Parecerá un chiste torpe: muy lejos de
la realidad; pero fue cierto entonces en mi propia vecindad. El pobre Gaspar
quería comprar en la feria un muleto, porque según se sentía era un filósofo
prieto y con más firme osadía, que un tal Tales de Mileto, al que alguna noche
leía después de algún que otro pensamiento. Aconteció un 13 de Agosto, de un
año tan lejano, que ya ni se recordar. A la entrada de la feria del pueblo de
Colmenar, se situó un buen hombre, por apellido Gaspar... Era un labriego
pobre, pero con ganas de triunfar y tuvo la ida sublime de atar jamones
colgando con cuerdas, de las vigas del pajar. En su mente calenturienta, no
dejaba de cavilar: la forma de hacerse de cuartos, para hacer aquellas vigas
temblar... Se armó de una idea firme, que matizó en real y no fue otra: que la
de poner a su burro histórico, -al pelo de buen jumento-, como estampa del
ferial. Se armó de grande hidalguía y hasta se llevó la silla de anea -aquella
de su olivar- que con tanto sufrido empeño, se entretuvo en fabricar. Estuvo
temprano en el sitio y con su ardíz de buen compadre, pintó un letrero
descomunal: "CIEN DUROS APUESTO AL MOZO QUE HAGA AL BURRO REBUZNAR". A
media mañana, ya perdía un capital... Estuvo ojeroso y triste, hasta las once
-no más- y nuevamente, con gran valentía: se quiso recuperar de aquellas
pérdidas imprevistas, que nunca pudo imaginar. Cambió el letrero entonces y no
dejó de cavilar, ideándose otra forma, más difícil de alcanzar. Con un
rotulador más grande, tachó lo de rebuznar y con más grueso calibre, fijó:
DOCIENTOS DUROS ME APUESTO CON AQUÉL QUE HAGA REIR AL BURRO". Llegó
Frasquito Sarmientos, con cara de desleal y después de pocas palabras; aceptó
la apuesta tal. Se estrecharon hasta las manos, en prueba de conformidad y
acercándose a la oreja del burro, muy quedo en su platicar, algo le dijo al
oído, que el burro rió sin más; sorpresa se llevó el tal Gaspar viendo reír al
burro -casi se echó a temblar, al ver su hacienda menguada-. Más al mismo
Frasquito retó, aumentando la apuesta al doble: SI HACÍA AL BURRO LLORAR. Nuevamente
se aceptaron, en apuesta tan cabal, y yéndose el tal Sarmiento a una esquina
del soportal, llevo se al burro a la mira -para a nadie más soliviantar-; se
desabrochó la bragueta, para dejar a ese burro admirar y, quedó tan perplejo el
pobre, que se le puso a llorar.
¡Ay Gasparete pobre, iluso por creer en
fáciles cuartos ganar, que fuiste por lana al torpe y saliste trasquilado...!
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