La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 24 de abril de 2016

MARIANA, HEATHCLIFF Y YO, por José Aristóbulo Ramírez Barrero (2º Finalista del III Certamen de Relato Breve "Guadix en el Día del Libro")

   

   Yo ruéguele a Mariana que dejara las cosas así, que no alterara el curso de la historia y ella que, pamplinas, no estaba dispuesta a permitir que una chiquilla caprichosa y frívola como Catherine echara a perder a Heathcliff y, cátate, en diciendo y haciendo metió sus narices en ese guisado, tomando al muchacho de la mano e impidiéndole que se fuera a Cumbres Borrascosas… «¡Me lleve el!… Y ahora, ¿qué vamos a hacer con él?», le espeté a Mariana y ella que muy sencillo, lo llevaremos a Francia para que se enamore y cuide de Cosette. «¡Cosette y un chorizo!», protesté. «Jean Valjean no permitirá que un trío de mentecatos le arruine sus planes de hacer a Los Miserables menos miserables». Pero ella, que es la quintaesencia de la obstinación, porfíe y argumente… «Convendrás conmigo en que Heathcliff es mejor que el pánfilo de Mario», y Heathcliff, metiendo cucharada… «Yo soy mejor que cualquiera». Yo, por mi parte, apenas atiné a mascullar que no debíamos sentar cátedra sobre ese tópico. Pero, qué va, Mariana ya había regado la manteca metiéndonos de rondón en una embarcación con destino al continente la cual, para bien o para mal, pronto viró hacia el sur dispuesta a darle la vuelta al mundo. Mariana, energúmena, se dirigió a proa a averiguar a qué se debía el cambio de planes. Allí se enteró que nos hallábamos a bordo de la nao Trinidad que comandaba Magallanes. ¡Cáspita, báilenme ese trompo en uña!, por esos azares de la vida, Mariana, Heathcliff y yo formábamos parte de la aventura más estelar de la humanidad. Yo brinqué de alegría pero Mariana no. Esa no era harina de nuestro costal, así que, aunque mucho me pesara, nos esconderíamos convenientemente y descenderíamos de la nave cuando esta arribara a Macondo. Eso hicimos. Allí Heathcliff vio a Rebeca Buendía y se enamoró locamente de ella. «Yo te diré cómo conquistarla», le dijo Mariana. «Si eso quieres, en adelante tendrás que llamarte Pietro Crespi». Heathcliff asintió. Entonces, cuando Mariana estaba a punto de advertirle que tendría que cuidarse de José Arcadio… El director del psiquiátrico nos frenó en seco… «Si siguen alucinando de esa guisa, jamás van a salir de aquí». Advertidos tan tremebundamente, no tuvimos más remedio que abandonar la historia. Es por demás, Mariana, Heathcliff y yo no queremos ser para siempre unos renglones torcidos de Dios

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