Queridos amigos. Hay
una forma de felicidad que acontece tan solo en la palabra. Es la felicidad de asistir
a nuestra vida en las palabras que la vida de los otros han dejado escritas.
Quizá el secreto de la literatura sea ese, descubrir una verdad y una emoción
absolutamente profundas y propias que despiertan, paradójicamente, en aquello
que lo distinto, los otros y su misterio tan otro, ha convertido en palabra.
Felicidad es, por ello,
estar aquí, en ABSOLEM, ante vuestros ojos que me regalan un poco más de vida
al regalar vuestro tiempo.
La literatura, y muy
especialmente la poesía, es, por ello, una forma de amor. Una forma de amor que
atraviesa la muerte porque traspasa el tiempo y el espacio para introducirse e
introducirnos en una dimensión que, sin las palabras, sería imposible.
Este número se
dedica a la pintura. Espero que me perdonéis hacerme acompañar de un pintor tan
en los límites de la vida humana como fue Hugo van der Goes. Su locura tan sólo
se calmaba si era envuelta por la música. Su genialidad hizo que, sin salir de
un convento en la etapa más productiva de su vida pictórica, alcanzara a
expresar la máxima universalidad por la vía de la radicalización de las emociones
humanas.
Pero, de algún modo,
quizá también así, sin pretenderlo, lo que aquí vamos a compartir sea mucho más
radicalmente humano. Aun cuando no sea complaciente, aquello que es verdadero y
radical establece una brecha entre lector y autor que perdura y permanece.
Un número dedicado a
la pintura: un poema inmerso en la obra cumbre de un pintor quien, a su vez,
hallaba en la música la paz en la que entregarse a su arte propio. Arte dentro
del arte. Un género que alumbra un género que, a su vez, desemboca en un género
distinto. Quizá como la literatura: palabra y vida de otros que se convierte en
palabra de otra vida.
Por ello toda mi
gratitud, mi abrazo, mis ojos, mi tiempo quedan aquí siendo vuestros. Tan
humanamente vuestros gracias al arte de otro arte, al tiempo
de otro tiempo.
Antonio Praena
RESEÑA:
Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973) ha publicado los libros Humo verde (Accésit Premio de Poesía
Iberoamericana Víctor Jara 2003), Poemas para mi hermana (Accésit Premio
Adonáis 2006), Actos de amor, (Premio
Nacional “José Hierro” 2011) y Yo he querido ser grúa muchas veces (Premio
Tiflos 2013. Visor).
Doctor en
Teología. Profesor de la Facultad de
Teología de Valencia, en la que complementa su docencia e investigación con
cursos sobre la relación entre teología, cine, poesía y arte contemporáneos. Profesor
en Domuni Université (Pontifical University of Saint Thomas
Aquinas, Roma) y del Instituto
Superior de Ciencias Religiosas de Valencia. Ha publicado obras de reflexión filosófica,
estética y teológica, así como numerosos artículos especializados.
Colaborador en diversas revistas literarias, poemas suyos han sido
traducidos al francés, inglés, griego, italiano y polaco.
TRÍPTICO PORTINARI
A Juan Carlos Friebe
Mi querido Juan Carlos:
estoy en los Uffici visitando tu
libro.
Frente a mí
la Adoración de los Pastores
de Hugo van der Goes.
La Virgen está triste y está sola.
Ningún perfil humano se le acerca
y están sus ojos fijos en el suelo,
donde el niño parece
cadáver al que sólo abriga el barro.
Hay algo de extravío en este
tríptico.
Como bien sabes tú, la enfermedad
de Hugo van der Goes era locura,
melancolía la llamaron,
pero, vista de cerca, era locura,
quizás misericordia.
Los ángeles se apartan. Dejan paso
a los pastores cuya humilde,
serena devoción es la mayor
que existe en cielo y tierra.
Siguiendo la costumbre tardogótica,
la dimensión de los cabreros
supera en proporción a las figuras
del resto de la tabla. De este modo
el pintor ha querido recordarnos
el texto de San Pablo que atestigua
la envidia de los ángeles al hombre.
Por eso estos pastores andrajosos,
desdentados y oscuros,
cubiertos de rotundas cicatrices
crudamente empastadas,
irrumpen en la escena y representan
la miseria que somos conmovida
ante el sagrado desvarío
—contra todo pronóstico—
de un Dios que se hace pobre entre los pobres.
Un haz de trigo triste y unos lirios
en un vaso de lágrimas con mirra
cierran la escena en primer plano.
Son flores de las que hay en las
cunetas
de todos los caminos de la historia.
Sólo falta que los perros
acudan a lamernos las heridas
que a mí y a los pastores se nos
abren
chirriantes y oxidadas como hojas
de un tríptico flamenco en los
Uffici.
A excepción de los ángeles que
observan
—pese al primor de su plumaje—
con recelo a estos hombres vagabundos,
no hay rastro de los pájaros ni hay
cielo.
De
“Yo he querido ser grúa muchas veces”
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