lunes, 14 de noviembre de 2016

El cráneo que se peinaba, por MARÍA PIZARRO.




La mujer del cráneo aplastado
se mira al espejo.
Y como es joven muerta
busca las flores blancas de su tumba
para atusarse el cabello.

Es tan lento y monótono
el día a día de los difuntos.
Pero la joven maquiladora
no tiene flores para adornarse.
Cuesta muchos dólares
desenterrar la calavera
de la sangre reseca
y el peine de cristal.
Cuesta   desenredar los nudos
de esta larga melena.
Cuesta tanto desempolvar
la agonía
de las Desaparecidas.
Que ahí siguen, Muertas
con sus juegos macabros:
pintando de rojo los labios
con el caudal de su sangre,
meciendo en su pecho las muñecas
que no huyeron
con sus gritos despavoridos.

 Y seguimos contando historias.

¿Piensan que este cráneo inventado
pudo siquiera a alguien dar lástima,
en cualquier lugar del mundo
o tan siquiera en Juárez?
¿Qué esperamos de los bárbaros
traficantes de la muerte?
¿Qué leyes les defienden?
¿Piensan si este cráneo no se peina
podría cambiar la historia de esta ciudad?




Una mesa vacía, por EDUARMO MORENO ALARCÓN.


No, no estaba soñando. Estaba bien despierto y de una cosa podía estar seguro: aquél no era su cuarto. Pero ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Otra noche loca poniéndose hasta el culo de pastillas?
Era incapaz de recordar nada. Necesitaba una aspirina urgentemente: la cabeza le estallaba.
«¡Hostia puta, qué resaca!», fue el primer murmullo, entre suspiros, del día.
 Mario se desperezó estirando mucho los brazos, bostezó sonoramente y resolvió salir de allí cuanto antes. Tras erguirse desnudo en la cama, escrutó la habitación en busca de su ropa. «¿Dónde coño habré dejado el pantalón y la camisa?». Buscó por todas partes. Nada. «¡De puta madre! Ahora he perdido la cartera y las llaves ¡Vaya una mierda!».
Harto de esta absurda situación, hurgó en los cajones del armario. «A ver si encuentro algo que ponerme». Al fin dio con una sudadera y unos vaqueros más o menos de su talla. Vaqueros de chico. Acto seguido tanteó en las baldas superiores; varios calzoncillos cayeron al parquet. Aquel detalle le alarmó profundamente. Su masculinidad —ésa de la que tanto se jactaba— quedaba extrañamente en entredicho. «¡Joder, a ver si me he tirado a un tío!».
Imposible estar seguro. No había ni una sola foto, ni una sola pista que pudiera revelar la identidad de su anfitrión.
Las deportivas le quedaban un poco holgadas, pero a esas alturas sólo pensaba en largarse echando leches, tomar su dosis de Alka-Seltzer y olvidar esa factura que cobraban sus excesos con las drogas.
Cerró la puerta de la alcoba sin apenas hacer ruido. Un silencio incierto parecía amortajar toda la casa. «¿Dónde se habrá metido mi nuevo amigo? ¿Y si le escribo una nota? Sí; pondré mi nombre y dirección y le diré que me devuelva la cartera y las llaves cuando pueda».
Mario dejó el papel sobre un mueble del vestíbulo y, a continuación, salió al exterior. Una bocanada de aire tibio revolvió su melena ensortijada. Suspiró con alivio. Tenía intención de ir directamente a casa, pero el hallazgo casual de un billete arrugado de diez euros en el bolsillo trasero le hizo cambiar de opinión. Aprovecharía para tomarse un refresco, el que fuera, daba igual.
Estaba seco.
Dobló la esquina y entró en el primer bar que vio abierto. A esas horas, un bullicioso grupo de turistas tomaban el aperitivo. Se sentó en un taburete y silbó al camarero. El joven que servía tras la barra no oyó su reclamo. Llamó de nuevo, esta vez alzando la voz. Ahora el empleado pareció ignorarle. «¿Pero qué coño le pasa hoy a todo el mundo? Bueno, no quiero discutir con ese gilipollas. Voy a la mesa de la esquina, ya me atenderá el de la perilla».
En ese instante, una pareja entró en el local. La chica avanzó hacia el rincón sin reparar en la presencia de Mario. Tras ella, un chico la seguía (su novio, sin duda) tomándole la mano, sus dedos enlazados con los de ella. Los tres quedaron frente a frente, a menos de un metro de distancia, pero ellos pasaron de Mario. De súbito, éste centró su atención en el muchacho y dio un respingo: «¡¡Hostia, pero si lleva puesta mi ropa!! ¡Tiene que ser él!».
La chica se giró entonces hacia el camarero de la perilla, quien, solícito y cordial, se aproximó hacia el fondo que ocupaba la pareja.
—¡Hola, Pedro! —saludó alegremente la joven—. ¿Podemos sentarnos en nuestro rinconcito?
—¡Pues claro que sí, chicos! —respondió éste con una amplia sonrisa—. Todo vuestro.
Atónito y rabiado, Mario iba a replicar con un cabreo de cojones cuando, desde otra mesa situada a un costado —donde segundos antes no había nadie—, un viejo pordiosero le espetó:
—No te molestes, hijo. Tú ya no existes

