Antígona aparece en el campo de batalla, busca el cadáver de su hermano,
Polinices para darle sepultura. El líder de Tebas, Creonte, ha promulgado una
ley por la que prohíbe dar sepultura al cadáver de polinices. Los centinelas
vigilan escondidos, la apresan y llevan a la presencia de Creón.
Antígona: Pobre pueblo de Tebas, edificada sobre el abismo, sostenida
sobre el oprobio y el crimen; cuyas raíces alimentamos con nuestra propia
sangre. Pobre de ti Tebas inmortal, que reclamas más y más sangre. ¿Cómo calmar
tú insaciable sed? Pobre Polinices, hermano mío, muerto y aún escarnecido en el
campo de batalla ¿No escuchaste, el lamento de una misma sangre en pie de guerra,
en cruenta lucha fratricida? Pobre
Creón, ¿colmas de honores póstumos al vencedor y sometes a escarnio al vencido,
aún después de muerto? ¿Quién crees ser rey Creón? ¿Eres acaso más que los
dioses? Una misma sangre midiéndose, espada contra espada, hermano contra
hermano, guerreros ambos de una misma estirpe. ¡Pobres Tebanos presos del
miedo!
Creón: ¿Dónde la hallaron? -Dirigiéndose
a los centinelas.
Centinela: Cerca de donde se libró la batalla, Señor.
Antígona: En el campo de batalla, claro. Dando digna sepultura a mi
hermano Polinices; lastima no haber tenido una espada para defenderme…
Creón: ¿Acaso desconocías la ley promulgada?
Antígona: La conocía, si, pero ¿cómo acatar ley semejante sin
traicionarse a uno mismo sin desobedecer otra más antigua, sagrada y justa por
la cual estamos obligados a dar digna sepultura a nuestra misma sangre? No podía dejar el cuerpo de mi
querido hermano expuesto a la salvaje voracidad de las aves carroñeras. Mi
conciencia se rebeló contra esa ley abominable. La razón está conmigo Creón, y
resplandece como el sol. Lo que ha de ser en justicia, legitima mi
desobediencia. Esta ley es una cuestión de tiránico poder. No hay ley
promulgada por Creón que no venga anunciada o precedida por la muerte. -Esto último hace que Creón se levante del
regio asiento.- Yo, Antígona, hija de Edipo, siendo aún muy niña acompañé a
mi padre al exilio. Acompañé a aquel hombre ciego y enfermo, con el que sufrí
interminables jornadas de hambre y frío. Caminamos
errantes al arbitrio y el azote de los vientos. Hubo gente que nos acogió y
otra que nos vapuleó, pero aprendí algo fundamental, y es que la tierra no pertenece
a nadie, ya sean reyes, esclavos o guerreros. Sufrí duras vigilias, escuchando los terribles delirios de un
hombre atormentado por la culpa. Aun
hoy me siento como aquella niña errante que sostuvo la culpa de su padre,
Edipo, el rey mendigo, aquella que a un tiempo lo condenaba y lo salvaba del
averno. ¿Acaso crees rey Creón, que
todos los tebanos están contigo? El miedo semeja la sombra de de un perro
salvaje que nos va devorando poco a poco las entrañas hasta paralizarnos.
Cuídate rey Creonte de la sombra de ese miedo que alimentas. Yo, Antígona hija de Edipo, voy hacia
la oscuridad que me cubrirá con su luz última, continuaré lamentándome de mi
azaroso destino, mientras mi alma se derrama ensangrentada, pero mi rostro
permanecerá erguido y orgulloso. Adiós
ciudad de Tebas, habitada por el horror y la muerte. La muerte me hallará serena aunque mi
sacrificio también sea inútil. Ella, la implacable, no cesará de reclamar vidas
hasta que esta especie invasora del hombre se extinga.
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