La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 14 de septiembre de 2015

Vía muerta, por GABRIEL MERINO.




Lo importante no es saber dónde se cruzan.
Ni saber si la velocidad entre A y B y viceversa
es uniforme y constante o uniformemente acelerada.

Es más mucho más relevante saber 
por qué la gente de A quiere ir a B y la de B hasta A.
U observar los paisajes, las paradas, los cambios de agujas,
incluso los largos andenes desiertos y las esperas.

O esos relojes de estación cuyos segunderos corren siempre
tan despacio.
Esos altavoces que aún llaman a pasajeros rezagados.
Esas vías estrechas que desafían a la alta velocidad 
y a las prisas.

Asomarse a la ventanilla y fijar la mirada en ese cable eléctrico
que te acompaña en el viaje y que sube y baja
saltando a la comba en los postes.
Y en los pasos a nivel. 
Y en esos niños que saludan a tu paso, aunque no te vean.

Carbonillas.
Esos compañeros de viaje que se abstraen en mirar
a otro sitio –tú querrías que te miraran- que no sea a tus ojos
frente a esos otros que, sin embargo, te persiguen
-en los trenes en marcha, en contra de lo que dice el cine
no hay sitio para escapar-
para contarte algo que jamás te importó.

Horarios cono biblias.
Viajes que son sólo trayectos.
Destinos.
Sueños.
Caminos.
Que, al final, hay demasiadas vías muertas.

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