“Fernanda creyó que su
temeridad era diligencia, y que su codicia era abnegación y que su tozudez era
perseverancia, y le remordieron
las entrañas por la virulencia con que había
despotricado contra su desidia”
“El amor
en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez”
Como pensó mi primo Ignacio, aquel verano
del 85, ideamos una fantasía consistente en que si leíamos “El amor en los tiempos
del cólera” de García Márquez, nuestro mundo intelectual y amoroso cambiaría de
rumbo y de desastres. Nos pusimos manos a la obra y para empezar decidimos
aprendernos de memoria la frase con la que se inicia este mi escrito, de manera
que las chicas, cuando nos oyeran representarla, nos abrirían los secretos de
su escote.
No recuerdo bien si hubo éxito
erótico-festivo detrás de alguna tapia solitaria pero sí que nuestra visión de
las palabras y de los fluidos del amor cambió por completo. Nuestro pequeño
paraíso accitano empezó a quedarse pequeño, a oler a flores del Caribe y a
descansar en hamacas a la sombra.
Para no olvidar, todo quedó bien apuntado
en aquella libreta en donde no paraba de acumular recursos literarios de una
belleza y magia enormes aunque todavía
irreconocibles, para un adolescente demasiado inmerso en aguas tranquilas.
Cientos de palabras en volandas, entre
olores de infidelidad y compresas de árnica que luego utilizaría. Las palabras
para dar identidad a mis rituales de cortejo y las compresas para curar mi
primer siniestro en manos del amor.
Vimos por primera vez como se puede estar
enamorado de varias personas a la vez y “no estar loco” como dice la canción,
pastoreando dolores para todas las amantes y así no traicionarlas. Encontramos
otro significado del olor de las almendras amargas y aunque jóvenes e inexpertos
en amores contrariados ya siempre recordaríamos, que el desamor es como un
blues que grita de madrugada y del que nunca te puedes desprender aunque sepas
de su eterno lamento.
A partir de entonces el médico de casa se
llamó Juvenal Urbino, los loros se convirtieron en temidas mascotas en
libertad, Fermina Daza en la musa de la rabia para que no se le notase el miedo
y Florentino Ariza en el eterno creyente sin compromiso de un amor como
principio y como fin.
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