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 38, 15 de noviembre de 2016 "Lugares".


Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN: 2340-8634




SUMARIO



PORTADA, por NURIA HERNÁNDEZ.





ARTISTA ANFITRIÓN: 





ARTÍCULOS: 






RELATOS: 





POEMAS: 









conocí un lugar, por ANTONIO PELÁEZ.


Conocí un lugar que tenía trozos de vidrio por nubes
y el agua que de ellas caía no mojaba la tierra de oro
sino de pétalos translúcidos
En ese lugar los niños y los ancianos dormían en encajes bordados
igual que brillantes libélulas
de las que bailan minué sobre las estrellas de los ríos
Las orquestas tocaban con liras diáfanas yámbicos heroicos y marchas triunfales
cuando el crepúsculo de cretona violáceo sustituía la gasa azul del cielo
Las montañas como trozos de hielo no estorbaban a la vista
sino que dejaban ver sus vetas amarillas y ocres como caprichosos dibujos de lumbre
y en el mar solo había un pez múltiplemente reproducido
con escamas metálicas de verde sideral
Monté aquel caballo blanco de estirpe árabe con alas de querube y belfo noble
que me llevó a la Gran Gruta
y allí me presentó al Rey sin forma precisa y color indefinido:

“su majestad Los Sueños”-me dijo y desapareció.

El Isar, por LUIS LÓPEZ-QUIÑONES RUIZ.



En la ribera del viejo Isar
pintada toda de color otoño,
arboles mudos desnudan hojas
en el fluir continuo del agua clara.
Primeras luces, ruge el Föhn;
viento del norte, de la montaña,
aroma a hierba recién cortada
a primeras nieves sobre mi pelo.
A la sombra de infinitos puentes
de hierro, piedra y madera,
se cuentan historias, abrigo y sopa,
en techo de pobres que orilla el río.
Fachadas mudas, en penumbra,
se yerguen sobre las copas ocres
mientras escarcha, como llanto,
el sudor poroso de las rocas.
Musgo; alfombra verde, fría,
engaña mi tacto con su vista.
Camino que persigue cauce
hipnótico, nervioso y cristalino.
Rompen las campanas el alba,
anuncio temprano del domingo.
Escucho mi torrente de sangre
hablando solo entre requiebros.
Escarbo tumba con mis manos
para mi corazón enamorado,
buscando granito como lapida
que grabe eterno este momento. 

Lugares de un tiempo, por ISABEL PÉREZ ARANDA.

       

Plazas de vida,
lugares colmados de presencias,                                              
territorios del pensamiento,
fábulas y cuentos.

Arraigados lugares en la retina
reprobados,
indagados,
suspendidos lugares en su aura,
de plazas y pastos reposados.

Lugares de compasión,
dulcificados,
enarbolados,
mancillados,
lugares en las plazas
con los rencores saciados.

Plazas de paso, quimeras en la mudez
que son lugares de existencia                                                                   
del encuentro y  la cautela,
pacificados,
sitiados,

domados.

De regreso, por JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GARCÍA.



