Artista urbano |
Una amiga a la que quiero y respeto, como a todos mis
amigos, me regaló una entrada para el teatro de la ciudad en la que vivo. Reconozco
que iba un poco a ciegas, a pesar de haberme enviado una foto del evento (discúlpenme
pero no tengo televisión y no reconocí al susodicho).
Al ir a
girar una esquina, en las inmediaciones del teatro, me encuentro con policía
motorizada, oh dios mío, preludio de una masa de gentío jamás vista por estos
lares.
Asustada,
me agarré del brazo de mi amiga y le pregunté la causa de tamaña congregación;
me explicó que el actuante era un conocido de los medios televisivos…
Logramos
acercarnos a la entrada del teatro pero nada más. La gente se apretujaba como
si de una batalla se tratara, elevando sus cuellos hasta el infinito.
Allí, en
medio de la calle, el individuo en cuestión posaba para sus fans que gritaban
poseídos por algún embrujo que yo desconocía. A todo esto, ya habíamos
sobrepasado la hora de inicio de la actuación, pero los del otro lado se movían
por el vestíbulo felices de haberse conocido y sin hacernos ni caso.
Pero ¡esto
es intolerable, una tomadura de pelo, yo quiero entrar y sentarme…! Pero
sentarme a ver qué (el personaje que «posaba» fuera no me ofrecía ninguna
garantía de aportarme «algo»).
La falta
de respeto no la tolero bien, me produce un no sé qué que me revuelve el
estómago; lo apuntaré para contárselo a mi psicólogo. Decidimos pues, de mutuo
acuerdo, salir por pies.
Nada más
alejarnos del ruido, me invadió una profunda tristeza; raro si tenemos en
cuenta que acababa de ejercer un acto de libertad. Poco a poco comencé a
verbalizar, sentada ya, eso sí, con mi amiga atenta a mis palabras: «Me duele
España», como decía Unamuno. ¡Qué bonito sería que nos apretujásemos a la
entrada de los teatros, de los auditorios, de las salas de conferencias, de
todos aquellos espectáculos hechos por gentes anónimas, esforzadas y
profesionales! ¡Qué hermoso es el conocimiento y terapéutico el teatro! ¡Qué
cosquilleo de felicidad se siente al leer un libro que te aporta…!»
Qué
fácil, señoras y señores de este Estado, es divinizar a alguien. Basta con que
su imagen aparezca en una pantalla y ya nos encargamos nosotros de entronarlo,
sin esfuerzo, sin estudio, sin trabajo; solo hay que hacerse popular y, mientras
tanto, miles de personas creativas, sabias, deben volver a sus casas, con la
cabeza gacha, porque tras preparar su función se han encontrado con el teatro
vacío.
¡¡¡¡SUSPENDEMOS!!
Tal cuál.
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