Cuando ya no esté sobre esta tierra volveré
como un fantasma, como un aliento fugaz, como una de esas brisas tan leves que
sólo se perciben con la piel mojada, mojada acaso de sudor, mojada acaso de
lluvia.
Volveré un día de otoño a esta misma
hora, me sentaré en esta misma silla y apoyaré los codos de esta misma manera.
Miraré por esta misma ventana y veré a estos árboles despoblarse de hojas
amarilla y rojas.
Veré cómo el aire y la ciudad
envejecen sin mí. Veré al tiempo roer las paredes de las casas, lo veré roer los
objetos y las personas. Impávido y sin voz, le gritaré al reloj que detenga su
marcha, que despierte. Le suplicaré, le rogaré que se percate de que ya no
estoy aquí, de que aquello que un día fui, hoy es sólo un espacio mudo y yermo,
un espacio sin tibieza. Le pediré, le diré que mire lo que ha hecho, que ya ni
siquiera soy una impronta, nada, ni una ausencia. Dentro de mis seres queridos
también mi recuerdo se habrá esfumado. Sobre esta misma mesa anidaré mis brazos,
ocultaré el rostro y lloraré sin lágrimas.
Mientras tanto, detrás del cristal,
el almanaque continuará su marcha, continuará inclaudicable, royendo las casas,
los objetos y las personas.
Sé que lo hará, aun cuando yo no
esté mirando.
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