El despecho se ha venido
considerando como algo peyorativo que, a posteriori, perjudicaba a la propia
víctima, bien porque dejaba en evidencia sus carencias o complejos, bien porque
realmente el ofendido-a descargaba su ira contra el ofensor, que poco o nada
tenía que decir. Sin embargo, la víctima tiene absoluto derecho a desahogarse,
lo que vulgarmente suele denominarse “derecho al pataleo”. Esto no debería tan
siquiera cuestionarse; ahora bien, cuando ese despecho, que puede resultar
incluso terapéutico, se convierte en cruenta venganza, podríamos hablar de
patología. Pero esto no es exclusivo de las relaciones de pareja, sino que se
extiende a los amigos, vecinos, trabajadores/jefes…
La matraca que nos están
dando en los medios de comunicación es de órdago al respecto. Todos mencionan a
diferentes cantantes o compositores, desde Paquita la del Barrio hasta Julio
Iglesias, pasando por Miley Cyrus u Olga Guillot, Rocío Jurado, Isabel Pantoja
o Rosalía. En realidad, estadísticamente hablando, este género, si es que
podemos denominarlo como tal, se desarrolla especialmente entre voces femeninas
y cercanas al folklore, en su sentido más amplio. Que no se me alarmen las
feministas, pues en su descargo puedo asegurar que el hombre despechado, cuando
hace acto de presencia puede resultar letal. No creo que me esté inventando
nada.
Las mujeres abandonadas,
con o sin motivos, se han visto como gatitas a la deriva o vacas sin cencerro.
Seres abandonados a su suerte y víctimas de cualquier maledicencia u otras
aberraciones. Parece ser que los hombres pueden rehacer su vida, mientras que
las mujeres quedan estigmatizadas. No quisiera creer que aún arrastramos esta
moral juedocristianamasónicarabesca o, como cualquier
anticultura, donde la mujer abandonada es solo una muñeca rota, un trapo sucio,
un objeto inservible. Antaño, la virginidad era, como sabemos, sobrevalorada.
Ahora, los hijos son una tremenda carga para volver a empezar. Los hombres con
hijos son una carga mucho menor, aunque seas famosa como la Shakira. Habría que
restaurar o apedrear de una vez por todas este sistema heteropatriarcal que
llevamos adosado a los genes como una lapa. Vaya, ya me salió la vena podemita.
Es muy fácil también irse al otro extremo y asegurar que, cuando la mujer
despechada actúa, desvalija al hombre y lo deja prácticamente en cueros: sin
piso, sin casa, sin coche, sin hijos o qué sé yo. He visto de todo. A mi mente
morbosa llega el despecho por antonomasia y es la venganza de Glenn Close hacia
Michael Douglas en Atracción Fatal. Bien hecho, Glenn, a ese
marido infiel había que darle un buen escarmiento; pero claro, el varón
demostró arrepentimiento o algo parecido y había que cargarse a la pobre Glenn.
Michael y Anne Archer, la dulce y leal esposa, tenían que unirse para vencer al
demonio: la familia unida jamás será vencida. Una cana al aire es perdonable,
especialmente si la echa el hombre. La mujer siempre será una puta. He ahí la
moral esa que hemos heredado y que pesa como una losa.
Otros despechos que me
asaltan son literarios. Todos recordamos las diatribas que se lanzaban Góngora
y Quevedo a la par. Lo que quizás nadie sepa es que Francisco de Quevedo compró
la casa de Góngora por 40.000 reales para desahuciarlo y echarlo a la calle
como a un perro sarnoso, de hecho el pobre Luis se encontraba muy enfermo.
No obstante existe, como
apunté al principio, una enorme cantidad y variedad de despechos y venganzas en
todas las relaciones sociales. Estos resentimientos aparecen en nuestra más
tierna infancia, quizás alimentados por unos padres rencorosos, y se vuelcan
sobre el resto de los niños. Además, esto se aprende. Muchas víctimas de estos
enconos los reutilizan, a su vez, para vengarse sobre otros seres que pasaban
por allí. Son reciclables. Hay que desahogarse de alguna manera, aunque el
receptor no sea merecedor de dichas tropelías. Los despechos se disfrazan
muchas veces de “ninguneos”. No es necesario componer canciones hirientes o
burlescas. El ninguneo, o esa patá que no se da, puede hacer mucho
más daño, y son las señas de identidad de seres fríos, calculadores e
indolentes, que ni sienten ni padecen. Eso sí, disfrutan con ese dolor que
infligen sin infligirlo. Es una pena que esto no se contemple como una de las
formas más exquisitas de hacer daño.
Para los amantes del
cine, el teatro, la música o la literatura, debemos apoyar y fomentar el
despecho venga de donde venga, ya que este virus favorece la creatividad y el
deleite artístico. Podría considerar unas cuantas docenas de obras artísticas
basadas en el despecho.
¿Acaso el final de don
Juan no fue una suerte de despecho divino? Piénsalo un poco. Cosas de nuestra
cultura. Hay que ser buenos y amar hasta la muerte, aunque tengas a tu lado a
un ser insoportable.
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