Eran
dos pueblos vecinos y rivales. Cercanos, con historias compartidas, cultivaban
casi lo mismo, tenían parecidas poblaciones y estaban en el mismo contexto
geográfico; pero eran diferentes. Los dos
pueblos estaban en las proximidades de un pequeño río que regaba los campos de
cultivo, estaban bien comunicados con una carretera local que les acercaba a la
capital donde tenían los servicios necesarios que no podían tener todavía en su
pueblo. Hablamos de Villaciencia y
Villasanta. Ambos pueblos tenían similares relaciones con la administración,
pero eran distintos. Villaciencia crecía en población, crecía en riqueza, y cada
vez atraía a más visitantes al pueblo, mientras que Villasanta, con las mismas
condiciones estratégicas, que decían los analistas, se estaba estancando
peligrosamente, perdía población. Los jóvenes se iban y apenas tenía turistas.
¿Qué razones habría para advertir la
diferencia creciente entre ambos pueblos?, se preguntaba la gente del lugar que
veía que algo pasaba en Villasanta que no funcionaba bien. ¿Será por culpa del
alcalde, que no sabemos bien a qué se dedica?,¿Será por la virgencita, patrona
del pueblo?, que no era la pobre muy agraciada, hay que decirlo también… La
lotería tampoco había funcionado hasta ahora, dejaba muchos gastos en las
gentes del lugar. Eso sí, en los dos pueblos iba igual.
Pasado el tiempo, y observando de
cerca ambos pueblos, se podía analizar qué pequeñas diferencias empezaban a ver
y como iban cada vez a ser mayores. Vino un médico de la capital, a Villaciencia,
haría unos diez años, y se dio cuenta de que había muchos casos de diarrea en
la población, erupciones en la piel y otras enfermedades que requerían
tratamiento y, a veces, había que hospitalizar a los pacientes por algún tumor
que otro. El médico se llamaba Pedro Solitario. El apellido le pegaba, pues era
un hombre reflexivo, sabio y con buen talante. Las gentes del lugar le llamaban
Don Pedro, y le apreciaban cada día más. El médico analizó las actividades
agrícolas principales de los trabajadores, que utilizaban sistemas antiguos de
fumigación, por lo que echaban productos tóxicos a las malas hierbas, lo
llamaban Glifosato, y no llevaban a veces la protección adecuada. Se preocupó Pedro
de hablar con el alcalde, y convocar una reunión de vecinos en la casa del
pueblo que era el ayuntamiento. Allí, empezó a asustar a la gente diciendo que:
o cambiaban de sistema de trabajo en los
cultivos pronto, o iban a enfermar todos. Tras una larga reunión y debate la
gente se dio cuenta de que tenían un problema, y que había que hacer algún
cambio. La situación no podía seguir así. Ya decía el abuelo del pueblo,
Melchor: ”al médico hacedle caso, que ese sabe”, y añadió con la sabiduría que
dan los años: ”La ciencia hace avanzar a los pueblos, la política nos divide y
la religión nos entretiene”. Y terminó apuntillando: “Si nosotros no defendemos
al pueblo, ¿quién lo hará?”.
También
se dio cuenta el médico, que la población de labradores estaba muy envejecida.
Los jóvenes se iban del pueblo y nadie tenía interés en seguir labrando.
Entonces se preguntó Pedro: ¿de qué va a vivir esta gente, si no hay quien
cultive los campos, ni se benefician de la buena tierra y las buenas aguas que
rodean al pueblo?. ¿Quién se va a aprovechar de los conocimientos tradicionales
de siembra de las leguminosas, de la recogida de los almendros, y demás
frutales?. Entonces, gracias a la buena relación que tenía con el alcalde,
Jesús Valiente, se consiguió dar un curso de verano para jóvenes relacionado
con la nueva agricultura biodinámica y regenerativa. Vinieron expertos
labradores de otra provincia y explicaron en un curso gratuito, la teoría y las
aplicaciones de la nueva agricultura, que aunque así se llamara, tenía mucho que
ver con antiguas prácticas abandonadas. También se aprovechó para realizar
encuentros, en los ratos de tiempo libre, con los agricultores mayores del
pueblo, buscar nuevos fertilizantes e ir abandonando los productos químicos y
tóxicos que tanto daño estaban causando. Casualmente en aquellos años, llegó un
grupo de emigrantes sudamericanos, y algunos de Sudán, que tenían experiencia laboral
agrícola, y estaban deseosos de poder trabajar y ver crecer las plantas y el
alimento en el campo. Al año siguiente, tres jóvenes de los que habían
realizado el curso, quisieron dedicarse a trabajar y cultivar la tierra. Pidieron
juntar unas fanegas de tierra, arrendarlas y cultivar arándanos y plantas
aromáticas que eran nuevas en el lugar.
Las
noticias van que vuelan, y en Villasanta se enteraron de la movida de sus
vecinos, pero no hicieron caso, estaban muy entretenidos con las tareas de
preparación de los cultos, las fiestas del pueblo, y el cuidado de la
virgencita. El cura del pueblo los tenía a todos ocupados con los rituales
litúrgicos. Que si la Semana Santa, el Adviento, la Navidad... Todo el año
tenían procesiones y cultos que practicar. Había que restaurar la iglesia, decía
el cura, que le faltaba una mano de pintura y otras reformas. Luego había que
hacer colectas para tener un patrón en condiciones, y hacían campañas todo el
año para encargar a un escultor de la capital una nueva escultura para llamar
la atención a los posibles turistas. Así fue pasando el tiempo. Villasanta
estaba entretenida con sus viejas costumbres: cuidando imágenes, restaurando la
iglesia a la que siempre le faltaba algo. Y es que era lo que siempre se había
hecho; eran las costumbres del lugar, y la gente así se justificaba y pasaba el
rato.
En cambio, en Villaciencia, vieron cómo
los primeros jóvenes que empezaron con unas pocas tierras, ya tenían maquinaria
más moderna y habían ampliado sus campos de cultivo. Cuando llegaba el tiempo de
cosecha, se juntaban con jóvenes de otros pueblos, recogían la fruta y luego
celebraban una fiesta. En mayo cosechaban habas y guisantes, en junio las
patatas que eran muy apreciadas. En septiembre recogían las almendras y era motivo
de fiesta para todo el pueblo. Además, los jóvenes intercambian conocimientos y
experiencias con los mayores del lugar. En el pueblo habían sembrado muchos
árboles. La sombra de los árboles atraía a muchos visitantes en el tórrido y
largo verano. Pasados unos años, Don Pedro se marchó, pero dejó una huella
imborrable en la población.
Me gusta el tema tratado y ese retorno a los aciertos de antaño para corregir nuestra conducta antinatura.
ResponderEliminarBravo José María ,siempre acertado y en la misma línea.
ResponderEliminarEnhorabuena Josep María, lúcido e intelente
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios, que quizá me anime a una segunda parte...
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