La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 14 de julio de 2019

COMO SIEMPRE, por Gloria Acosta.

Fotografía de Silvia Grav



Estaba ahí, un poco más tarde de lo habitual, acercándose al dispensador y cogiendo su número. El señor del jersey a rayas se levanta dejándole el asiento. Ella no dice nada, como siempre, y apoya las muletas en la pared que resbalan rompiendo la espera en mil pedazos metálicos. El señor del jersey a rayas se agacha y las coloca en su lugar y esta vez tampoco ella dice nada. Desde el mostrador la funcionaria observa la escena tras sus enormes gafas mientras hace un gesto cómplice a su compañero que arruga el ceño dejando escapar un revelador soplido.
—Yo me encargo.
La compañera lo agradece con una sonrisa y sigue a lo suyo.
Ella escudriña la sala abarrotada de gente que no encuentra asiento y permanece en pie, unos leyendo el periódico, muchos con sus teléfonos móviles, la mayoría en silencio, otros comentando con los cercanos. Ella como siempre se dirige a la persona que tiene a su derecha. Qué más da quién sea. En esta ocasión se trata de una muchacha que lleva una carpeta sobre sus rodillas. Y le cuenta, y no para de hablar, y se queja. Que si la ayuda no llega, que si este gobierno no hace nada, que el alcalde y la concejala de servicios sociales son unos inútiles. Su vecina de asiento la mira de vez en cuando y trata de sonreír pero se encoge de hombros y con eso lo dice todo. Luego se dirige al señor de su izquierda y pregunta si viene por lo mismo. Que está cansada de entregar papeles, reclamaciones para nada, que si a los viejos los dejan de lado, que si ya verá usted cuando tenga que pedir ayudas. Una señora que está oyendo desde el fondo le da la razón asintiendo. El señor del jersey a rayas la avisa de que ya es su turno, no vaya a ser que se le pase y le ofrece el brazo para ayudarla a levantar. Que si las rodillas ya no me sostienen, que acérqueme las muletas.
Allá va hacia el mostrador, el funcionario le hace una seña. Arrastra los pies, cojea, resopla. Hablan un rato. El funcionario niega con la cabeza. Ella pide que le sellen el documento y lo entrega. Guarda la copia en el bolso y se va clavando las muletas en el piso, la goma está gastada de nuevo y tendrá que cambiarla. El traqueteo metálico molesta a los que están sentados que la miran cojear y salir y al fin desaparecer.
La funcionaria hace una mueca a su compañero. Los dos respiran aliviados.


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