Ahora que soy el último
hombre sobre el orbe
y ya no tengo que preocuparme
por aparentar
ser alguien que no soy
ni por conceptos tan desabridos
como bien o mal
busco en esta mañanas de soledad
unos gramos de fuerza
para seguir imaginándote
hermosa bajo este sol ceniciento.
Me asomo a las ruinas
de un planeta devastado
por la codicia y el agente naranja
mientras enredaderas de recuerdos
me trepan hasta la nuca
y de nuevo te imagino
soñando a mi lado.
Rumio entonces entre dientes mi
suerte
ahora que el tiempo no existe.
¡Qué engañados estábamos
haciendo planes de futuro!
y pensando dónde iríamos de
vacaciones
cuando nos jubiláramos.
De todo aquello solo quedan
una inmensidad vacía
que me invita a salir corriendo,
tres o cuatro miles de insectos,
algunas flores y unas pocas tortugas
vetustas en una isla remota.
Y un hombre que ha sobrevivido
a la música disco, al suicidio,
a quererte para siempre
y a una nefasta gestión de los
residuos.
El mismo que ahora busca fuerzas
para escribir con la inútil esperanza
de que alguien que no existe
lea estas líneas
escritas
en las cenizas
de otra civilización
muerta
y entonces
comprenda.
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