Estaba lloviendo a cántaros. Apreté el
paso y cerré el paraguas ya inútil.
Al llegar el agua se colaba bajo la
puerta trayendo consigo el lodo que el barranco arrastraba.
—¿La has visto?
—Sí
— No la traigas a casa.
Mi madre puso unos trapos bajo la
puerta y no volvió a preguntar por su sobrina.
Mi prima había cambiado.
Extremadamente delgada, envejecida y circunspecta conservaba sin embargo la
donosa y enigmática belleza que me seducía
e inquietaba desde que tengo recuerdos
de ella. Su regreso era previsible. La muerte apesta a seducción cuando se
espera rédito.
—Si mi hermana levantara la cabeza....
Era la frase preferida de mi madre,
acostumbrada a vadear entre líneas fronterizas, sin concluir ni rematar, como
su vida entera, sabiendo que esas palabras se significaban realmente en
ella puesto que su hermana nunca se habría
encarado con su hija. Cuando ocurrió lo que ocurrió la justificó como quien
exime las travesuras de la sinrazón juvenil, no hizo preguntas y aceptó resignada
la prodición de mi prima y más tarde su naurálgico abandono.
Ella fue siempre mi preferida, la buscaba en mis juegos y amparaba en sus interrogantes ojos
mis pusilánimes confidencias. Yo siempre temerosa de todo, mimosa y retraída.
Ella todo lo contrario. Mi adoración creció con los años y con ella aprendí los
entresijos de las palabras conseguidoras, los gestos impostados, los silencios
oportunos, todo lo que una mujercita necesitaba para moverse en el insondable
mundo de los adultos o en el voluptuoso universo de los chicos. Siempre fue por
delante en todo, incluso en el sexo desvelándome algunos misterios con sonrisa
socarrona y mirada febril, guardando para sí otros que el tiempo desvelaría.
Tardó en superar la muerte de su
padre y cuando su madre le presentó a su nueva pareja algo dentro de ella se
incendió. Yo lo noté de inmediato porque sus silencios eran para mí un clamor,
porque no hacía falta que dijera o explicara, porque bucear en sus ojos era
como ver la película en primera fila, porque todo su cuerpo rezumaba un aroma
que se me antojó peculiar, sutil, prohibido,
Así era ella por aquel entonces y así la recordaba yo cuando nos
encontramos mientras llovía en el bar de
entonces, cuando el tiempo de las excusas se había consumido en su transcurso y
no pedí explicaciones ni ella quiso hablar del tema. Sabía que yo sabía, que su
mentira estaba salvaguardada, que no había hecho falta que me lo pidiera porque
yo hubiera jurado que era cierto, que yo lo vi, que era él quien la miraba de
aquella manera, o lo que fuera con tal de redimirla, porque siempre conseguía
lo que quería a cualquier precio. La reina de los entresijos de las palabras y
de los gestos impostados, la gran actriz del mundo. Cuando mi tía denunció a su
pareja, ella se marchó. A buscar trabajo, dijo. No volvió. Su madre murió queriendo
creerla, amándola o tal vez odiándola y yo estuve allí, en impávido silencio.
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