El
que sea yo católico o nó, no importa; el que yo pertenezca o nó a la mayoría de
creyentes en el Vaticano y en su Santidad, el Papa, tampoco interesa. Lo que si
quiero que le diga a Francisco, por favor, señor Nuncio Apostólico, es que un
hombre que tiene una lengua magníficamente viperina y una audiencia entre la
gentes del simple odiar y torcer la historia a su amaño, este hombre de mis
apellidos y mi estirpe le envió a usted, señor Nuncio, señor embajador del
Pontífice en Colombia, una carta descortés, desconcertante y agresiva en marzo
doce del año en curso.
Yo
modestamente, sin los pergaminos grecocaldenses de Fernando Londoño Hoyos ―heredé
el ‘Londoño’ de mi madre también―, deseo expresar mi bochorno ante la
catilinaria del exministro, retirado por la justicia colombiana de las lides
del ejercicio público.
Los
monseñores que se dedican a la política contemporánea a él no le caen bien,
pero cuando un arzobispo de apellido Builes, por allá en las épocas de la
violencia liberal―conservadora, en las décadas de los 40’s y los 50’s se consagraba
desde el púlpito a perseguir, a incendiar, a ordenar con su verbo bíblico las
peores brutalidades contra ciudadanos de creencias diversas a las de Builes y a
las de Londoño & Londoño; ese profeta del desangre, monseñor Builes, junto
a tantos otros curas que persiguieron a millares de colombianos por profesar
ideas contrarias al conservatismo trasnochado, ese tal Builes si es de apegos
del exministro.
Londoño
Hoyos recuerda en su belicosa carta que en esta nación campean narcotraficantes
y delincuentes que cometen y cometieron los más execrables crímenes, y que su
Santidad no debe olvidar la existencia de ello.
Yo,
respetado Nuncio, creo que el Papa Francisco, así como los líderes del Islam,
del Judaísmo, del Budismo, del Hinduismo, conocen nuestro drama: cincuenta años
de narcotráfico violento.
Pero,
tímidamente me permito decirle a su Santidad, por su intermedio, que nuestra
tragedia tiene una causa, un origen y unas consecuencias imposibles de eludir:
la tremenda inequidad y el sometimiento que los pobres de Colombia y el mundo
padecen por cuenta de gobernantes, jefes de estado, corporaciones
internacionales, ministros y funcionarios como Londoño Hoyos. Él ha vivido en
los jardines del Edén, dormido en lechos de oro y plumas de ganso, él ha comido
opíparos banquetes y ha pertenecido a la élite que tiene a Colombia donde está.
Él es tan culpable, como los que trafican y destruyen porque ha sido uno de las
decenas de mayordomos de los poderosos que tienen un único objetivo en la vida:
¡enriquecerse sin importar a costa de qué!
¿De
qué se queja, Fernando Londoño Hoyos si él y sus amigotes de la aristocracia
criolla son la raíz de las desgracias? ¿O acaso la plutocracia mercantil de
Colombia no se arrodilló por años ante los cantos de sirena de los Escobar, los
Rodríguez y tantos otros monstruos nacidos de nuestra sangre mal educada y mal
gobernada?
Este
exministro, condenado por la justicia que él dice defender, argumenta que la
Paz pactada con las Farc es un simple espectáculo de unos guerrilleros
marxistas sin arrepentimiento alguno. Yo, su Santidad, pudorosamente creo que
el silenciar miles de fusiles e intentar que esta larga sangría colombiana se
morigere, es algo no solo notable sino importante para los habitantes de
Colombia, y en especial para los millones de campesinos que han sufrido casi un
siglo de desventuras y padecimientos. Nadie, con dos dedos de frente espera que
quien ha delinquido durante décadas se convierta en Angel de la Guarda, de la
noche a la mañana.
Pero
a Fernando Londoño Hoyos (cuyo Londoño, repito, es el de mi sangre también), se
le olvida probablemente porque se le nota que tiene temblorosa y embolatada ya
su memoria y su dicción extraordinaria, se le olvida que en sucesivos gobiernos
conservadores y liberales del siglo XX y XXI (y Fernando Londoño Hoyos ha
participado en alguno de ellos) se han pactado amnistías, perdones, procesos de
justicia y paz que aunque no han terminado con nuestra barbarie han doblegado a
muchos delincuentes, forajidos y guerrilleros.
Pero…
como desde el Estado, desde el SISTEMA, los funcionarios como Londoño Hoyos
consideran al gobierno de la patria como el feudo mayordómico de las
oligarquías del capital y la tierra, la Paz no se aclimata y la serenidad de
las gentes no se adopta como medio de vida pues la violencia desde arriba, la
desigualdad y la opresión continúan.
Señor
Nuncio, con consideración especial para con el Papa Francisco de quien dicen
que no ha transformado a su Iglesia sino que le ha hecho simples decorados, yo,
un ciudadano cualquiera de Colombia, me alegro inmensamente por su futura
visita a mi país porque sé que su presencia contribuirá grandemente a apaciguar
los ánimos, a morigerar las pasiones, sosegar los dolores de los creyentes y
los no creyentes, aquietar el sufrimiento de los pobres habitantes de Mocoa y
de esta nación preciosa que oculta bajo un ropaje virulento a millones de seres
increíblemente creativos, buenos, constructores de caminos y ciudades,
sembradores de amor, cultivadores de barbechos, industriosos pobladores y
comerciantes de vida y fe.
Este
exministro de arrebatado verbo convoca a Su Santidad a que mire al vecindario
porque allí hay horrores terribles. Tiene razón: allá como aquí saquean el
presupuesto público, engañan a los accionistas, litigan en beneficio propio,
gobiernan para una plutocracia pero gritan que representan al pueblo, y roban,
roban, roban sin pausa ni reposo.
Le
ruego, señor Nuncio, que transmita al Papa, mis condolencias por tanto daño que
el hombre hace al hombre, y mi alegría porque la voz de Francisco no es la del
odio sino la de la fraternidad entre los seres que poblamos este planeta
precioso.
Y,
otra cosita, señor Nuncio: dígale a Su Reverencia que convoque de nuevo a todos
los líderes religiosos del mundo y a millones de millones de seres bondadosos
del planeta a convivir en paz, respetar la naturaleza y desechar los odios sectarios,
nacionalistas y raciales que tanto daño nos han hecho.
Con
todo respeto:
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