Estaba
lloviendo a cántaros. Como ahora; solo que aquel día, a pesar de quedar todavía
horas para que se hiciera de noche, el cielo se oscureció de repente, se
agolparon innumerables nubes oscuras y comenzaron a caer gotas que se
convertían en sangre al mezclarse con la arena rojiza de nuestra tierra. Era
como si el cielo llorase puñales de rabia y dolor por la muerte del hombre
colgado de dos troncos cruzados, en lo alto de aquel monte pelado como cráneo
de muerto.
Por
la mañana, ese mismo desgraciado había pasado por la puerta de mi humilde
taller de zapatero. Cayó de rodillas a la altura de la puerta y apoyó la mano
derecha en el umbral; mientras, con el brazo izquierdo sujetaba un desmesurado
madero apoyado en su hombro. La gente, al paso del criminal, reaccionaba de
madera diversa: unos sonreían con desprecio; otros lo insultaban y escupían;
había quien contemplaba el espectáculo sobrecogido y con expresión horrorizada;
alguna mujer incluso lloraba con sincera amargura... Me asomé a la puerta. Era
un hombre joven y delgado. Levantó sus ojos hacia mí y me pidió agua. Yo,
altivo e insensato como era, no solo se la negué, sino que le ordené, como si
fuera uno más de sus torturadores, que siguiera su camino. Entonces él, mirándome
con una mezcla de compasión y desaliento, sin pizca de resentimiento ni odio,
pronunció aquellas palabras que resuenan aún hoy en mi mente como en el fondo
de un pozo seco y desolado: “Serás tú quien no dejará de caminar hasta que yo
vuelva de nuevo a estar entre vosotros...”
Aquella
noche, tras asistir al espectáculo, junto con los demás, de su agonía y muerte,
salí de mi casa con un trozo de pan y un pellejo de agua, dejando atrás a mi
familia y amigos, y no paré de andar... Una fuerza interior, inexplicable e
inmisericorde me obligó a hacerlo...
Desde
entonces, llevo más de dos mil años recorriendo este mundo. Hay quienes todavía
dudan de mi existencia; hay quienes han creído verme y han fabulado sobre mi
persona; unos me han visto y me han reconocido, pero esos han querido
olvidarme, permaneciendo callados tras maldecirme o sencillamente echarse a
llorar con desconsuelo después de cruzarse conmigo.
He
dado literalmente la vuelta varias veces a este mundo terrible. He visto lo
peor y lo mejor de sus habitantes. He contemplado guerras sin sentido, asaltos
a castillos que parecían inexpugnables y a miserables aldeas cuyos moradores
fueron exterminados en segundos; imperios rotos y familias desmembradas. Me han
emocionado a veces, hasta dejarme sin lágrimas, actos de valentía y generosidad
sin límites como el de esa niña que se enfrentaba a todo un ejército, aquella
madre abandonada que hizo lo que hizo para salvar a sus hijos de la miseria...
O bien aquel anciano que llevó a su mujer sobre los hombros sabiendo que su
alma había abandonado el cuerpo hacía días...
Ahora
también llueve a cántaros.
Soñé
hace días que debía encaminar mis pasos hacia aquí, a esta playa que está más
al sur que el mismo sur, a esta tierra próspera y pobre a la vez que para algunas
personas, según he escuchado, es la primera estación de una nueva tierra
prometida. Es de noche y la arena se ennegrece más si cabe por los pasos de mis
pies desnudos. Me sentaré a esperar. Lo único que sé es que debo esperar aquí.
Retornará más de dos mil años después. Simplemente sé que volverá y yo podré
descansar. No veo a nadie, solo el mar y el cielo estrellado sobre mí. Me sé de
memoria los astros que noche tras noche no han dejado de brillar de forma
insolente.
Ahora
sí estoy viendo a lo lejos una barcaza acercarse a la orilla. Son hombres y
mujeres de piel oscura. No pueden ahogar sus gritos. Los adivino harapientos y
desesperanzados como yo... ¿Vendrá realmente él entre ellos? ¿Volverá en
verdad, por fin, a nacer de nuevo quien acabará dando su vida por todos
nosotros?
Me ha encantado. Muchas gracias.
ResponderEliminarFantástico Tomás!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaravilloso.
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