un largo día de rodaje. El caso es que por tus venas parece propagarse una especie de vigor inusitado y, al tiempo, vas notando como crece un apremiante deseo de echarte algo a la boca. Sin embargo, esta extraña mezcla de hambre y sed te resulta del todo desconocida.
Una nueva toma. Es hora de actuar…

.           .           .

Apurabas tu cuarta copa cuando, bruscamente, sonó el móvil. Era más de medianoche y fuera soplaba un vendaval de mil demonios. Durante unos segundos que parecieron congelados en el tiempo tus ojos siguieron el destello intermitente en la pantalla, imantados por su danza electrizante. El aparato gruñó con estridencia y, muy despacio, comenzó a reptar sobre la superficie de la mesa desplazándose centímetro a centímetro, sin una dirección preestablecida, como dotado de una inquietante autonomía.
            El nombre de tu agente pestañeando con tenaz obstinación te decidió —no sin antes vencer una pereza infinita— a descolgar. Eso, y los ocho mensajes registrados en el buzón de voz el día anterior. Después de todo, de vez en cuando, él aún se interesaba por ti. Por lo que quedaba de ti.
            —¿Qué hay, Robert? —apenas reconoces ese timbre cavernoso que brota de tus labios.
            —¿Se puede saber por qué coño no cogías el puto teléfono, Edgar? ¡Estoy hasta los huevos de tus gilipolleces!
            La queja te suena distante, extrañamente metálica. Puede que sea un efecto combinado del alcohol y los fármacos que tomas sin medida hace ya tiempo, o simplemente puede que el móvil no se recuperara de tu último arrebato de cólera.
Es curioso cómo alguien puede llegar a perder la costumbre, incluso la necesidad, de tener contacto con los demás. Pero hubo una época, no hace tanto de aquello —sonríes con desprecio al evocarlo—, en que tu vida giraba justo en la dirección opuesta. En que todo cuanto la sociedad considera sinónimo de triunfo formaba parte de tu vida cotidiana: dinero, fama, una mujer preciosa, dos hijos, un físico atractivo, una agenda repleta de proyectos más o menos comerciales, y un teléfono que por aquel entonces no cesaba de sonar…
«Quienes ahora te encumbran son tus dueños; a ésos más que a nadie has de temer. Un día te levantarás y puede que dejes de oír ruido alrededor. No te gustará, pero al menos sabrás que ese silencio es real».  
¿Cuántas veces ha sonado en tu cerebro, palabra por palabra, aquella arenga tan profética y funesta? Lástima que Paul, aquel viejo actor de segunda fila, aquel flaco poeta del que ya nadie se acuerda, esté ahora bajo tierra.
—Escucha, Edgar. Tienes que ver esto; es un guión cojonudo, una ocasión así pocas veces se presenta, créeme…
Contra tu impulso natural, dejas que Robert se explaye, que te aclare los detalles del papel que, cuando menos lo esperabas, alguien se arriesga a ofrecerte. Incluso en tu abandono abúlico, el nombre de ese talentoso director —un genio de insultante juventud y fulgurante porvenir, llamado a hacer historia—, te empuja sin querer a incorporarte.
En el fondo te halagó que una persona tan brillante decidiera sumergirse en el submundo y rescatarte de sus míseras cloacas.

Al día siguiente Robert te trajo el guión a casa.
Lo devoraste de una sentada. Con mucho, lo mejor que habías leído en años. Fugazmente ensombrece tu cara un mohín de disgusto al evocar, por contraste, las infames comedias románticas que caían en tus manos hace años, y que estabas obligado por contrato a interpretar: muchos beneficios y una pésima actuación. Una mierda tras otra. Pero esto es diferente. El niño prodigio, ese pequeño cabrón miope e hiperactivo ha escrito una adaptación del clásico de Matheson realmente memorable. Y lo ha hecho con la maestría de un autor consumado, con un estilo impecable, con una fuerza arrolladora, respetando al máximo la tensión de la obra original. Pudiendo elegir al que quisiera, de todos los actores disponibles, ese geniecillo te eligió precisamente a ti para interpretar al científico Robert Neville.
Es tu gran oportunidad para volver a sentirte actor, pero, sobre todo, persona. Un clavo ardiendo al que agarrarse; un trabajo que, si todo sale bien, te ayudará a rehabilitarte y recuperar el contacto con tus hijos, a poder visitarlos de cuando en cuando.
Te sumiste por entero en construir un personaje legendario, trabajando cada una de las variables psicológicas para meterte de lleno en su piel: soledad, aislamiento, rabia, dolor, desconcierto… Un retrato de tus propias miserias y, a la vez, de aquello que tú nunca fuiste, pues, a diferencia de ti, Neville es un hombre inteligente, no se rinde fácilmente, es metódico en su lucha, se enfrenta con coraje al desaliento y al horror que acecha fuera tan pronto cae la noche…

