Sentado
en la traviesa
-huérfano
de la lluvia-
aquel
viejo me dijo
¡has
perdido tu tren!
Lo que
nunca entendió bien el anciano
es que
ese tren ruidoso descarriló más tarde
en los
brazos abiertos de otra derrota
y que
en las vías muertas
las
maletas olvidan su destino.
Aquel
hombre rezó para Penélope
en
altares de Alepo y Alejandría
aferrando
sus dedos
al
mármol cincelado de oraciones.
Fraterno
como un dios inexplorado
despojó
a la tierra de malas hierbas
y desperdigó el tacto de sus manos
a
cambio de la perfección del diente de la ortiga.
Ese
viejo persigue mis paso y mi sombra
y
serena mi tiempo
desde
mis propios ojos,
viendo
pasar los trenes.
Precioso, cierto...las perdidas son nuevos rumbos.
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