Debería pararse la vida,
después de una puesta de sol,
después de caer la tarde,
después de dos besos furtivos.
Después de ser únicos,
después de ser inquebrantables.
Deberíamos no olvidar
ni las caricias,
ni las miradas,
ni la sal en las manos,
ni el viento rozando la cara.
Cada segundo es una pérdida,
en la ventana se queda,
por la puerta se olvida.
Lástima de esta botella de sales
de colores; solo un niño puede
tener el valor de mantenerlas,
vivas.
Hermoso poema. Gracias Isabel por esas letras.
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