Mural en el Centro de Salud "Gran Capitán", Anónimo |
Hablo con Juan, el celador, y me dice
que el Centro de Salud ‘Gran Capitán’ (con anterioridad fue un ambulatorio)
tendrá unos cincuenta años. Entonces le explico que yo vivía en el barrio de
Fígares, en los años setenta, y venía a este ambulatorio hasta que construyeron
el del Zaídín. Juan me dice que la pintura que hay, en la entrada del Centro de
Salud, es un lienzo que está pegado a la pared aunque da la impresión de que es
un mural. No se ve la firma del autor pero creo que se ha perdido a causa de
apoyar la cabeza en el lienzo, pues los asientos están pegados a la pared. Con
el paso de los años y la falta de cuidado, el mural se ha deteriorado bastante
y en algunos puntos la pintura se ha desprendido. Tendrá unos dos metros de
largo por uno de alto pero ahí está en la pared, como un testigo mudo, aunque nadie
se fija en él a pesar de que aparecen dibujadas unas gitanas con los niños y
las cuevas detrás. Son tipos del Sacromonte, de los años cuarenta o cincuenta del
siglo pasado: tres mujeres con faldas largas hasta los pies y con el clásico chal.
Una lleva un cesto colgado del brazo, mientras que las otras dos sostienen a sendos
niños en los brazos.
En los extremos del cuadro aparecen dos
niños, uno está descalzo y el otro sosteniendo una cesta, mientras que en el
centro hay una niña con un vistoso vestido amarillo y una rosa cogida en el
pelo, calza unas zapatillas blancas y tiene los brazos en jarra. La gitanilla parece
que mira a los pacientes y les dice, “¡Ea, que aquí estoy yo, señores!”. Ni por
esas. A la derecha de la niña hay un botijo en el suelo y, medio escondida
entre dos mujeres se observa una canasta, quizá en recuerdo de los “gitanos
canasteros”. En un segundo plano destacan las típicas chumberas del Sacromonte
y, más allá, las cuevas aparecen con sus chimeneas. El pintor anónimo las ha
dibujado blancas y de forma simétrica e infantil, en contraste con el color
ocre del monte sagrado. Sierra Nevada aparece al fondo caprichosamente, sus
crestas blancas asoman detrás de las cuevas del Sacromonte, cuando en realidad
se encuentra enfrente de ellas –esto me indujo a pensar que eran las cuevas de
Guadix, pero allí no existen chumberas–. Se puede decir que el mural es un
homenaje al barrio del Sacromonte y está dibujado con un cierto aire infantil.
Juan, el celador, afirma que hay otro lienzo, de tema árabe, que
se encontraba en la pared donde hoy se encuentra su mesa de trabajo (la
derribaron hace años para que los pacientes tuvieran mejor acceso), pero que está
guardado y en buen estado. “Lo miraré y le echaré una foto para ver si viene el
nombre del autor”, me dice. El razonamiento que hacemos es que, en ningún centro
de salud de Granada existen estos murales, pues los de Cartuja y del Zaidín son
posteriores al del ‘Gran Capitán’, aparte de que tienen un estilo de
construcción más moderno. En cuanto al pintor, debió de ser conocido en Granada
pues el cuadro es original y algo le pagarían, aunque es de suponer que poca
cosa ya que en los años setenta la cultura apenas se valoraba en España. Ahora
van a hacer obra en la entrada del centro de salud, pero Juan asegura que al mural
no lo tocarán y que seguirá en su sitio.
Había mucha pobreza en el Sacromonte
hacia la mitad del siglo XX pero en el cuadro no se aprecia, mientras da la
impresión que los personajes están posando a la vez que miran con dignidad y con
cierta resignación al espectador. Tampoco transmiten tristeza o cansancio, ni se
refleja en sus rostros o en sus vestidos la dureza de la vida diaria del
campesino, en medio del paisaje árido de Jaén, como le gustaba retratar a sus
personajes al pintor Rafael Zabaleta. Ciertamente, los cuadros del pintor de
Quesada tienen más colorido y los personajes son más expresivos.
Esperanza Sandoval, presidenta del Circulo Literario
Artístico ‘El Semillero Azul’, de San Juan Despí (Barcelona), lo define ve así:
“Una imagen muy representativa de las costumbres gitanas, vestimenta, canastos
y esos trajes, Destaca el enrejado de la cesta que lleva la del traje rosa,
donde se aprecia muy bien las tiras de caña empleada y el brillo sedoso de la
falda. Un tanto pobre y falto de técnica es la imagen de las cuevas que se ven
muy repetitivas, pero no deja de tener su encanto. Me gusta la postura agresiva
y provocativa de la niña que viste de amarillo. Me parece estupendo este
seguimiento que le has hecho al cuadro del Centro de Salud Gran Capitán; es un
cuadro muy emblemático, y por supuesto muy descriptivo y trabajado.
