Cara al sol, con la camisa nueva
/ que tú bordaste en rojo ayer / me hallará la muerte si me llega / y no te
vuelvo a ver.
- Padre,
madre, tía Virtudes, abuelo, Merceditas... Os he reunido a todos para dar una
importante noticia –nunca había estado el salón de casa tan concurrido-. Me he
alistado.
Tenso
silencio. No había que decir dónde se había alistado: en aquellos días se sabía
perfectamente sin necesidad de especificar nada más. Se palpa la tensión. El
padre cierra los puños con violencia y hace un gesto inequívoco con la boca. La
madre se lleva las manos a la cara. Merceditas, directamente, solloza.
- ¿Por
qué, hijo? –la madre rompe el tenso silencio familiar-. ¿Qué necesidad tenías tú de hacerlo? –remarca el “tú”, para
que quede claro.
-
¿Necesidad? La de defender Europa de los rusos, madre. Debemos actuar antes de
que esos asiáticos se metan aquí, cierren nuestras iglesias y violen a nuestras
mujeres.
- Pero
Pablito, por favor. Si tenemos fijada la boda para dentro de dos meses
–Merceditas habla, entrecortada-.
-
Tendremos que retrasarla, Mercedes. De todas formas, si los rusos entrasen aquí
daría igual casarnos o no casarnos, porque ya no valdrían los matrimonios. Estos
defienden el amor libre y vivir como los animales. Y, además, quemarían los
registros civiles.
-
Pablito, por favor, cuida tu lenguaje, que hay señoras –el padre sigue
intentando asimilar la noticia.
- Nos
hemos alistado varios chicos del Frente de Juventudes. Vamos a pelear bajo
bandera alemana, con uniforme alemán y con armas alemanas –su ánimo crece-. Es
excitante defender la civilización occidental como soldado alemán.
- Hijo,
eso sí es una aventura y no la guerra que yo viví –comenta el abuelo, con ojos
soñadores. Hasta entonces estaba callado y observando todo, somnoliento.
-
Abuelo, por favor, no le anime usted. Como si no estuviera la cosa ya torcida,
usted, encima, le anima... –la madre sigue conmocionada.
- No se
puede hablar en esta casa, por Dios bendito –el abuelo, visto lo visto, vuelve
a encerrarse en sí mismo.
- ¿Volverás, Pablito? –Merceditas
coge su mano.
- Claro que sí, mi amor. ¿Me
esperarás?
- Siempre. Te esperaré siempre. Y
cuando vuelvas nos casaremos.
- Cuando
hayamos acabado con esos criminales y hayamos salvado a Europa, nos casaremos y
podremos seguir viviendo tranquilos. Volverá a reír la primavera, Mercedes, ya
lo verás.
Formaré junto a mis compañeros / que hacen guardia sobre los luceros.
/ Impasible el ademán están, / presentes en nuestro afán.
La juventud española unirá su sangre a la juventud alemana. A la
juventud del Eje. A la juventud sana, con ideales, que hace frente al ateísmo
marxista. Aplausos. Gritos: “¡Arriba
España!”, “¡Franco, Franco, Franco!”.
El tren estaba muy adornado con
banderas. Banderas, banderas, banderas.
Banderas españolas, con águilas
imperiales y grandeza de siglos. La grandeza devuelta, reconquistada.
Banderas alemanas, con esvásticas
imponentes sobre fondo rojo de sangre de los enemigos.
Hasta se podía ver banderas
italianas, con sus hachas y sus cuerdas que ahorcan a los enemigos.
Banderas de Falange: yugos y
flechas en rojo y negro.
Banderas, banderas, banderas.
Los voluntarios, vestidos de
falangistas, se despiden de sus familiares. Visto desde arriba, una nube de
boinas rojas. Debajo de esa nube, una inmensa marea azul dentro de la estación.
Esta división es, realmente, una
división azul. No se puede negar.
Si te dicen que caí / me fui / al puesto que tengo allí. / Volverán
banderas victoriosas / al paso alegre de la paz, / y traerán prendidas cinco
rosas / las flechas de mi haz.
Si el camino de Berlín quedara
abierto, un millón de bayonetas españolas defendería al Führer. Aplausos. Vivas. Banderas. “¡Arriba España!”,
“¡Franco, Franco, Franco!”.
- Padre, madre, os presento a
Alfredo. Alfredo es el camarada con el que me afilié para ir a Rusia.
- Señor. Señora –les saluda con
respeto.
- ¡Alfredito, Alfredito! –suena una
voz de mujer. Alfredo se da la vuelta y ve como una señora mueve la mano hacia
él. Se acercan a él una señora, que le abraza llorando y besándole, un señor
serio y triste y un niño de pocos años.
- Madre, por favor, que ya no soy
un niño. Mire, padre, le presento a la familia de mi camarada Pablo.
