A este lado injusto del jardín
hace frío y nos abraza la
niebla.
En la mesilla descansan un
retrato
con marco ajado vestido de
noche,
un incierto vaso perdido de
agua
y un dolor antiguo.
La sal en las pestañas
perturba el sueño;
resquema y duele
como corte en la comisura de
los labios,
como llaga en el cielo de la
boca,
por la memoria de aquellos
seres
que dejamos enterrados al otro
lado
de un océano en lágrimas.
Los fantasmas se hacen un
hueco en la almohada
acuñando falsa moneda con toda
su cruz y su sígueme
─camino somos,
verdad y vida─,
en tanto les
tapan la cara a los no nacidos
dentro de aquel paraíso torpe
de quimeras furtivas.
Parece
clarear la madrugada
reverdeciendo
sonrisas forzadas
como
la alegría fingida de los adultos
en
mitad de una mañana de reyes,
cuando
sin querer se disipa,
herida
a golpe de realidad,
la
ilusión acumulada en mejillas
y
párpados de las niñas
y
los niños malvados.
A
veces arrecia la vida en lo oscuro,
y
continúa habiendo una mesilla
junto
a la cama, un retrato
y
un dolor antiguo como lámpara de araña
desvencijada
con aroma
al
último de los inviernos.
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