Dejando aparte la perfección de las imágenes, que a mi parecer están bastante bien definidas dentro de la técnica empleada, creo que ya era de justicia que alguien se preocupara de otorgarle algún reconocimiento a una obra semejante. Dices que es de autor desconocido, pues te digo que es una verdadera pena, el cuadro tiene, tal como dije en su día, un encanto especial, hay detalles bastante relevantes, su autor dominaba trazos y los gestos, sobre todo en las transparencias sedosas de la ropa y en el rasgo fisonómico de la raza gitana, sobre todo en el característico paisaje que quiso plasmar; estoy segura que dejó en el lienzo exactamente aquello que deseo y que va más allá de lo visual. Es una pena que se queden en el extenso muro del tiempo estas obras sin reconocimiento alguno, y sus autores queden perdidos por no haber tenido un mecenas que se fijara en ellos para darles impulso y valor, cuantas cosas menos trabajadas y menos representativas están en la cumbre por ser firmadas por un Miró o un Tapias”.
Dejando aparte la perfección de las imágenes, que a mi parecer están bastante bien definidas dentro de la técnica empleada, creo que ya era de justicia que alguien se preocupara de otorgarle algún reconocimiento a una obra semejante. Dices que es de autor desconocido, pues te digo que es una verdadera pena, el cuadro tiene, tal como dije en su día, un encanto especial, hay detalles bastante relevantes, su autor dominaba trazos y los gestos, sobre todo en las transparencias sedosas de la ropa y en el rasgo fisonómico de la raza gitana, sobre todo en el característico paisaje que quiso plasmar; estoy segura que dejó en el lienzo exactamente aquello que deseo y que va más allá de lo visual. Es una pena que se queden en el extenso muro del tiempo estas obras sin reconocimiento alguno, y sus autores queden perdidos por no haber tenido un mecenas que se fijara en ellos para darles impulso y valor, cuantas cosas menos trabajadas y menos representativas están en la cumbre por ser firmadas por un Miró o un Tapias”.
Nieves Ariza
conoce bien la pintura: “Preciosa, pero está deteriorada. Cuando yo trabajaba
ahí traía la guerra declarada a compañeras que le daban unos fregados que ni te
cuento”. Juan
García dice lo siguiente: “De un tiempo que viví en
Granada, visité al practicante en este ambulatorio, hace años el cuadro estaba
en muy buenas condiciones y es realmente bonito”. María José Muñoz Rubio pinta asombrosos
paisajes y rincones granadinos sobre guijarros grandes y redondos, con la
minuciosidad de un relojero: “Iba a expresarme, pero siempre me ocurre algo que
no me deja el tiempo que merecen tus escritos y recomendaciones... esas
pinturas de chiquillo, planas pero tan llenas de color de aquella época...
vida, la de verdad, sin disfraces, sin matices, sin sombras... esas pinturas
encierran muchas cosas en su haber! No sólo por el entorno que nos marca
aquella época, sino por lo realista de un tiempo que aunque durísimo estaba
lleno de color! De todas formas el arte es tan subjetivo! Cada cual interpreta
a su forma... Reconozco que mi manía de idealizar lo humano me pierde a veces de
la cruda realidad... tenemos tantos defectos los seres humanos, tan visibles,
tan palpables, que prefiero ahondar en el interior, buscando la pureza que tu
pintor desconocido ha plasmado tan bien en esa obra... Y emociona por la
sensibilidad de la escena, por el ‘regreso al pasado’ que nos marca, un pasado
tan cercano y tan dolido que la tierra se acentúa más roja por el dolor, un
dolor que reflejan todas las caras de los personajes! La alegría del color
disfraza el sufrimiento de sus almas!”.
En cambio, Maria
Mai Mai dice: “A mí me recuerda a la pintura llamada naïf, pero me gusta la
carita de la gitanilla de amarillo toda ‘enfadà’”. Hay quien opina que es una
pintura muy básica, y puede que lleve razón, mientras que otra mujer la
encuentra atractiva: “Me gusta la imagen de la madre sentada con su bebé y el
detalle de las chumberas”. Y sin embargo, lo que más sorprende de toda esta
historia es que se ha ido deteriorando ante la indiferencia de todos y, lo que
es peor, nadie sabe el nombre del autor. El mural está desde que construyeron
el Centro de Salud ‘Gran
Capitán’, ante él han desfilado y desfilan miles de
personas pero nadie sabe decir una palabra de la pintura. Como si fuera un
trasto viejo. Alguien se explica que en el Centro de Salud nadie sepa nada,
pero mantengo la esperanza de que aparezca el nombre del autor.
Esta es la
poesía que le ha dedicado al extraño mural Esperanza Sandoval:
A veces, la sombra viva
de una estampa dibujada
pueden despertar los duendes
de un romance hacía una casta.
En una pared colgado
por donde los años pasan,
hay un tapiz
de colores
en la pared encalada
en el Centro
de Salud
Gran Capitán de Granada.
Luciendo arte y paisaje
esta pintura descansa.
No se sabe a ciencia cierta
quién dibujo gesto y alma
de esta instantánea calé,
ni se sabe por qué causa.
Por ella pasan los ojos,
lo mismo que
pasa el agua
resbalando por los años
mirando sin mirar nada.
Nadie sabe de su autor,
ni se sabe porque causa
es un reflejo olvidado
en el arte de Granada.
Pasan los tiempos por ella
sin honor al valorarla
en el reloj infinito
de la indiferencia calma.
Quizá mis versos ayuden
a dar un soplo de alas
a esta estampa colorista
del embrujo de la Alhambra.
Estampa del Sacro Monte,
de pura sangre gitana,
que da ternura y orgullo
en la imagen de una raza.
Granada Sandoval.
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