Las familias se saludan. Revuelo en
la estación. Última llamada.
- Alfredo, ¿me traerás la pistola
del primer ruso que mates?
- Claro que sí, Miguelito –le coge
en brazos y besa-. Te traeré hasta tierra de Moscú, ya lo verás. Pondremos allí
muchas iglesias. Todas las que quitaron esos criminales.
- Hijo, cuídate. Y pórtate como un hombre.
- Pablito, cuídate mucho. Y
escríbeme.
Suben al tren, que se pone en
marcha entre los sollozos y gritos que convierten la estación en un espectáculo
único.
Banderas, banderas, banderas y más
banderas.
Volverá a reír la primavera / que por cielo, tierra y mar espera. /
¡Arriba escuadras a vencer, / que en España empieza a amanecer!
¡Rusia es culpable! ¡Arriba
España! ¡Franco, Franco, Franco!
Las familias de los dos voluntarios
quedan en la estación. El tren partió. Los héroes marchaban en busca de su
parte de gloria en esta nueva Cruzada contra el comunismo.
El padre de Alfredo propone tomar
un café, todos juntos. Las mujeres se toman del brazo, con los niños, para
charlar de sus cosas. De las cosas propias de su sexo. Los dos padres quedan
delante, con sus cosas de hombres. Todo como debe ser. Todo como Dios manda.
- Así que usted es el padre del
famoso Alfredo. Mi hijo habla mucho de él.
- También mi hijo habla mucho de
Pablo. Son como hermanos.
- Sí. Esperemos que todo salga bien
y vuelvan juntos.
- Esperemos. Ahora los llevan a
Alemania, ¿no?
- Sí, allí les van a dar uniformes
alemanes y se integrarán dentro del Ejército alemán.
- ¡Dios santo! –el padre de Alfredo
no puede evitarlo-. Si en el fondo son unos niños, ¿no cree usted?
- Bueno, son jóvenes. Pero está
bien que se hagan hombres.
- Ya, pero no en Rusia. Que esos
perros rusos están muy acostumbrados a la guerra, y nuestros niños son muy
inocentes. Veremos a ver...
- Eso también es verdad –mira para
atrás, a las esposas-. Ahora que no nos oyen las madres, ¿cree usted que
volverán?
- ¿Con sinceridad?
- Por favor...
- Quiero creer que sí, pero no sé
ni qué pensar. No me gusta este ambiente de victoria. Y no sé si Hitler podrá
conquistar Rusia –mira para todos lados-. Napoleón era infinitamente más
inteligente y sucumbió, no lo olvide. Y todo general ruso, por muy comunista
que sea, en el fondo lleva un Kutuzov dentro. Nunca me fiaré de Rusia.
- A lo mejor lleva usted razón
–pensativo-. Aunque le digo una cosa: la maquinaria bélica alemana es increíble.
- Sí, pero si algo demuestra la Historia es que cualquier
gran ejército puede ser vencido. Cualquiera.
- ¿Sabe usted lo que hice
anteanoche? –mira para atrás para comprobar que las señoras andaban en lo suyo,
en sus sentimentalismos femeninos, y no se enteraban de lo que hablan los
hombres-. Me llevé al chico a casa de la Lupe.
- ¿No me diga que hizo eso?
- Sí señor, porque es demasiado
inocente. Yo ya había hablado con la
Lupe , para que me hiciera un favor especial con el chico. Que
era la primera vez, que quería una cosa sensible, alguna niña nueva de esas
recién llegadas del pueblo...
- ¿Conoce usted a la Lupe ? –pregunta, con mirada
malévola.
- Bueno, digamos que tenemos
conocidos comunes –defensivo-. Y me aseguró que no había problema. Acababa de
llegar una niñita de Andalucía que era un primor. No hablaba bien, porque a los
andaluces no hay quien les entienda cuando hablan, pero la vi y físicamente la
chiquilla era guapita. Muy joven, era ideal. Y como tampoco la quería para que
diera una charla, pues en eso quedamos. Quise que mi hijo conociera el mundo
antes de ir a la guerra. El mundo, decía un amigo mío –mira para atrás,
asegurándose de que nadie les escuchaba-, tiene forma de coño de mujer.
- Hizo usted muy bien, sí señor. Yo
no tuve la suerte de tener un amigo como el suyo que me abriera los ojos
respecto de mi hijo, pero habría hecho lo mismo con mi Pablito. En fin, ya no
tiene remedio. A la vuelta lo llevaré –queda pensativo-... espero. Entremos a
tomar un café.
Entraron en el café. Gracias a Dios
que encontraron el café, pues ya empezaba a hacer frío en la calle. En fin, ya
se sabe cómo es Madrid por estas fechas.
Es un gran honor participar en este proyecto, queridos amigos. Gracias por la publicación, un fuerte abrazo desde Málaga
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