No sabía si reír o llorar,
los verdes y azules de la lámpara
tocaban de soslayo en mi hombro,
la música acariciaba la luz,
era la culpa quién secuestraba el llanto y la risa.
El pensamiento estúpido se revolvía en mis tripas,
ansiosas de vomitar escamas del bien y del mal.
Sucedió que al abrirse una de las puertas de la sala,
ya no hubo vuelta atrás,
y con la venia del soberano silencio,
a borbotones afloraron mis versos,
esos versos tan tuyos, tan míos
que se pliegan ante la curiosidad de los otros.
Nadie los sabe leer,
ni tan siquiera adivinarlos.
Mañana regresarás conmigo
mientras me tomo despacito un té,
mientras me tomo despacito un té,
y el día se cae del calendario.
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