sábado, 13 de agosto de 2022

DOS PUEBLOS, por José María Molas Tresserras.

 


Eran dos pueblos vecinos y rivales. Cercanos, con historias compartidas, cultivaban casi lo mismo, tenían parecidas poblaciones y estaban en el mismo contexto geográfico; pero eran diferentes.  Los dos pueblos estaban en las proximidades de un pequeño río que regaba los campos de cultivo, estaban bien comunicados con una carretera local que les acercaba a la capital donde tenían los servicios necesarios que no podían tener todavía en su pueblo.  Hablamos de Villaciencia y Villasanta. Ambos pueblos tenían similares relaciones con la administración, pero eran distintos. Villaciencia crecía en población, crecía en riqueza, y cada vez atraía a más visitantes al pueblo, mientras que Villasanta, con las mismas condiciones estratégicas, que decían los analistas, se estaba estancando peligrosamente, perdía población. Los jóvenes se iban y apenas tenía turistas.

            ¿Qué razones habría para advertir la diferencia creciente entre ambos pueblos?, se preguntaba la gente del lugar que veía que algo pasaba en Villasanta que no funcionaba bien. ¿Será por culpa del alcalde, que no sabemos bien a qué se dedica?,¿Será por la virgencita, patrona del pueblo?, que no era la pobre muy agraciada, hay que decirlo también… La lotería tampoco había funcionado hasta ahora, dejaba muchos gastos en las gentes del lugar. Eso sí, en los dos pueblos iba igual.

            Pasado el tiempo, y observando de cerca ambos pueblos, se podía analizar qué pequeñas diferencias empezaban a ver y como iban cada vez a ser mayores. Vino un médico de la capital, a Villaciencia, haría unos diez años, y se dio cuenta de que había muchos casos de diarrea en la población, erupciones en la piel y otras enfermedades que requerían tratamiento y, a veces, había que hospitalizar a los pacientes por algún tumor que otro. El médico se llamaba Pedro Solitario. El apellido le pegaba, pues era un hombre reflexivo, sabio y con buen talante. Las gentes del lugar le llamaban Don Pedro, y le apreciaban cada día más. El médico analizó las actividades agrícolas principales de los trabajadores, que utilizaban sistemas antiguos de fumigación, por lo que echaban productos tóxicos a las malas hierbas, lo llamaban Glifosato, y no llevaban a veces la protección adecuada. Se preocupó Pedro de hablar con el alcalde, y convocar una reunión de vecinos en la casa del pueblo que era el ayuntamiento. Allí, empezó a asustar a la gente diciendo que:  o cambiaban de sistema de trabajo en los cultivos pronto, o iban a enfermar todos. Tras una larga reunión y debate la gente se dio cuenta de que tenían un problema, y que había que hacer algún cambio. La situación no podía seguir así. Ya decía el abuelo del pueblo, Melchor: ”al médico hacedle caso, que ese sabe”, y añadió con la sabiduría que dan los años: ”La ciencia hace avanzar a los pueblos, la política nos divide y la religión nos entretiene”. Y terminó apuntillando: “Si nosotros no defendemos al pueblo, ¿quién lo hará?”.

            También se dio cuenta el médico, que la población de labradores estaba muy envejecida. Los jóvenes se iban del pueblo y nadie tenía interés en seguir labrando. Entonces se preguntó Pedro: ¿de qué va a vivir esta gente, si no hay quien cultive los campos, ni se benefician de la buena tierra y las buenas aguas que rodean al pueblo?. ¿Quién se va a aprovechar de los conocimientos tradicionales de siembra de las leguminosas, de la recogida de los almendros, y demás frutales?. Entonces, gracias a la buena relación que tenía con el alcalde, Jesús Valiente, se consiguió dar un curso de verano para jóvenes relacionado con la nueva agricultura biodinámica y regenerativa. Vinieron expertos labradores de otra provincia y explicaron en un curso gratuito, la teoría y las aplicaciones de la nueva agricultura, que aunque así se llamara, tenía mucho que ver con antiguas prácticas abandonadas. También se aprovechó para realizar encuentros, en los ratos de tiempo libre, con los agricultores mayores del pueblo, buscar nuevos fertilizantes e ir abandonando los productos químicos y tóxicos que tanto daño estaban causando. Casualmente en aquellos años, llegó un grupo de emigrantes sudamericanos, y algunos de Sudán, que tenían experiencia laboral agrícola, y estaban deseosos de poder trabajar y ver crecer las plantas y el alimento en el campo. Al año siguiente, tres jóvenes de los que habían realizado el curso, quisieron dedicarse a trabajar y cultivar la tierra. Pidieron juntar unas fanegas de tierra, arrendarlas y cultivar arándanos y plantas aromáticas que eran nuevas en el lugar.

            Las noticias van que vuelan, y en Villasanta se enteraron de la movida de sus vecinos, pero no hicieron caso, estaban muy entretenidos con las tareas de preparación de los cultos, las fiestas del pueblo, y el cuidado de la virgencita. El cura del pueblo los tenía a todos ocupados con los rituales litúrgicos. Que si la Semana Santa, el Adviento, la Navidad... Todo el año tenían procesiones y cultos que practicar. Había que restaurar la iglesia, decía el cura, que le faltaba una mano de pintura y otras reformas. Luego había que hacer colectas para tener un patrón en condiciones, y hacían campañas todo el año para encargar a un escultor de la capital una nueva escultura para llamar la atención a los posibles turistas. Así fue pasando el tiempo. Villasanta estaba entretenida con sus viejas costumbres: cuidando imágenes, restaurando la iglesia a la que siempre le faltaba algo. Y es que era lo que siempre se había hecho; eran las costumbres del lugar, y la gente así se justificaba y pasaba el rato.

            En cambio, en Villaciencia, vieron cómo los primeros jóvenes que empezaron con unas pocas tierras, ya tenían maquinaria más moderna y habían ampliado sus campos de cultivo. Cuando llegaba el tiempo de cosecha, se juntaban con jóvenes de otros pueblos, recogían la fruta y luego celebraban una fiesta. En mayo cosechaban habas y guisantes, en junio las patatas que eran muy apreciadas. En septiembre recogían las almendras y era motivo de fiesta para todo el pueblo. Además, los jóvenes intercambian conocimientos y experiencias con los mayores del lugar. En el pueblo habían sembrado muchos árboles. La sombra de los árboles atraía a muchos visitantes en el tórrido y largo verano. Pasados unos años, Don Pedro se marchó, pero dejó una huella imborrable en la población.

4 comentarios:

  1. Me gusta el tema tratado y ese retorno a los aciertos de antaño para corregir nuestra conducta antinatura.

    ResponderEliminar
  2. Bravo José María ,siempre acertado y en la misma línea.

    ResponderEliminar
  3. Enhorabuena Josep María, lúcido e intelente

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias por vuestros comentarios, que quizá me anime a una segunda parte...

    ResponderEliminar