Estaba ahí, junto a la
orilla
arrodillada en guijarros
y arcillas prehistóricas
saturada de soles
extremos con lunas granas,
donde tu cuerpo
inclinado exhalaba un sollozo angosto,
haciendo brotar las
pompas del jabón a un ritmo acelerado
salpicando y cubriendo
las manos de asperezas incurables,
y el alma, ¡ay el alma!,
ahogada en la vereda
fluvial
presa de ignorancias y
olvidos
ante miradas libres y
aladas.
Cuando estabas ahí
mujer, junto a la orilla,
se hacían las horas
decorosas, parlanchinas,
que a soles y a lunas
tendidas, su piel estirabas,
sobre mimbres y
espartos, yacían ausentes, almidonadas,
secas y bien dobladas,
junto a las penas,
todas las penas,
almacenadas.
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