El borreguillo de abril, de Francisco de Zurbarán |
Podría haber elegido cualquier obra
del maestro Zurbarán, maestro de la luz que se refleja en la materia y de la
oscuridad que la revela. Hoy sin embargo, revisando reproducciones de sus más
notables composiciones, se me clava la imagen de su Agnus Dei y me adentro en
el reino de la impotencia en todos los matices de intensidad. Inocente, quieto,
vulnerable, solo, desprovisto de oportunidad y de suerte, la vida en suspenso de
un borreguillo al que Don Francisco también priva de cualquier adorno, halo o
estandarte. Porque este cordero no señala ningún dogma, sino que nos habla de
algo muy profundo que no cabe en ningún sistema de creencias, acaso las
trasciende. Y es, quizá, precisamente, por la austeridad y sencillez con la que
nos lo presenta, que sentimos su abandono y vulnerabilidad como propios.
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