Estaba
lloviendo a cántaros aquel día de verano de 1941.Un rayo partió el viejo roble
de la plaza. Parecía como si la mano de Dios hubiera levantado con furia un
hacha para dividir el fuerte tronco en dos. El ruido que provocó se confundió con el trueno que siguió y solo
la pequeña Rosilla, que tenía su carita pegada a la ventana, lo vio. Su boca se
abrió dibujando una enorme O y se tapó la boca para no gritar. Salió corriendo
descalza y veloz hacia la plaza. Entre
las raíces del viejo roble fue donde su padre, fusilado en la guerra, había
escondido sus libros prohibidos.
Estupendo microrelato, cargado de fuerza
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