Dedico este artículo a Javier Sánchez Sánchez, mi gran amigo, desde hace una década.
También se lo dedico a Andrés Neuman, porque cito a autores argentinos y reproduzco un poema de Borges, por lo que le toca de argentino, y por su grandísima calidad como prosista y poeta.
Los viajes pueden ser de diversos tipos, pues hay viajes de desplazamiento, en los que cogemos un avión y nos vamos de Madrid a Londres o a cualquier otro país de Europa que sea de nuestro interés, eso también depende un poco de la economía, las ganas y del acompañamiento. Recuerdo cuando me subí por vez primera al avión desde Madrid con destino Londres, y de cómo me impresionó el movimiento del avión, cuando se elevaba sobre los cielos y ganaba altura. Me acuerdo que sentí como un vago cosquilleo en el estómago y por qué negarlo, tuve un poco de miedo, porque era la primera vez que volaba y esto sucedía en el año 1991, o sea, que ha llovido mucho desde entonces.
Viajar y conocer otros países nos abre la mente y nos permite conocer costumbres diferentes y por ejemplo, si estamos en Londres, visitar el British Museum, y ver con gozo inefable los frisos del Partenón de Atenas y mirar con nuestros ojos mortales los frisos en los que las bacantes bailan con frenesí los himnos órficos después de haber tomado la ambrosía, que era una droga alucinógena. Ver este friso o las momias egipcias o el Código de Hammurabi( en donde está inscrita la Leydel Talión, ojo por ojo, diente por diente ) es algo portentoso e inexpresable en palabras y también es un lugar y un ámbito estéticos. No comprendo a los viajeros que van a un país, por ejemplo a Francia, y dicen que las piedras no les motivan, o sea, que van en plan gregario, y no les importa el arte, no comparto el criterio del turismo torrencial o masivo. Tampoco digo que haya que estar todo el día viendo museos, pero visitar algunos es algo que me parece imprescindible. También es muy agradable y positivo , como nos sucedió a mi amigo y a mi en Londres, cenar con unos mejicanos en Trafalgar Square y no parar de reír durante toda la noche y reírnos por los modismos que los mejicanos emplean al hablar y porque muchos de ellos son abiertos y simpáticos en su carácter.
Sin embargo, los viajes más estimulantes y amenos son los que me ha proporcionado la literatura, cuando he ido leyendo determinadas obras, como, por ejemplo, El Quijote, cuya Primera parte es un poco árida pero la Segunda es fascinante y jocosa. Recuerdo, porque viene a cuento, que , cuando estudiaba Filología Hispánica en Madrid, tuve la suerte de escuchar una conferencia del escritor y ensayista argentino,Ernesto Sábato en la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, en la que Sábato en un discurso de una hora y media y de pie, habló del Quijote como sujeto literario, pues es el protagonista de esta obra inmortal, que funda o crea la literatura moderna. También comentó y explicó al Quijote como sujeto filosófico, pues su mensaje final encierra una lección de vida o una pequeña filosofía de tipo casi estoico o más propiamente de resignación cristiana y por último Sábato indagó en la condición dramática de Don Quijote y en los aspectos psiquiátricos del personaje , creado por la imaginación fértil y poderosa de Don Miguel de Cervantes. Sábato nos dijo que Don Quijote razona con más cordura y habla con mayor inteligencia estando loco, y al perder esa condición , razona de una manera más mediocre aunque reine la mansedumbre en su espíritu, cuando Sábato terminó su discurso improvisado pero bien urdido y planteado, el público entusiasta y enardecido le aplaudió durante diez minutos ininterrumpidos, por sus palabras vigorosas, sustanciales e importantes.( He de decir que fui un lector fervoroso de toda la obra de Sábato desde los 19 hasta los 28 años, pero no relato esta anécdota por jactancia, sino porque fue un escritor importante para mí, como también lo fue y mucho, Hermann Hesse ). El acto concluyó con una Declaración de Amor a la lengua española.
He viajado mucho imaginariamente gracias al regalo de la literatura, pero el germen de este amor a la letra impresa, tiene su origen en mi etapa escolar de EGB, cuando cursaba 5º de EGB , en los Hermanos Maristas, y éstos nos obligaban a componer una redacción, que forzosamente tenía que salir de nuestro magín. A veces también leía poemas clásicos de la lengua española y una edición adaptada del Quijote. Estoy en contra de las lecturas obligatorias, pese a que tal vez, puedan servir para iniciar el interés por la lectura o una vocación por la escritura, pero muchas veces lo que provocan es una aversión absoluta a la lectura, por no decir que cierta repugnancia a la letra impresa o mejor dicho, a la Literatura.
He leído mucho desde que tenía 8 años, y cuando se crea un hábito a una edad tan tierna, luego es una costumbre gozosa y necesaria, como beber un vaso de agua fría, tomar un café, etcétera. Leí mucho desde los 18 años hasta los 30, y no lo cuento con afán de presunción ni por vanidad, pero recuerdo, cómo disfrute, leyendo Nuestros antepasados, esa trilogía de Italo Calvino, sobre una Edad Media inexistente, pero llena de una fantasía feraz, casi tan única o singular, como la que preside alguno de los mejores cuentos de Jorge Luis Borges, ese ciego luminoso. Asimismo fue una época en la que se empezaron a publicar las mejores novelas de José Saramago, tales como Memorial del Convento o El año de la muerte de Ricardo Reis, que es mi preferida porque es sobre Fernando Pessoa, está muy bien escrita y capta de una manera admirable la tristeza lusitana o la saudade que es parecida a la morriña gallega. Es una novela de una perfección formal y de una arquitectura argumental, que roza la excelencia.
El primer libro, que compré con 16 años, fue una Antología Poética, de Blas de Otero, porque era un poeta, que entonces me gustaba y todavía me sigue gustando, porque sus versos anteriores a sus crisis religiosa y posteriores a ella, tienen garra, te llegan y se comunican bien con el lector.
Aconsejo, a quienes me lean, que se den el gusto de viajar por los mundos imaginarios, para escapar a través de la lectura, de la monotonía aplastante del vivir cotidiano y del rollo pesado de las televisiones e incluso el de los periódicos.
Como remate, diría que no sabemos disfrutar de la lectura, porque vivimos en una sociedad de la prisa y sin demasiados espacios para la calma , y vamos muy deprisa, estamos comunicados y a la par incomunicados, y las grandes ciudades se han convertido en muchedumbres solitarias. La lectura nos salva de la soledad y del anonimato porque nos singulariza como personas o seres humanos, y si escribimos, desarrollamos una cualidad o una virtualidad, que teníamos oculta o soterrada. En definitiva, leer es un placer solitario que, cuando estamos en silencio, nos da la posibilidad de encontrarnos con nosotros mismos y desarrollar nuestra imaginación y nuestro vocabulario. El hombre se siente solo, porque no sabe estar en silencio , o callado, y por eso, necesita el sosiego de la lectura, la meditación o la oración. Estas son todas las reflexiones que quería hacer públicas con la libertad que me concede, nuestra querida directora, Carmen Hernández Montalbán.
Como es habitual en mis colaboraciones, termino ésta con la reproducción de un poema, relacionado un poco con el tema mensual de la Revista Absolem.
ARTE POÉTICA
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río.
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Ítaca
Verde y humilde. El arte es esa Ítaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.
JORGE LUIS BORGES ( 1899-1986)
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