En su anillo brillaba el orbe. Se sabía dueña del mundo, de todo el planeta conocido, e incluso del envés nunca visto por los extraños; mientras lo conservara, mantendría el secreto, las palabras ocultas no obrarían el efecto para el que habían sido escritas, grabadas en la faz interior del aro. Mientras nadie las leyera en voz alta...
Mientras nadie se lo robara... Que no se lo sacaran del dedo mientras dormía, que no la durmieran con bebedizos, que no lo arrojaran al fango al comprobar que la turquesa era de mala calidad y la plata de baja ley. Mientras no ocurriera lo que tenía que ocurrir -barro, giro, mineral, voz, azar-, el mundo estaría a salvo.
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