“Si quieres escribir sobre seres humanos, ten un gato en casa.”
Aldous Huxley
Aldous Huxley
Curro apareció en casa el agosto caluroso de 2013. Era una
gran bola de pelo, color canela oscuro, escondida bajo la pila de lavar. Traía
mucha suciedad, un collarito con un cascabel y mucho miedo, el de haber pasado
por las peores situaciones del abandono.
Yo nunca había tenido gatos porque me daban miedo, creía que
eran ariscos y poco sociables, pero una gran ternura me inspiró a adoptarlo.
Al principio no se dejaba acariciar y poco a poco me fui
ganando su confianza, con comida, con agua fresca, con tímidos acercamientos.
Cuando se dejó, lo llevé a sus clínica y allí le pusieron sus vacunas, lo
pelaron, le pusieron un chip, le hicieron su pasaporte y su tarjeta de animal
de compañía de la Junta de Andalucía. En fin, todos los trámites para poder
demostrar que nuestro vínculo, no sólo es emocional, sino también legal, jaja,
es mi heredero más directo…
Me lo llevé a casa y comenzó una convivencia de aprendizaje
mutuo indescriptible. Llegó en ese momento en que yo necesitaba más cariño que
nunca y pronto se dio cuenta, dormía en mi almohada y acariciaba con su patita
mi cara hasta que yo me dormía. A cambio, yo le compré todo lo que necesitaba y
algunos juguetes y, lo más importante, pasaba mucho tiempo con él. Le enseñe a
afilarse las uñas en sus rascadores, a llamar a la puerta cuando salía al
jardín para que no se enfriara la casa en invierno. Le cantaba canciones, le
daba sus premios y él, mientras, inspeccionaba su nuevo hogar.
Ya hemos celebrado tres cumpleaños juntos, tres Navidades,
tres vacaciones (ahora busco lugares donde admitan mascotas pues no concibo mi
vida sin él). Participa de cualquier cosa nueva que haya en casa y siente que
es tan suya como mía. La cuida y la disfruta como yo.
Hemos visto películas juntos, le encantan los vídeos de gatos
cantando y busca detrás de la pantalla de la tablet a ver dónde se esconde ese
inusitado coro de mininos y ha visto todas las partes de “Beethoven” varias
veces, ver cachorritos corriendo por la casa le apasiona, ni pestañea. Mi
cámara siempre está presta a fotografiarlo porque es listo, gracioso, juguetón
y muy cariñoso. Pero, sin duda, la colección de fotos más grande que tiene es
cuando duerme, pues entonces su carita se convierte en la de un sabio oriental,
como es persa… y esa tranquilidad que desprende, el saber que se siente
protegido, que ya no tiene miedo me llena de amor. Es mi debilidad, mi
chifladura. Su ronroneo se hace más profundo y sé que está feliz, ese es mi
premio, mi compensación a su cariño incondicional.
Curro es delicado y sutil, se mueve la elegancia propia de su
raza y cuando despierta, estira sus patitas y su cuerpo como un bailarín.
Bosteza y saca su pequeña lengüecita rosa dejando ver sus dientes blanquitos,
luego me mira con los ojos muy abiertos como preguntándome, ¿qué planes hay
para hoy?
Es divertido, sutil y sabe quién es bueno y quién no, pues
cuando viene alguien a casa, lo tiene muy claro, o se esconde para no salir o
se acerca y le acaricia. Así sé yo si me puedo fiar de esa persona.
Curro quiere participar en todo lo que hago, si pinto él
juega con los pinceles y, si yo no lo evito, mancha sus patitas de pintura y va
dejando huellitas por donde camina, lo que le cuesta un baño extra, que no le
gusta nada.
Si escribo vigila la impresora cual guardián de mis escritos,
aunque creo que es más la curiosidad porque no entiende que una máquina escupa
papel impreso.
