Entorné los ojos. Fue un
gesto reflejo que al instante resultó molesto. Demasiado tiempo a oscuras y en silencio. Me desperezó
de golpe una luz escasa, antigua. Luego fulguraron las otras salpicando el
pasillo de haces blancos y amarillos. Me fui adaptando a una luminiscencia que
me abarcó entera cuando el sol titubeante del otoño entró empujando las
ventanas, liberadas ya de sus atranques. Apenas me reconocí aunque estaba todo
en su sitio. Las camas hechas y los armarios cerrados, salvo las puertas que no
tuvieron remedio; en la mesilla de noche el busto de Ecce Homo con las espinas
sangrantes quebradas por el tiempo, y al fondo del pasillo el repiqueteo
lagrimoso del grifo del fregadero, empecinado en mantener cierta sonoridad en
la cocina.
Al
instante el rasguñar apresurado de una
escoba. Me pareció que esta vez ella había venido sola.
Me
turbó mi decadencia. Quienes me vieron nacer y habitaron mi esplendor ya no
estaban. Hacía tiempo que me había convertido
en un lastre para ella y sus hijos.
Golpearon a la puerta. Escuché los pasos
explorar las habitaciones y a ella comentar esto y lo otro. Hablaban de dinero.
La voz masculina se expresaba con dificultad, parecía extranjero. Era el
tercero, pero este parecía aceptar la última oferta. Los pasos se alejaron por
el pasillo hacia la puerta. Se despidieron. Él se fue. A ella la vi arrancar el
cartel de la ventana. Parecía llorar mientras se preparaba un café y encendía
un cigarrillo.
Las ruedas de una maleta apresurada arañaron el suelo. Se abrió la
puerta. Se cerró. La llave giró dos
veces. Silencio.
La noche se precipitó delatando el olvido de
una luz tenue prendida al fondo.
Desfilaron por el largo pasillo abuelos e hijos flotando
ingrávidos, dejando estelas de luz que
se colaban por las habitaciones sin puertas que las detuvieran. Mis fantasmas también
me abandonaban. Cerré los ojos y quise rendirme.
De pronto aquel olor sutil cada vez más
narcotizante. La bombona de butano se vació entera. Ese último olvido me
restauró la dignidad. Si no era de ella no sería de nadie.
Entorné los ojos antes de la explosión.
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