La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 15 de abril de 2016

ANTONIO PRAENA, poeta.




Queridos amigos. Hay una forma de felicidad que acontece tan solo en la palabra. Es la felicidad de asistir a nuestra vida en las palabras que la vida de los otros han dejado escritas. Quizá el secreto de la literatura sea ese, descubrir una verdad y una emoción absolutamente profundas y propias que despiertan, paradójicamente, en aquello que lo distinto, los otros y su misterio tan otro, ha convertido en palabra.
Felicidad es, por ello, estar aquí, en ABSOLEM, ante vuestros ojos que me regalan un poco más de vida al regalar vuestro tiempo.
La literatura, y muy especialmente la poesía, es, por ello, una forma de amor. Una forma de amor que atraviesa la muerte porque traspasa el tiempo y el espacio para introducirse e introducirnos en una dimensión que, sin las palabras, sería imposible.
Este número se dedica a la pintura. Espero que me perdonéis hacerme acompañar de un pintor tan en los límites de la vida humana como fue Hugo van der Goes. Su locura tan sólo se calmaba si era envuelta por la música. Su genialidad hizo que, sin salir de un convento en la etapa más productiva de su vida pictórica, alcanzara a expresar la máxima universalidad por la vía de la radicalización de las emociones humanas.
Pero, de algún modo, quizá también así, sin pretenderlo, lo que aquí vamos a compartir sea mucho más radicalmente humano. Aun cuando no sea complaciente, aquello que es verdadero y radical establece una brecha entre lector y autor que perdura y permanece.
Un número dedicado a la pintura: un poema inmerso en la obra cumbre de un pintor quien, a su vez, hallaba en la música la paz en la que entregarse a su arte propio. Arte dentro del arte. Un género que alumbra un género que, a su vez, desemboca en un género distinto. Quizá como la literatura: palabra y vida de otros que se convierte en palabra de otra vida.
Por ello toda mi gratitud, mi abrazo, mis ojos, mi tiempo quedan aquí siendo vuestros. Tan humanamente vuestros gracias al arte de otro arte, al tiempo de otro tiempo.

Antonio Praena




RESEÑA:

Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973) ha publicado los libros Humo verde (Accésit Premio de Poesía Iberoamericana Víctor Jara 2003), Poemas para mi hermana (Accésit Premio Adonáis 2006), Actos de amor, (Premio Nacional “José Hierro” 2011) y Yo he querido ser grúa muchas veces (Premio Tiflos 2013. Visor).
Doctor en Teología. Profesor de la Facultad de Teología de Valencia, en la que complementa su docencia e investigación con cursos sobre la relación entre teología, cine, poesía y arte contemporáneos. Profesor en Domuni Université (Pontifical University of Saint Thomas Aquinas, Roma) y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Valencia. Ha publicado obras de reflexión filosófica, estética y teológica, así como numerosos artículos especializados.
Colaborador en diversas revistas literarias, poemas suyos han sido traducidos al francés, inglés, griego, italiano y polaco.


TRÍPTICO PORTINARI



A Juan Carlos Friebe


Mi querido Juan Carlos:
estoy en los Uffici visitando tu libro.
Frente a mí
la Adoración de los Pastores
de Hugo van der Goes.
La Virgen está triste y está sola.
Ningún perfil humano se le acerca
y están sus ojos fijos en el suelo,
donde el niño parece
cadáver al que sólo abriga el barro.

Hay algo de extravío en este tríptico.
Como bien sabes tú, la enfermedad
de Hugo van der Goes era locura,
melancolía la llamaron,
pero, vista de cerca, era locura,
quizás misericordia.

Los ángeles se apartan. Dejan paso
a los pastores cuya humilde,
serena devoción es la mayor
que existe en cielo y tierra.
Siguiendo la costumbre tardogótica,
la dimensión de los cabreros
supera en proporción a las figuras
del resto de la tabla. De este modo
el pintor ha querido recordarnos
el texto de San Pablo que atestigua
la envidia de los ángeles al hombre.
Por eso estos pastores andrajosos,
desdentados y oscuros,
cubiertos de rotundas cicatrices
crudamente empastadas,
irrumpen en la escena y representan
la miseria que somos conmovida
ante el sagrado desvarío
 —contra todo pronóstico—
 de un Dios que se hace pobre entre los pobres.

Un haz de trigo triste y unos lirios
en un vaso de lágrimas con mirra
cierran la escena en primer plano.
Son flores de las que hay en las cunetas
de todos los caminos de la historia.

Sólo falta que los perros
acudan a lamernos las heridas
que a mí y a los pastores se nos abren
chirriantes y oxidadas como hojas
de un tríptico flamenco en los Uffici.

A excepción de los ángeles que observan
—pese al primor de su plumaje—
 con recelo a estos hombres vagabundos,

no hay rastro de los pájaros ni hay cielo.


De “Yo he querido ser grúa muchas veces”
Visor, 2ª edición 2014



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