Curro tiene muchas vidas y mil caras. Cada expresión suya es
una sonrisa mía, ¿se puede pedir más? Ha estado enfermito muchas veces porque
es muy “pupas”, pero con cuidados y mimos, de todo sale. Y ahora luce un pelo
rubio brillante y sedoso, como un peluche sin pilas, que es como yo,
cariñosamente lo llamo; también le digo “garbancito”, “pitufo”, “muñequito”… y
a él parece que le gusta… Cuando le traigo un nuevo juguete (pelotitas o
peluches que yo le hago con calcetines viejos) es tan agradecido que brinca y
hace la croqueta para expresar su alegría. Me gusta tanto estar con él… Y al él
conmigo, pues tiene mamitis aguda, reclama mi atención constantemente, claro que
la culpa es mía, yo he hecho de él un gatito muy estimulado, que sabe jugar al
escondite. Me dijeron que si lo esterilizaba engordaría y eso bastó para que le
enseñara todos los juegos que sabe y no parara quieto. Sigue siendo estilizado
y muy bebé. Su alma es pura y noble, Curro no entiende la maldad, no defiende
su territorio, lo comparte, tal vez eso no debería habérselo enseñado…
Curro sabe dar besitos de esquimal, guiña sus ojitos para
decir “te quiero”, pide su aperitivo al mediodía y su merienda por la tarde; y
nada le gusta más que yo comparta con él horas de sofá, si es que mi Curro se
cree que yo soy una gataza grande, atípica, sin pelos en el cuerpo pero
gata-mami, al fin y al cabo, y no entiende que los humanos tenemos una vida muy
ocupada, muy estresante, con lo bien que se está tumbado y confortable!!!! Por
eso aprendo tanto de él.
Curro me ha enseñado a disfrutar de la paz y la tranquilidad.
También me saca de mis horas frente al ordenador y me lleva al jardín y sólo se
tiende a mis pies cuando yo me siento a disfrutar del aire libre. Jamás ha roto
nada y jamás le he prohibido nada, por eso tal vez no lo hace, al estar todo
permitido no le llama la atención, no tiene la emoción de la travesura. Lo que
más me sorprende es que ama su hogar tanto como yo. Respeta la vida de las
flores en las macetas, sin escarbarlas, sólo las huele. Respeta la caída de las
cortinas y no las araña, sólo se esconde tras ellas, dejando un trocito de rabo
fuera para que yo lo encuentre, ¿no es entrañable? Adora oler las hojas del
limonero, conoce los olores, sobre todo el mío, que ni yo sé cuál es…
Y, lo más importante, ya no tiene miedo a nada. Ni siquiera
al ladrido de perros vecinos, ni a la aspiradora, ni a los cohetes que, a
veces, en verano, iluminan el cielo en las fiestas patronales. Creo que piensa
que estando conmigo nada malo puede pasarle, como cuando éramos pequeños y
veíamos así a nuestros padres, como una gran burbuja de protección. Ay, no es
así, Curro mío, pero trataré de que no te pase nada.
Tú me enseñas a ser paciente, a creer en mí, y me quieres
como soy. Para ti soy la misma en pijama y desaliñada que maquillada y
perfumada para salir. Me acompañas en ese cigarrillo ocasional sin que te
moleste el humo, me cedes el paso cuando abro una puerta, juegas a esconderte
en los rincones del vestidor sin estropear ni uno solo de mis trapitos. A veces
le doy un beso en la frente por si se convierte en príncipe pero no… habrá que
seguir esperando.
Este delicado y delicioso artículo literario nos reconcilia con el amor y la vida y las inmensas posibilidades del ser humano para disfrutar y al mismo tiempo criar a mascotas entrañables. Un sabio y cariñoso gatito inspira a su autora un cuadro de afectos en consonancia con el valor de los animales como criaturas dignas de amor y respeto infinito . Alto valor literario, sugestivo y elegante lenguaje, un entretenido artículo sobre un animal muy literario e inteligente, que en este caso es Curro, y a juzgar por las fotografías es de calendario gatuno. Si Juan Ramón Jiménez lo hubiera conocido, podríamos decir que, tal vez, hoy no existiría Platero.
ResponderEliminarHola soy Merche Haydée, la autora del artículo y le agradezco mucho sus elegantes y amables palabras sobre el artículo. También le agradezco sus halagos hacia mi Curro, que no es comparable con Platero, pero es suave, peludo y leal. Me alegra mucho saber que los lectores disfrutan leyendo lo que escribo, pues es para ellos. Un fuerte abrazo y mil gracias de nuevo.
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