Visualiza una gran hilera de cuerpos hieráticos
y delicados como la nieve
caminando por calzadas romanas,
alfombras o trincheras.
Tras esa imagen en estampida,
se esconden sin asfalto ni diligencias,
togas de seda y abrigos de visón
que ambientan la historia con valores
y principios por los
que muchos dejaron
su vida en las cunetas.
Los troncos de los árboles
con sus anillos miden el tiempo y la espera.
Nosotros también lo medimos
con relojes, kilómetros o diamantes,
o por el número de estanterías en una biblioteca
o por revoluciones más o menos sangrientas;
pero como mejor vivimos el vaivén
de las épocas y su tic-tac indeleble
es con los ropajes y vestidos
y sus viajes de años luz
a la fantasía del recuerdo:
pasarela de maniquíes que nos deslumbran
con sus andares de marionetas.
Imaginad si volantes y dobladillos hablaran
y vistiesen minifaldas o escotes,
pantalones de campana y chupa vaquera,
o si calzaran botas militares
y llevaran puestos cascos o sombreros de paja.
Ya sea en forma de bañador, de topless o burquini,
el tiempo de la moda nos seduce
con ese desfile de trajes típicos,
de disfraces y maquillajes;
pero por encima de todos los atuendos
es la piel con sus arrugas
la prenda que mejor viste al tiempo
y lo amortaja.
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