Una nube de
libélulas
me puso el
verano delante.
Su vuelo
transparente abrió mis párpados
demasiado
anclados al deseo
de regresar.
No me importó
que se posara alguna de ellas
en mi antebrazo,
me trajo el olor
de los juncos de aquella ribera
donde aprendí a
ser sirena.
Sus alas, que
dejan ver el otro lado,
me dieron un
soplo de viento del este
que me despeinó
otro agosto.
Su cuerpo
escuálido lleno de jugo de vida
penetró mi piel
como aguja cargada de sedante
y así pude
entender mi silencio.
Sus ojos
inexistentes
soñaron conmigo,
me contaron qué pasó,
supe así una verdad sin principio.
Su silencio
atrapó mis sentidos,
los multiplicó
hasta el infinito,
se hicieron
gigantes en la soledad
de mi paisaje.
Entonces, se
despidió con un beso
y entendí
cuántas leguas
me quedaban aún
por cubrir,
en mi nave
submarina, azul
como su mirada.
Una preciosa libélula poeta se ha detenido ante mí a contarme pequeñas historias que yo no sabría contar pero sí retener.
ResponderEliminarPrecioso, muy bonito.
ResponderEliminarUn saludo
Precioso, muy bonito.
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