El martes todo
era silencio
recién hecho,
ni siquiera la
lluvia se atrevió a saludar,
cuando llegó sin
ser esperada.
Rotundas sus
últimas palabras,
brillantes sus
primeras lágrimas,
de color sepia
sus eternas promesas.
El camino
brillaba en lo oscuro,
de sobra
sabiendo los pasos
que lo andaban.
Unas gotas
celestes, hijas de nubes oscuras,
fueron la única
fruta fresca
en la noche de
la despedida.
¿Quién se
atrevería a ponerse
delante de la
lluvia?
¿Qué manos no
querrían mojarse,
y limpiar la
mirada por dentro?
¡Cuánto me alegro de haber leído a mi querida María José Menacho!
ResponderEliminarFantástica de verdad.
Ya era hora de poder disfrutar con tus versos.
ResponderEliminarPrecioso María José.
Dejo mis "bersos"
teñidos de nostalgia
y de niñez.