.           .           .

El horror se abate en oleadas contra el frontis de la casa revelando una barrera entre las sombras y la luz; la lucha encarnizada entre los seres del averno y el último superviviente de una sociedad víctima de su propia ambición. Cientos de extras, aterradoramente maquillados, recrean una escena angustiosa mientras clavan sus pupilas de ultratumba —las lentillas de un intenso color rojo— en su presa, en tu exhausto y abatido personaje.
Están a punto de echar abajo la puerta. Finalmente, algunos se cuelan a través de una ventana en el piso superior. Sigue la escena de la lucha que tanto has ensayado en tu afán por lograr un héroe verosímil.
Un picor de fuego se extiende, de repente, por tu brazo malherido. Fuego que al punto se torna frío helado. Un rasguño, seguramente producido en la refriega con las criaturas-figurantes. Te incorporas poco a poco, con ese peculiar sabor amargo infectándote la boca y un raro cosquilleo en tus dientes incisivos.
Llega el momento de una nueva toma.
No es hambre lo que sientes. Es sed. Una sed voraz, ardiente, perentoria.  Sed de sangre humana.
—¡Acción! —ordena el director.
La película está a punto de dar un giro totalmente inesperado.


Los otros, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN


Sabía que algún día me la jugaría. Ella es así, dispuesta a venderse al mejor postor, egoísta, ambiciosa e interesada. Bastaron tres años en el paro; ese suplicio al que me había condenado esta crisis filibustera, para que ella saliera en estampida, a la mínima oportunidad de arrimarse al árbol que mejor sombra le diese.
Reconozco que parte de la culpa fue mía por seguirle el juego, cuando a la hora del almuerzo llegó a casa alborotada con la noticia del endemoniado casting de la película de Amenábar. El tono de voz zalamero del que se servía cuando quería embaucarme en sus oscuros propósitos, ya me puso en guardia
-          Paco  cariño, tenemos que darnos prisa, en el “super” me he enterado de un casting para una película, nada menos que de Alejandro Amenábar. Será en las instalaciones de Sogeimagen, en Pozuelo de Alarcón a partir de las cuatro y media, tienes que acompañarme en seguida.

-          ¿Es que te has vuelto loca Elvira? ¿Qué tenemos que ver nosotros con el mundo del celuloide? Anda, siéntate y come que se enfría el cocido.

-          No tenemos tiempo, ya comeremos algo por el camino, voy a darme una ducha y a pasarme la plancha por estos pelos. Sólo hay dos sesiones, la de esta tarde y la de mañana de nueve a dos que coincide con mi turno en el súper, así que esta tarde o nunca Paco ¿lo entiendes?

Yo no entendía nada, la cuchara a medio camino entre el plato y mi boca, el estómago aullando como una camada de gatos, la miraba estupefacto.
-          Vamos hombre, no te quedes ahí como un pasmarote, cámbiate y te afeitas, que la película no tiene nada que ver con el hombre de las cavernas.

-          ¿Ah no?  ¿con qué tiene que ver la peli si puede saberse?

-          Bueno, yo tampoco lo tengo claro, creo que se titula “Los otros” o algo así, ya nos enteraremos cuando estemos allí.

-          Pero ¿qué dices Elvira? Si esa película ya tiene una década…

-          Bueno, pues será otra…

Así fue como me arrastró, hostigándome con su prisa irracional, a lo largo de 14 estaciones de metro y 3 de tren de cercanías, con un sándwich de mortadela en el cuerpo. Cuando llegamos a las instalaciones de Sogeimagen el panorama era desolador, cientos de personas guardaban cola fuera, mientras una mujer en la entrada que movía los brazos como un guardia de tráfico señalaba el camino a los elegidos y desterraba a los no seleccionados sin atisbo de piedad. Elvira, abrumada dio media vuelta para poner pies en polvorosa.
-          Vámonos Paco, aquí no tenemos nada que hacer.

