La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 16 de abril de 2016

¡¡¡Suspendemos!!!, por MARIÉN GONZÁLEZ ROZAS.

Artista urbano

            Una amiga a la que quiero y respeto, como a todos mis amigos, me regaló una entrada para el teatro de la ciudad en la que vivo. Reconozco que iba un poco a ciegas, a pesar de haberme enviado una foto del evento (discúlpenme pero no tengo televisión y no reconocí al susodicho).
            Al ir a girar una esquina, en las inmediaciones del teatro, me encuentro con policía motorizada, oh dios mío, preludio de una masa de gentío jamás vista por estos lares.
            Asustada, me agarré del brazo de mi amiga y le pregunté la causa de tamaña congregación; me explicó que el actuante era un conocido de los medios televisivos…
            Logramos acercarnos a la entrada del teatro pero nada más. La gente se apretujaba como si de una batalla se tratara, elevando sus cuellos hasta el infinito.
            Allí, en medio de la calle, el individuo en cuestión posaba para sus fans que gritaban poseídos por algún embrujo que yo desconocía. A todo esto, ya habíamos sobrepasado la hora de inicio de la actuación, pero los del otro lado se movían por el vestíbulo felices de haberse conocido y sin hacernos ni caso.
            Pero ¡esto es intolerable, una tomadura de pelo, yo quiero entrar y sentarme…! Pero sentarme a ver qué (el personaje que «posaba» fuera no me ofrecía ninguna garantía de aportarme «algo»).
            La falta de respeto no la tolero bien, me produce un no sé qué que me revuelve el estómago; lo apuntaré para contárselo a mi psicólogo. Decidimos pues, de mutuo acuerdo, salir por pies.
            Nada más alejarnos del ruido, me invadió una profunda tristeza; raro si tenemos en cuenta que acababa de ejercer un acto de libertad. Poco a poco comencé a verbalizar, sentada ya, eso sí, con mi amiga atenta a mis palabras: «Me duele España», como decía Unamuno. ¡Qué bonito sería que nos apretujásemos a la entrada de los teatros, de los auditorios, de las salas de conferencias, de todos aquellos espectáculos hechos por gentes anónimas, esforzadas y profesionales! ¡Qué hermoso es el conocimiento y terapéutico el teatro! ¡Qué cosquilleo de felicidad se siente al leer un libro que te aporta…!»
            Qué fácil, señoras y señores de este Estado, es divinizar a alguien. Basta con que su imagen aparezca en una pantalla y ya nos encargamos nosotros de entronarlo, sin esfuerzo, sin estudio, sin trabajo; solo hay que hacerse popular y, mientras tanto, miles de personas creativas, sabias, deben volver a sus casas, con la cabeza gacha, porque tras preparar su función se han encontrado con el teatro vacío.
            ¡¡¡¡SUSPENDEMOS!!

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