Prometo renacer entre las ascuas… ¿Qué pasó en todo este tiempo?, me reitero murmurándome a mí mismo mientras me cuelo por las aristas de la memoria, recolectando en silencio los fotogramas del recuerdo que se apelmazan con el paso de este implacable desafío temporal... Y se denota el resplandor del atardecer en tus mejillas, sonrojadas por el candor de la hoguera que remite a aquella que compartíamos reunidos en familia con esa cantinela de risa contagiosa de fondo que arropaba el alma. Hoy, como ayer, una cercana nostalgia invade mis días, se llena de aquellas escenas costumbristas, tan pintorescas y anheladas en el presente, tan lejanas y sombreadas por el mismo. Caldero que calienta el agua y merma el hambre. Botijo que ansia la sed del pasado e hidrata cada evocación. Cucharas de madera talladas con la herencia del aprendizaje que remueven aquel cálido aroma de todos ellos. Delicados pasos del tiempo que se fueron. Aturdidas huellas que se despegan del calzado cuarteado por las inclemencias del olvido. Claquean por los montes cubiertos de piornos y helechos. Sopla el viento del norte por el grácil valle, donde la floración, guirnalda de cromático aroma, adorna el cotidiano itinerario del ganado entre los chozos que mantuvieron el refugio de estos hombres de acero. Uno de ellos fue mi abuelo, Benito el cabrero. Dónde se fueron quienes tejían los montes con su dócil silbido y desgastado flautín, con su morral de piel curtida, caprichosamente engalanado de tachuelas, flecos y ajedrezado vegetal delineado, como compañero de vida. Ahora yace famélico el estar de ese pendular presente y un can, que hoy en día bien podría ser Cerbero... Intangible ayer que no responde a las súplicas de este ahora, ofrenda doliente, tributo en ciernes, gratitud perenne en la asolanada huerta que ya nadie atiende, donde ni las podas ni los injertos de las ramas secas pronuncian el sudor de vuestra entrega, de vuestra recolecta de frutos que ya perecieron... Ya no espera el vespertino astro soberano vuestra llegada, ni cantan los grillos su cantinela en la nocturnancia de vuestro silencio. Las sombras las cubrieron otras flores. Gavilanes reinantes de los cielos que ya no truenan sobre un sombrero de fieltro grueso, gris y ajado. Las piedras de esos caminos que macharon las manos robustas en la soledad de una mueca desolada por el olvido. Los campanillos y berridos de aquellos animales que se perdieron en el gesto deleitoso de la ninfa Eco, como los cinchos en manos de mi abuela Cruz drenando el suero y dando forma al queso que merendábamos con pan de hogaza mi hermano y yo. Ahora sólo lo retiene mi enriquecida memoria. El sonido de vuestra voz se sostiene en el regazo de los días. La hoguera espera callada en el crepitar de vuestra ausencia… Todo lo pensé con los ojos dormidos. Todo lo sentí con el corazón vivo. Todo lo retengo con la sonrisa alada. Todo lo construyo con la palma de vuestra mirada…
Pero, sí, renaceré una y otra vez en vuestro recuerdo, lo prometo.
Hola. Un relato bien escrito para mi gusto, detalles de un mundo rústico, con palabras de escritura entre poética y creativa , se hace ameno y el final te deja con las ganas de saber más.
ResponderEliminarAun siendo el texto tan corto consigue envolver por unos instantes en las sensaciones del mundo bucólico del modo más vívido. Y, aunque la autora evoque recuerdos personales, ese mundo será siempre un ideal atemporal para todos los espíritus cansados de las apariencias, convenciones y presiones de la vida urbana.
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