-          ¿Cómo que no? Vamos a ponernos en la cola como todo el mundo –le dije indignado.

-          ¿No pensarás que voy a esperar durante horas de pie, con estos tacones, sin saber si la sargenta de la entrada me va a mandar a paseo cuando me llegue el turno?

-          ¡No sólo es que lo piense, sino que te lo ordeno! No me has hecho cruzar todo Madrid con el estómago en los talones, para que ahora te eches atrás ¿Creías que iba a ser llegar y besar el santo?

-          Pero Paco…

-          ¡Ni Paco, ni rabanillos tiernos! Si te duelen los pies te quitas los zapatos ¡andando!

Elvira desencajada me miraba de hito en hito sin dar crédito a mi reacción. Finalmente se rindió  y se dirigió a la cola de mala gana, mientras yo sacaba una botella de agua mineral de la máquina expendedora. Pasaron dos horas interminables sin cruzarnos una sola palabra, ella se mantuvo firme sobre aquellos tacones que debían estar torturándola lo indecible, a juzgar por las rozaduras ya evidentes. Y cuando estábamos ya a punto de llegar, vimos acercarse a un tipo barbudo con un megáfono en la mano.
-          ¡El proceso de preselección ha finalizado, gracias a todos. Por favor, vayan desalojando el recinto!
Te puedes imaginar cómo me sentí entonces, me dieron ganas de quitarle el megáfono al greñudo aquel y darle con él una paliza, o de cagarme en su…, pero me contuve. No ocurrió lo mismo con Elvira, que sin pensarlo dos veces se quitó los zapatos y se los lanzó a la cara en cuanto lo tuvo a tiro. Uno de ellos fue a dar en el megáfono e inmediatamente cayó al suelo. El murmullo de las voces de los que presenciaron la escena fue disminuyendo de tono hasta que se hizo el silencio generalizado y después estallaron en un aplauso. Elvira fue a recoger sus zapatos, el del megáfono se acercó entonces hasta ella y le dijo:
-          ¡Espere señora, tengo que hablar con usted!
-          ¡¿Ah sí?! –respondió ella visiblemente cabreada- ¡¿Y qué es lo que usted tiene que decirme?!
Yo que la vi bastante alterada, me fui aproximando cautelosamente hasta a ellos, temiendo que la bronca llegara a más. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando el hombre se acercó  y extendió la mano para saludarla.
-          ¿Sería tan amable de acompañarme? Quisiera ofrecerle un papel en la película.
Elvira lo miraba incrédula, más sorprendida si cabe que yo y ruborizándose, preguntó con un hilo de voz:
-          ¿Quién es usted?
-          Soy Miguel Ángel  Gil, ayudante de dirección.

No me extrañó gran cosa, cuando después de un mes de rodaje, en el que apenas le vi el pelo, me telefoneara un día, y como si estuviera pidiendo hora en la peluquería, me pidiera el divorcio. Me sentí traicionado, me traicionó a mí y a “los otros”, a los desterrados, los que aquel día del casting, le dieron su aplauso.




En la misma sala de cine de ESNEYDER ÁLVAREZ




Aquí me encuentro
En la misma sala de cine donde te robe el primer beso,
Aunque recuerdo el título de la película te aseguro que no me acuerdo ni  de una fracción de ella.
Lo único que recuerdo es que mis ojos solo querían detenerse en ti,
mis manos no buscan coger las palomitas de maíz, si no tu mano,
jamás sentí esa sala tan cálida,
ni con la película más romántica pude sacar tantos suspiros como  esa tarde.

hoy mis manos tienen que consolarse con las palomitas de maíz,
mis ojos se concentran en las imágenes de una película de comedia
que no puede sacarme ni una sonrisa, tal vez porque mi corazón solo impulsa lagrimas.
El frio de la sala congela hasta mi alma,
Si, aquí me encuentro en la misma sala de cine sin ti y acompañado de esta cruel soledad.

Esneyder Alvarez.