1931. Salvador Dalí. The Museum Modern art.
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La bahía de Port Lligart fue testigo mudo. Ella
guardará el secreto para siempre. Pero su recuerdo persiste, se oculta entre
las rocas o duerme en las barcas azules y blancas con vientre de mandolina.
Allí las palabras son el eco que regresa con la tramontana, y con él el sabor
de sus labios prohibidos. Desde entonces, el perfil del acantilado semeja el
cuerpo de un joven adonis que murió mientras dormía. Con el dedo índice dibujo
sus perfiles minerales que se van desmoronando y cayendo al mar. Simulo que
duermo, abro la boca por ver si el viento y sus huestes fantasmagóricas salen
huyendo de mi interior.
Todos
desconocen que mantengo la vida prisionera en mi reloj de bolsillo al que
constantemente pretenden devorar las hormigas sin lograrlo. Fuera de mí, el
tiempo fugitivo se derrite como un queso camembert o duerme sobre la rama de un
olivo estéril, un olivo que jamás dará frutos.
Me pregunto hasta cuándo persistirá en mi memoria tu imagen
de andrógino puro, hasta cuándo y por qué, si te negué tres veces multiplicadas
por tres, como Pedro negó a Cristo, si te negué y, peor aún, negué tu poesía a
sabiendas de que nunca podrías perdonármelo. A pesar de ello, y a pesar de mí
mismo, tu recuerdo vendrá a visitarme alrededor de las seis de la tarde bajo el
crepúsculo luminoso. Por eso dejo que crean que duermo. Simulo que me deslizo
como una babosa sobre la arena negra, de este modo evito ser molestado. Aunque
no puedo permitir que el sueño me venza porque si lo hago, ellos, mis antepasados,
volverán de nuevo con sus horribles zumbidos de moscardones humanos para
martirizarme. Me cuido también de poner como señuelo, a mi alrededor, un poco
de azúcar de dátil para que las moscas no me molesten, ellas saben también que
la miel es más dulce que la sangre. Tras cerrar los párpados procuro quedarme
quieto, inmóvil como un muerto, así puedo robar al viento, sin que se percate,
los versos que nadie, salvo yo, escuchó de tus labios. Después, imagino que
bailo al fin contigo, sin miedo a sonrojarme, la danza pagana que escandalizaba
a los putrefactos.
Tu recuerdo recostado sobre una mullida butaca, cuyo
asiento y respaldo son dos labios rojos, duerme la siesta mientras yo me
balanceo sobre unos gigantescos párpados. Yo sueño con un abejón de oro y tú
con la luz de Andalucía perforando galerías subterráneas. Más tarde cenamos un
poco de luna con cubiertos de plata y tus ojos vuelven a brillar como astros
sobre tu rostro de oliva verde sembrado de lunares. Los dos solitarios y extravagantes
andamos de incognito improvisando la vida.
Fue el eclipse, la vieja Lidia lo predijo: con el
eclipse, su sombra se cernirá sobre ti borrando tu espíritu y tu carne. Y con
ella vendrá la tortura y los celos.
Queda la mudez pero el silencio tampoco es el fin del
dolor.
Magistral,como siempre
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