Mujeres de Esparta: mi madre de sangre, pues tuve dos, aunque sólo una me concibiera, fue guerrera en las campañas del Peloponeso. Ifis, que así se llamaba la que me trajo al mundo, hija de Ligdo y Teletusa, fue criada desde su nacimiento como un varón. Tan sólo tres personas conocían su verdadero sexo: mi abuela Teletusa, Demis, quien la asistió en el parto y Miles, su instructor.
Ligdo
deseaba fervientemente un heredero, pero los dioses no atendieron sus súplicas
y Teletusa dio a luz a dos gemelas. Mi abuelo montó en cólera y durante meses
se negó a tocar a las niñas. Cuando mi abuela quedó encinta de nuevo, Ligdo
hizo ofrendas a los dioses para que estos le favorecieran y, enojado, juró que
si volvían a enviarle una hembra la abandonaría en el monte Taigeto.
Poco
antes del nacimiento de mi madre, ocurrió una desgracia que afectó con
contundencia a la familia, en especial a la abuela Teletusa. Las gemelas murieron en el trascurso de una epidemia.
Teletusa se culpó de este trágico episodio; la diosa Deméter la había castigado
por traer al mundo a dos hembras, contraviniendo doblemente los deseos de su
esposo.
Por
aquellos días, Ligdo, general de las tropas de Esparta, fue llamado a las campañas.
Teletusa, visiblemente afectada por la muerte de las gemelas, despidió a su
esposo en un estado de gravidez avanzado. La niña nacería la madrugada
siguiente a la marcha de Ligdo.
La
parturienta agradeció en su fuero interno la marcha del marido, tal vez
presintiendo el desenlace de aquel nacimiento. Cuando Demis puso en brazos de
Teletusa el endeble cuerpecillo de mi madre, Ifis, se desató el nudo de llanto
que había estado conteniendo durante los últimos meses de gestación. Viéndola
la partera en tan lamentable circunstancia, se sentó junto a ella en el lecho,
infundiéndole coraje. Juntas urdieron el plan que habría de determinar el
destino de la recién nacida.
Así
fue cómo Ifis, por acuerdo de las dos mujeres que la vieron nacer, fue criada
como varón. Demis prometió no desvelar este secreto mientras viviese y aconsejó
a mi abuela sobre los pasos a dar, una vez que la criatura tuviera edad para
abandonar el gineceo.
En
pocos meses Ifis redobló peso y estatura, sus cabellos eran ondulados, dorados
como las espigas de trigo durante el estío y sus ojos azules como el Egeo.
Teletusa y Demis permanecían unidas en la crianza. Mi abuela confiaba sus
miedos a la nodriza, temía el momento en que su esposo regresara y pudiera
sospechar del engaño, pues los rasgos delicados de su hija tal vez delataran la
verdad. Demis, más fuerte y decidida, tranquilizaba a la abuela diciéndole que
juntas encararían la situación en caso de que esto ocurriera. Tanto para los
miembros de la casa como para los vecinos de Esparta, el general Ligdo había
tenido el varón que tanto anhelaba y las noticias, tarde o temprano habrían de
llegar hasta el campo de batalla.
Pasados
dos años vino la paz de Nicias y Ligdo regresó a Esparta victorioso y anhelante
de conocer a su vástago. La niña, adiestrada por Miles, se ejercitó desde que
apenas se mantuvo en pie, fortaleciendo los músculos, demostrando gran destreza
en el lanzamiento de jabalina de juguete o en la hípica, manteniéndose enhiesta
en el caballo. La fortaleza y agilidad de Ifis, la convirtieron a los ojos de
su padre, en el hijo que siempre había deseado tener.
Miles,
que conocía el verdadero sexo de mi madre, siempre se mantenía en guardia y se
cuidaba de que mi abuelo no tuviera contacto estrecho con ella que pudiera
delatar, a través de este, la verdad. Organizaba campamentos con los alumnos y
los mantenía alejados de los padres.
El
período de paz fue breve y Ligdo volvió a la guerra contra los atenienses.
Estos habían enviado una fuerza expedicionaria que atacó a los aliados de
Esparta. Así transcurrían los años de mi abuelo, de batalla en batalla, hasta
que mi madre fue destinada a la primera agrupación militar. Debía
demostrar su fuerza y valía en la lucha cuerpo a cuerpo. Los cambios que
experimentó Ifis durante el desarrollo, no revelaron su condición femenina,
pues sus senos eran menudos y quedaban disimulados por el peto de la armadura y
las ropas holgadas. Había desarrollado una fuerte musculatura en piernas y
brazos. Lo que le faltaba en fuerza lo suplía su agilidad. Se destacó como soldado
en la Guerra de Decelia, la etapa que daría fin a la contienda del Peloponeso y
ascendió meteóricamente en la carrera militar.
Sucedió
que el oficial Aristo de Argos se sintió atraído por mi madre, desconociendo
este que se trataba de una mujer. Una noche, mientras ella dormía, se tendió en
el mismo lecho y yació con ella, descubriendo con pasmo que era una hembra.
Ifis le contó su historia e imploró al militar que no la delatara. Así, con
aquel pacto de silencio, ambos mantuvieron una relación de amistad que fue
fortaleciéndose con el tiempo, hasta que él murió en combate. Tras la muerte de
Aristo, mi madre había alcanzado la edad de treinta años y sospechaba su
embarazo tras dos ausencias del flujo menstrual. La liga del Peloponeso había
destruido la flota de los atenienses en la desembocadura del río Egospótamos
poniendo fin a la guerra. Muchas veces había reflexionado mi madre acerca de su
afecto por Aristo, sin resolver si era amor o amistad entre camaradas lo que la
unió a él.
Regresó
a Esparta, encontrando a la abuela Teletusa muy enferma. Finalmente, el plan
urdido por Demis había salvado a su hija de la muerte, pero el precio pagado
fue alto, condenando a la abuela Teletusa a largos períodos de soledad. Ifis
confió a Teletusa su angustia por la reciente preñez y el inminente regreso de
Ligdo a la casa familiar. Una vez más fue Demis quien encontró la solución al
complejo dilema: Ifis había alcanzado la edad para tomar esposa, era necesario
celebrar pronto esponsales. La hija de Demis, Yante, unos años más joven que mi
madre, fue la elegida. Ella, mi segunda madre, era la segunda mujer que había
conseguido la victoria olímpica; una mujer extraordinaria que destacó como
atleta. Ifis, nada más conocerla, se enamoró de ella instantáneamente. Ellas me
enseñaron cuanto sé, fundaron la escuela en la que seréis instruidas como
deportistas y guerreras. Nací el mismo día que murió mi abuela Teletusa, de
ella heredé su nombre. Soy hija natural de Ifis y Aristo e hija espiritual de
Ifis y Yante. Sabed, mujeres, que vuestra condición femenina no os impide
alcanzar la gloria reservada injustamente a los varones. Se acercan las
gimnopedias, hoy aprenderemos, al igual que los muchachos, la danza pírrica, y
el día de las festividades rivalizaremos con ellos, por eso ¡bailad, bailad!.
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