Su sigilo se blanquea,
hay paz en calmas felices
y tú en los glaciares claros,
dulce aguada de tu continente,
en tu infinito engalanándome
de ecos blandos.

Si el amor me dejara
en tus piélagos silenciosos,
sollozaría como horizonte,
acuñando tus gemidos
en el despojo del beso
en la costumbre de quererte Perito Moreno .

Me gustaría ser el blanco que te dejé
mientras nos amábamos.

Un lugar para morir, el último viaje, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES.


“Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.”
Francisco de Quevedo

Buscamos un lugar donde vivir, un lugar donde descansar, un lugar para pasear, uno ajeno para comer, otro para amar, alguno para reír, muchos para recordar… pero el lugar más importante es el lugar donde morir.
Vivimos sin la certeza de que somos mortales. Nuestra vida aquí tiene un comienzo, un desarrollo y un final, como las buenas novelas. Y elegimos con afán nuestra casa, la adornamos y decoramos, la mimamos y vivimos para pagarla. Si algo nos sobra, buscamos parajes desconocidos para fotografiarlos, para pintarlos, para saborearlos… pero no nos paramos a pensar que todo esto es efímero, fugaz, perecedero y circunstancial.
“Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin”
El inmortal, Jorge Luis Borges

No nos han educado para morir, sino para durar, para permanecer. Los laboratorios trabajan a marchas forzadas para lograr ese “Bálsamo de fierabrás”, bendita inocencia del Hidalgo Don Quijote, el elixir de la vida eterna, la meta de cualquier alquimista que se precie. Buscan la fórmula de la senectud sin enfermedades, morir sano y perfecto, bello y suave como Benjamin Button. No nos han enseñado a ver la muerte como un irse serenamente, en paz, sin miedo ni tristeza; es, sin embargo, un esqueleto hostil que porta una guadaña, que asusta a niños y mayores, que viene oculta en una gran capa negra y deja los rostros de los que nos han querido transfigurados por el llanto.
“Conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”
El inmortal, Jorge Luis Borges

Todos, en mayor o menor medida, sabemos lo que nos hace felices… ese lugar que reúna casi todos los ingredientes para ello, es el perfecto para morir.
A veces necesitamos cambiar de escenario y mezclarnos en la rutina de nuevos olores. ¿Por qué no hacerlo cuándo intuimos, avistamos, que estamos llegando al final? Yo me pregunto muchas veces “desde dónde quiero subir al cielo”. Y me imagino un lugar así: un mar infinito, una arena fina, un balcón con forma oval que enmarque mi último aliento. Una casa encalada con contraventanas azules, olores a las más sabrosas comidas, altas copas de cristal colmadas de fresas con crema, jugosos mangos y panecillos de canela recién horneados; cojines y camas mullidas, tules y exquisito algodón, perfumes de cedro y mandarina y música, música que ilumine mi sonrisa. Y me imagino rodeada de semblantes alegres, de facciones amables, de risas y largas tertulias hasta el amanecer o desde el ocaso; y que otros hagan por mí lo que ya no tendré ganas. Y me imagino asida mi mano a la del ser amado. Y me imagino feliz.
“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres”
El inmortal, Jorge Luis Borges

Siento que somos libres para elegir, dónde vivir y dónde morir. Y al idear dónde morir excluyo todo lo que me ate; en ese lugar no existen las horas, ni tampoco los convencionalismos, ni tan siquiera la cortesía, dejaré aquí a quien no me simpatiza y me llevaré algunos libros y mis recuerdos, y mi equipaje será excéntrico y liviano. Y venderé todo lo que tenga para tener suficiente hasta que llegue el momento de subir al cielo. Y me dará igual dejar o no herencia; y me dará igual tener planes el viernes por la noche, y sustituir verduras a modo de pasta, o ir a la moda… y me dará igual lo que nadie piense. Y dejaré de malgastar mi tiempo con la gente equivocada, y seré quien soy, no quien quieren que sea, y me darán igual los errores cometidos, pues ya los reparé o que lo haga el tiempo. Tal vez ya sea el momento de partir hacia allá, aunque falte mucho para subir al cielo…
Hay tantos lugares hermosos para este fin…
Creo firmemente que un buen plan de vida es un buen proyecto de muerte.
Al prepararnos para esa llegada que siempre es imprevista, inadvertida e inesperada, sé que nos creamos de nuevo a nosotros mismos, que reconstruimos los fragmentos esparcidos, que nos reinventamos, que somos mejores personas de lo que hemos sido nunca y, sobre todo libres, como Dios nos creó, soberanos de nuestro cuerpo y nuestra mente, exentos de paradigmas desacertados, e inmunes a cualquier cosa que no sea nuestra fascinación.
“Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa doctrina”
Los teólogos, Jorge Luis Borges

