Los colores existen per se,
pero también porque nuestros ojos,
que actúan como pequeñas luciérnagas
o candiles,
quieren vivir más allá del negro y el blanco,
quieren conquistar el universo
y ponerle nombre a lo desconocido y expandir
su poderío más allá de cualquier paréntesis.
Sin la luz el mundo sería sombra solo,
una caja de pandora sin salvación posible,
el negativo de la noche oscura
y el silencio hecho túnel infinito.
El color nos necesita y resucita
cada vez que nos posee
y dibuja la alegría con los lápices
de Lázaro venciendo a la muerte
al otro lado del túnel: Milagro y triunfo
de la luz sobre el abismo
y de la esperanza sobre el desaliento.
El arco iris podría ser la metáfora
más sublime del amor que Dios nos tiene
si antes no fuera el oxígeno que respiran
los demiúrgicos pintores.
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