“TIEMPO
DE ESPERA”.
Este hermoso poemario de José Sarria, Tiempo de espera, está compuesto de
varios segmentos, a saber: Tiempo de
espera; La tarde; Incertidumbres; y, Final. Todos ellos de una gran
delicadeza y exquisitez engarzadas las palabras con muy buen gusto y dentro de
la tradición de los clásicos. Un libro magnífico, sosegado, pero muy evocador y
de un lenguaje poético renovado aun bebiendo del clasicismo más vehemente y
entroncando con la tradición más emblemática, a la vez, que renovándola con
mucha dulzura y poder de sugestión, mediante la sugerencia de sus metáforas.
Tiempo de espera es un poemario nostálgico en cuanto se remite a la
niñez y a los recuerdos pretéritos, que se detiene en las terrazas ingrávidas,
el devenir. Un poema inteligente, como alargándose en el compás de espera de
las horas.
El poema Las Ítacas, es una
versificación preciosista, de un gran lirismo y poder evocativo y sugestivo por
sus bellas imágenes, al tiempo que una reflexión sobre el discurrir de la vida
con sus aventuras… fuesen más carnales, con sus héroes caídos, con el fluir de
las mariposas;
en Jacinto, una composición
breve pero intensa de lo vivido, de la belleza vivida a lo largo de los años,
pues la pureza habita los corazones;
en El petirrojo, hace referencia
al recuerdo por la metáfora, y en la que se pregunta por sus concomitancias, al
instante nemotécnico recuperado del ayer;
en El color de la memoria, es
un poema preciosista de una belleza descomunal, que desgrana retazos sentidos o
ensoñados de realidades innatas al propio ser como una reminiscencia que une el
pasado con el actual presente en ciudades árabes y cristianas, tartésicas y
sefardíes… Un retazo de la memoria que nos imbrica en el mundo, en el instante,
en el ahora desde el pretérito que mira al futuro, y constatando el aroma de
las flores y las especias, con sus intensas
evocaciones;
en El recuerdo, rememora
cuando las jóvenes venían a beber de su
boca… y era fuego aunque hubiese herida;
en Eternidad, hace referencia a
los lugares que nos conectan con nuestro interior, con nuestros anhelos más
sublimes, con Dios mismo y toda su dulzura;
en Palabras, símil del
lenguaje, del poder del preciosista de la lengua --especialmente escrita--, que
deja constancia de su existencia y se permeabiliza en los siglos;
en Fragmentos juega con la
idea de la eternidad, del tiempo sin tiempo, del tiempo como continuun
imperecedero que todo lo abarca en su espacio, una búsqueda de transcendencia
más allá del ahora, una búsqueda de salir de lo cotidiano y pasar la frontera
inmaterial de la existencia;
Ya, en La tarde, nos
tropezamos con:
Estaciones, donde retoma las vivencias pasadas, lo que fue y ya no es lo que pudo
ser y no ha sido, que se ha quedado fuera de lugar, como irremediable pasado
sin viabilidad en el presente, con un lenguaje de una belleza indiscutible;
en República de Venecia, evoca
la emulación de la bella ciudad veneciana con su historia y las leyendas, de
forma emotiva;
en Café Hafa, se pregunta por
las jóvenes propuestas que fueron en este lugar, contemplando el paisaje
circundante, con sus acantilados, mientras se embriaga con el extravío “de la
distancia”;
en Huerta del cementerio de
Macharaviaya, el lugar donde posiblemente nació y donde desea reposar
cuando le llegue su hora, el lugar de la niñez, el lugar del reencuentro, el
lugar intermedio de la memoria al que se vuelve una y otra vez: el rememorar de
esas horas donde encontró el placer tal como lo deseaba;
en Apolo 11, aglutina
circunstancias acaecidas en el orbe y en nuestra patria --¡España!— y deseos entrañables de su infancia, con
sosegada calma;
en Eternidad, contempla la
secuencia universal que se repite a lo largo de los instantes en todo el globo
terráqueo, lo consustancial a los seres humanos en su capacidad de sentir y pensar;
en El nombre puro de las cosas, busca
la perfección de los versos;
en Pájaros del sueño, parece
ser que las palomas se personifican en personajes reales –pudiera ser—;
en Temblor, justifica que las
aves son un símil de los seres humanos;
en Memoria, ratifica el deseo
inconsciente desde lo más íntimo de su ser, desde su idiosincrasia, “que espera el prodigio de los primeros soles”;
en Existencia, busca la
consciencia del recuerdo, ya sea a través de la resonancia sonora de una
palabra o mediante un aroma, o mediante el reflejo en el ser;
en La oscuridad, se pregunta
por la muerte, hacia qué vivencias navegan los fenecidos, inquiriéndolos desde
la infancia;
en Tiempo, es consciente del
vivir de los otros, de los que nos rodean… en nuestro caminar –o soslayados por
las televisiones y/o las películas…--, en la brevedad de la existencia;
en Ahora, toma fuerza desde el
ayer para enfrentarse al presente y realizar los latidos del oro centenario;
en Hace tiempo creí tener a Dios, habla
de la soledad a través de un galimatías, porque Dios siempre tendrá a sus
ángeles, aunque te quiera;
en Lo mejor de mí mismo, se
descubre en la esencia de sus actos, su centro vital;
en Infancia, mira para
adentro, reconociéndose en el niño y el adolescente que fuese antaño, con un
lenguaje emotivo, sugerente, de sensaciones y nostalgias y diciéndose que
todavía puede ser, que mientras haya vida hay esperanza;
en Yo soy el oriente, recupera
desde el presente, que le nace del alma, que él es el oriente, en su casa, con
su madre.
En la tercera fase, de este poemario Incertidumbres
(I, II, III y IV), mediante una serie de interrogantes que se hace –y nos
hacemos--, filosofa sobre lo inherente a la vida, con su levedad y su gravedad,
en el tiempo de la memoria y del existir, del ser por la consciencia: el hombre
dubitativo –a veces--.
En la parte final sólo tiene un poema de título homónimo, en el que se
resume una vida en: pasión, duda, existencia, espejo, silencio o luz, quedando
por construir la transparencia o la translucidez de un sueño…
Es el lenguaje de José Sarria, exquisito, elegante, distinguido, de
proporción equilibrada, remozado de belleza, y retornando a su esencia y la
norma del clasicismo más depurado. Una poesía emocional y libre, que llega al
alma, siendo heredera de una retórica mesurada.
JOROS,
en Sevilla, y a 2022.
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