La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 28 de febrero de 2023

INTIMIDACIÓN LITERARIA, José Luis Raya.

 




    Bochornosa es la sensación de ignorancia, como de desamparo al mismo tiempo, que siento al leer los magnéticos y ampulosos Diarios de Chirbes, por su aplastante encadenamiento de lecturas, críticas y alusiones a todo tipo de escritores, ensayos o novelas. Se queda uno prácticamente desmembrado por tantos y tantos títulos que no conoce. Solos los básicos, desde Thomas Mann, Dostoievski, Proust o Flaubert, incluyendo a Cervantes. A veces uno cree que puede ir tirando de citas o referencias tan solo porque en su acervo cultural se encuentran los grandes clásicos. Pues no, hay otros mundos. Es la misma sensación que uno percibe cuando entra en una gigantesca biblioteca o librería y comprueba que no ha leído ni el cero como uno por ciento, como la interminable biblioteca de Babel de Borges o El Cementerio de los libros olvidados de Zafón, un laberinto repleto de libros.

    Para empezar he ido anotando todo aquello que me puede seducir o que puede entrar en mi esfera. Para mi consuelo lector, pensé que no hay alusión alguna a J.Marías, Landero, de Prada o Saramago, otros de mis muchos referentes. En cambio, hay un aluvión de autores de diferentes nacionalidades que no he leído, ni siquiera me sonaban. Entonces me aferro a un consuelo2 porque en mi lista hubiera citado a Murakami, Hatzenbatch, Ishiguro o Mishima. Por cierto, estoy en un foro de Murakami donde debatimos la simbología de este excepcional visionario. Espero que futuro Nobel. Después, puedo anotar una serie de innumerables autores que he ido conociendo y leyendo a través de FB principalmente, muchos de ellos podrían estar en una especie de Olimpo particular y competir con esa inabarcable pléyade chirbesiana: M. López, Manzano, de Loma, Maldonado o C.Hernández, por cita a vuelapluma los narradores que más han llamado mi atención.

No obstante, después de leer las incomparables obras maestras de Chirbes, desde Crematorio, La larga marcha o En la orilla – quizá sea esta mi predilecta-, descubro a un exquisito cinéfilo y a un lector voraz y compulsivo. Leer sus obras completas de alguna manera te vincula con toda la sapiencia que ha ido acumulando este valenciano eterno, fallecido en 2015. No he conectado en demasía con su visión marxista (aún) de la vida y de la Literatura. Para los neófitos en estas cuestiones, se refiere al materialismo histórico del arte y alude a otro maestro y profesor que tuve el honor de conocer, Juan Carlos Rodríguez, a la sazón ligado a otros grandes y conocidos como son L.G.Montero, Egea y A. Salvador. Aquellas teorías sobre la literatura como un producto social, fruto de la lucha de clases, me cautivaron, pero pronto las superé porque yo, como humilde escritor, siempre en ciernes, no creo que sea un producto de la constante lucha de clases. De repente, percibí que todo era teledirigido, no por el materialismo histórico, sino por una suerte de Demiurgo arcano que nos lleva y nos trae; no obstante, la creatividad, la auténtica, no tiene dueño, ni es teledirigida por ninguna ideología marxista. Aquí pincha un poco el gran R.CH. Le ocurre algo parecido, pero en sentido opuesto, al inefable Valle Inclán, que decía que era carlista por estética. Para futuras reediciones, sugeriría que adosaran algún glosario con los autores y obras aludidas, o tratadas, ya que son innumerables y estos Diarios podrían convertirse en una suerte de manual, siempre y cuando el lector, condicionado por la derecha mediática, se libre de sus prejuicios ideológicos.

    Algo parecido me ocurrió con las lecturas de mi paisano Antonio Enrique. Cuando me enfrenté a su Canon Heterodoxo me sentí apabullado, pero al mismo tiempo motivado para seguir indagando en su heterodoxia. Ese apabullamiento me sobrepasó cuando tuve entre mis manos su Boabdil, Premio Andalucía de la Crítica. Lo digo porque su sofisticada amenidad se despedazaba debido a una avalancha de “cultismos” árabes (arabismos) –nótese que lo entrecomillo-. Me resultaba triplemente apabullante tener que consultar algunos de esos vocablos tan curiosos e interesantes —al mismo tiempo entorpecían el camino del lector—, aunque por otra parte se agradece que se recuperen. Algo parecido me ocurrió con un (hasta ese momento) básico Pérez Reverte, cuando empezó a torpedear su novela La carta esférica con innecesarios e innumerables términos marinos, a la vez que ricos e interesantes, pero que, como digo, son pedruscos que uno encuentra en la senda de la narración, pues has de parar y consultar el diccionario, puesto que ni el contexto te ayuda. Es como si en una narración yo escribiera el término “fadrubado”, sin situarlo lingüísticamente para que el lector intuya, al menos, que es algo parecido a “estropeado”. Otro autor de léxico rico y variado es JM de Prada; sin embargo su uso es adecuado, preciso y se inserta en la estilística del autor. En otras ocasiones, hay autores que sueltan un desconocido vocablo y suena a gazapo, como a una mancha roja en un fondo blanco.

    Hay que tener mucho cuidado con el uso de una estilística repleta de filigranas que solo sirve para el onanismo y disfrute personal del autor, dejando a los lectores completamente intimidados. Muchos de ellos me confiesan que dejan aparcada la lectura y se olvidan del libro, volviendo a sus móviles, sus RRSS y sus Netflix. Llegará el día en que solo se lean los propios escritores (a sí mismos) como en una voraz orgía autofágica.

    Es cierto que algunos me han tildado de pedante. Algún día hablaré de la pedantería bien entendida. No obstante, siempre me inclino por limar ciertas palabras para que no se conviertan en palabros para los nuevos lectores que por ahí pululan, perdidos en la vorágine de internet y la invasión de las series de tantísimas plataformas. Cuando me pongo a ojear las miles de series o películas que invaden nuestras pantallas me quedo sobrecogido pensando: “¿Cuántos lectores habrá en el 2026?”

    Desde que inicié mi tarea como docente, allá por el 87/88, fui auscultando los intereses de los alumnos-as reacios a la lectura, bien porque les aburre, bien por apatía o desinterés. Tenía que sacar el bisturí y analizar sus gustos, apetencias, flaquezas o sus inclinaciones: no todo ha de centrarse en la novela de ficción.

    La mayoría de las veces daba con la tecla y observaba complacido cómo el/la joven leía con fruición la lectura personificada. Sabía que ya había ganado un lector para este futuro incierto que está siendo arrasado por la tecnología: muy pronto pensarán por nosotros.

    De esta manera, me preocupo por ser coherente con mi pequeño proyecto literario y procuro, desde la página uno, subyugar al lector, no tanto por la estilística utilizada como por la trama que se va construyendo; muchas veces emerge por sí sola, como ese escritor de brújula que me considero. Esto es importante, ya que si yo disfruto por los caminos que se van formando y sus diferentes avatares, seguramente el lector también quede complacido. Sobre todo el lector remiso.

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