Y cuando pienso en ese lugar, donde el aire es tan puro y el mar tan cristalino, no me veo en una clínica, ni sometida a horarios, ni permitiendo que me hablen como si fuera un bebé. Tampoco pienso en ese abominable sitio que hay en Suiza, “Dignitas”, capitaneado por los sin escrúpulos Erika Luley y Ludwig Minelli, dónde morir con dignidad es sinónimo de pagar una astronómica suma o una suculenta donación, para ingerir en el apartamento de la mencionada, pentobarbital de sodio, pasar al coma y a la parada respiratoria en segundos, en una habitación aséptica, donde, si se solicita, se le puede poner música a la víctima en su último viaje, y que ésta mal llamada enfermera atesore a la vista de todos un museo de horror: muletas, bastones, pañuelos… recuerdos de los más de 2000 incautos que han pasado por allí. Y no puedes elegir hora, los suicidios pagados son por la tarde…
Por eso yo ya he elegido mi lugar para morir, y está lleno de olorosas plantas y de cantos de ruiseñores. Y de mar…
“El tiempo no rehace lo que perdemos; la eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego”
Los teólogos, Jorge Luis Borges

Así habla Pablo Neruda en su poema “Para subir al cielo”:
Para subir al cielo se necesitan
dos alas,
un violín.
Y unas cuantas cosas
sin numerar, sin que se hayan nombrado,
certificados de ojo largo y lento,
inscripción en las uñas del almendro,

títulos en la hierba en la mañana.

Yo me duermo entre las flores de tu pelo, por ISABEL REZMO.


Yo me duermo entre las flores de tu pelo
cuando hablan mediodías al oído.
Tú me rodeas con un dedo índice
dibujando en el aire secretos
entre las sombras,
 El hervidero de un mes de agosto enfermizo.
Es un nido de fuertes vientos en mi cabeza,
sobornando el cielo o en infierno a su antojo,
escondiendo  el botín
en la fisura invisible  del  verbo al cometerlo.
Ella, bendita luna, un trabalenguas entre palabras y versos, paredes.
¿Y nosotros? ¿Dónde estamos? ¿Dónde caminamos descalzos hacia el lugar que maniatamos como santo?
Ellos dejaron de ser nosotros.
A ser ella, a ser tú, a influir en el yo, a ser nada
comparado con la tierra que mueve los mártires.

Un lugar hermoso, por MARIAN ORRUÑO TOUZÓN.

   

 Sé de paisajes y ciudades hermosas y algunas tan bellas…Viví en Alcalá de Henares. Dos años viví en esta ciudad; conocí a las cigüeñas en sus grandes nidos sobre la torre de la Iglesia, sus mesones, la Capilla del Oidor, sus conventos, sus llanos y vaguadas, sus montes bajos y su río Henares de mañanas de domingo transitando por su orilla. Conocí sus almendros en flor y sus  nevadas de pétalos y recuerdo a mi perro, lo veo ágil, vivo… corriendo por campos vedados, asustando sin quererlo liebres y conejos: “corrían como liebres asustadas y prometí…”, dice el poema..: prometí no olvidarte jamás, Alcalá de Henares, prometí llevarte en mi corazón como un latido perpetuo porque entonces te amé y sigo amándote.
    Te añoro cada día Alcalá de Henares, sé por qué no volveré más a ti, a recorrer tus calles, a contemplar tus casas, tus conventos, a transitar más aquel trayecto mil veces recorrido: Alcalá-Madrid  Madrid-Alcalá y regresar de nuevo a tu remanso de silencio, a encontrarme de nuevo con tu Puerta de Madrid que dejé unas horas. La razón, el pecado capital más venial de todos, la pereza que crece pareja con los años o quizá por querer seguir viviendo aquel tiempo de dicha que me diste entonces y puede que ya no lo hallara ni aun encontrándome de frente con tu belleza. Porque sólo hay un tiempo vivido de gozo en el que todo se nos da y el recuerdo, tal vez, sea más bello que cualquier realidad vivida.
    Creo que nunca más Alcalá de Henares volveré a ti. Escribiendo estas líneas he sido  consciente de ello. Porque tu orilla, río Henares, no será la misma que fue entonces, ni mi perro ya es el mismo, ni el tiempo pasado es ya…; ni yo soy…

