El cielo con su anaranjado atardecer
cae
sobre mi pecho,
como
miles de yunques
que
aprisionan mis lagrimas sin piedad.
Siento
rabia, ¿será miedo?
qué
más da, no soy nada sin recuerdos
esos
que se mecían al viento
en
atormentadas tardes de duelo
donde
punzantes besos
sobre
pasarelas de madera
suplicaban
por tu encuentro
y por eso grito en desesperación
sin
entender, por qué de mi cobarde velo
ser
sin serlo, caricias de bondad.
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