La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de mayo de 2016

Distopía, por JOSÉ RUIZ RAYA PÉREZ




   Me sorprende la gente que no realiza un juicio propio y se deja llevar por eslóganes partidistas o sectarios - que a veces suenan a secta realmente- y repiten y prolongan las valoraciones de sus líderes políticos como autómatas. Estamos entrando en la era del automatismo y la cibernética, esto es tan sólo la prehistoria, asegura César Antonio Molina. Aunque lo han predicho numerosos intelectuales. Ortega y Gasset hablaba de la deshumanización del arte, que es un ensayo sobre estética y que muchos añadiríamos sobre ética a largo plazo.
  La globalización nos conduce a una sociedad monocromática en la que todos pensemos y sintamos igual, pero siempre dentro de los dos polos: el blanco y el negro, la derecha y la izquierda, lo demócrata y lo republicano, oriente y occidente, el creyente y el ateo, el norte y el sur, el hombre y la mujer, el heterosexual y el homosexual, abajo y arriba, enseñar y aprender… Y así hasta una serie de innumerables clichés que nos impelen a prejuzgar y no a juzgar por nosotros mismos. Nos encorsetan y, en numerosas ocasiones, tan solo repetimos lo que ya hemos escuchado o lo que el líder de la manada ha manifestado, puño en alto o mano extendida con pulgar flexionado.
Nos aproximamos a un mundo distópico en  el que todo empieza a controlarse, no sólo en nuestra forma de pensar, comer o vestir, sino también en nuestra forma de amar, y lo que es mucho peor: en nuestra manera de pensar y sentir. Numerosas obras literarias nos advertían de esta distopía, cada autor a su manera y dentro de su estilo obviamente, pero todas avisándonos de un mundo, o mejor dicho, inframundo, al que estamos derivando: “1984” de Orwell, “Un mundo feliz” de Huxley, “Farenheit 451” de Bradbury, “Niños del hambre” de P.D. James, por citar algunas de las más conocidas. También se encontraría, humildemente, “El espejo de Nostradamus”, por citar la más desconocida – en los dos sentidos-.
    El pulso de las redes sociales palpita a diario, en cada momento. Todo el mundo se posiciona en su bando, en su partido y se produce el partido valga la redundancia: el gran enfrentamiento del mundo y de la vida. Cada cual hincado hasta las rodillas, donde el cemento ya se ha secado y le resulta imposible moverse. Nadie es capaz de ceder, de mostrar cierta empatía por los demás o por ideas diferentes. Nadie es capaz de cambiar de opinión, como si eso fuese un ultraje a nuestros principios y una atroz felonía a nuestra integridad. Lo que hacemos con esto precisamente es lo contrario de lo que pretendemos, esto es, seguirles el juego y responder al botón que alguien, desde arriba, o desde algún oscuro e inescrutable  rincón ha pulsado para que nosotros pensemos que pensamos y que decidimos.
     Por ello, todos vamos (o no) nuevamente  a  votar.
Usted es incapaz de ver que un corrupto, si no está en la cárcel, que es lo justo, donde no debe seguir es desempeñando su cargo, que es lo injusto. Esto no tiene término medio. Hay otras posturas que nos cuesta (a unos más y a otros menos) mantener o seguir defendiendo, algunos optan por mirar hacia otro lado, como con el dolor que sufren y padecen los pobres, los refugiados, los marginados, los débiles. El dolor y el sufrimiento que padece el animal en su ruedo ibérico, o la humillación tan sangrante que las víctimas tienen que soportar al ver que su ejecutor es recibido en el Parlamento Europeo. Hay cosas que no tienen o no deberían tener color. Pero parece ser que desgraciadamente las tienen.
      Luego hay otras líneas que pueden ser más o menos grises, como las legales y también contradictorias de realizar determinados referéndums para que unos cuantos corruptos se mantengan en el poder y puedan moverse a sus anchas. O la tolerancia que se despierta ante los intolerantes. Los/las que defienden un sistema de vida que contradice absolutamente donde nos desenvolvemos y en el que supuestamente somos felices: como el perro del hortelano de don Lope, remasterizado con   una suerte de síndrome holmiense. Son los explotados que apoyan a su explotador,  demócratas que guiñan a estados totalitarios, ateos que rezan, esas mujeres tan feministas que serían capaces de colocarse un burka, o esos gays que apoyan al estado o religión que los oprime. Se trata de una suerte de cíclopes de visión unidireccional y ausentes de la condición poliédrica que debería caracterizar al ser humano. Se trata de la incoherencia revestida de congruencia. Pura y dura paradoja. Sin embargo, hay que pensar que el mundo y el ser humano sí que son poliédricos y que las ovejas eléctricas están llegando a soñar con androides. Incluso se puede tergiversar el universo de P.K. Dick.

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