Lugares patrióticos, lugares de paso, por JOSÉ MARÍA MOLAS TRESSERRAS

No somos árboles, no tenemos raíces que nos aten al suelo. Somos seres libres nacidos para vivir en y con la libertad.

   Los lugares nos determinan. Al principio nos dicen de dónde venimos y mucho mas tarde, nos dirán  en otro lugar ignorado aún, que aquí se terminó todo. De nuestro lugar de procedencia, vienen las famosas querencias que llamamos patrias. Por la patria los hombres, mucho más que las mujeres, nos hemos peleado, unos contra otros. Por defender un territorio, pequeño o grande, con razón o sin ella, por causa de la justicia o por cualquier justificación, hemos vertido sangre, mucha sangre, demasiada sangre. Hemos dado y sufrido mucho tiempo, hemos entregado mucha energía.
   Por un lugar que nos acogió en su día, años ha, hemos sentido nostalgia, cariño, agradecimiento, pasión. Los humanos somos seres territoriales, estamos muy unidos a un determinado lugar, al que con facilidad sacralizamos, muchas veces de forma desproporcionada. Unimos el territorio a una ideología, a unas tradiciones, y ya tenemos las bases para formar nuestra identidad con la tribu. Desde la tribu, inventamos todas nuestras parafernalias, nuestros paradigmas, nuestros símbolos, nuestros valores y nuestros principios. Por ello seremos capaces de pelearnos hasta extremos impensables, y durante mucho tiempo, contra los miembros de otras tribus, vecinas o lejanas por defender nuestro lugar, por defender o imponer nuestro modo de estar.
   Eso significa que no sabemos aun compartir bien nuestros lugares. Tenemos una visión muy patrimonial de nuestro pequeño o gran lugar. Queremos explotar nuestro territorio, antes que otros,  y poseer nuestros lugares, aunque los lugares no sientan tal ambición, ni tengan tales conflictos .
  Si los lugares que nos acogen, que nos han dado vida, nos enseñaran o nos recordaran que estamos de paso por aquí, que no somos dueños y señores, sino solo pasajeros de una nave en movimiento, quizá podríamos redescubrir esos mismos lugares  con otros ojos, con otra mirada. No somos árboles, no tenemos raíces que nos aten al suelo. Somos seres libres nacidos para vivir en y con la libertad.
Entonces en lugar de sufrir inútilmente por tantos lugares, podríamos vivir y sentir de otra manera. Saber que no tiene que haber lugar a tanto dolor por un pedazo de patria. Podríamos dar lugar a otra manera de vivir sobre  este espacio que nos ocupa.



Versos de caminante, por ALICIA MARÍA EXPÓSITO.

                                        


      Paisaje de Torrecardela

Caminante,
quédate en esta senda
de olivos generosos
y toma por posada
este silencio.
Es el silencio aquí
tan largo como el tiempo,
y sin embargo,
una inquietud sonora
de primavera nueva
saciará tu deseo
de pájaros y espigas.

Aún en abril,
el invierno acaricia
la faz de las montañas,
beso de nieve en flor,
coronando la sierra.

En las noches abiertas,
las candelas el cielo
prenden en los recuerdos
de amores olvidados;

y cuando llega el alba,
huele a tierra caliente
y a pan recién cocido.

En el canto del agua
no habrá dolor que
quiebre tu esperanza.

Caminante,
quédate en esta senda
de olivos generosos
y toma por posada
este silencio,
este silencio blanco
salpicado de cal
recién amanecida.